jueves, 22 de noviembre de 2007

Aportaciones del cristianismo a la Filosofía

José Ignacio Murillo es el autor de la voz «Antropología» del «Diccionario de Teología» de EUNSA. Resumimos aquí algunas ideas de este trabajo en un punto concreto: la aportación que el cristianismo hace a la Filosofía.

El hombre como persona

Cabe resumir la propuesta antropológica y ética que propone el pensamiento griego diciendo que su ideal de excelencia humano consiste en la imitación de la divinidad. Aunque los diversos filósofos la entienden de modos distintos, todos concuerdan en proponer como ideal la sabiduría, basándose en su aprecio al intelecto.

Con el cristianismo, entra en contacto con el pensamiento griego la visión bíblica del hombre, que introduce nuevos temas y aporta nuevas perspectivas a la reflexión teórica acerca de lo humano. El cristianismo subraya a la vez la trascendencia de Dios y la dependencia radical del hombre respecto de Aquél. No se trata de que, como en la cultura griega, los dioses tengan la misma forma e imagen del hombre, lo que ya es una manifestación de aprecio hacia la naturaleza humana, sino de que el hombre está hecho a imagen del Dios invisible y trascendente. Por eso no es sólo alma (ser viviente), sino también espíritu. El Dios invisible del cristianismo está más emparentado con el Dios de los filósofos que con el de las religiones politeístas, como reconocen los primeros pensadores cristianos (Justino, Orígenes). Pero, a diferencia de lo que ocurre con el dios supremo de la filosofía griega, el Dios de Jesucristo no es sólo el objeto de la aspiración humana de conocer la realidad, sino que llama al hombre y entabla con él un diálogo. Es Dios quien salva la distancia que le separa del hombre, elevándolo a su nivel (gracia) y comunicándose con él de un modo progresivo y adecuado a su naturaleza, que culmina en la Encarnación del Verbo.

Por otra parte, el cristianismo pone como elemento central de la historia común del hombre con Dios, el pecado y la redención. El pecado implica que la criatura es li- bre ante Dios para aceptar o rechazar sus propuestas. Y la iniciativa divina de reconciliación mediante la muerte de su Hijo revela la magnitud y la profundidad del amor de Dios.
La afirmación de que Dios, antes que saber, es amor (cf. 1 Jn 4,8) conduce a situar la excelencia humana en la caridad por encima del saber y a poner de relieve la voluntad y sus actos en el estudio del hombre. Pero, sobre todo, afirmar que la realidad radical y fontal es amor lleva a subrayar la importancia de la libertad -sin la cual no puede existir amor- y de la distinción de personas, que ya no puede ser considerada secundaria ni aparente. En la concepción cristiana, el hombre está llamado a imitar a Dios, pero no sólo en virtud del saber, sino, ante todo, mediante la caridad. El ideal de sabio no desaparece con ello, sino que se modifica al vincularlo a un conocimiento de Dios basado en el amor y que a él conduce.

El cristianismo aporta también una perspectiva distinta a la hora de abordar la distinción de sexos. Según el relato del Génesis, la imagen de Dios como varón Y mujer se encuentra vinculada a la unión fiel y a la fecundidad. Así, en el cristianismo, la distinción de sexos adquiere un valor simbólico trascendente, como elemento de la revelación de Dios al hombre. La alianza entre el varón y la mujer es signo de la unión de Cristo y su Iglesia. Por otra parte, ese valor simbólico, con ser importante, no empaña la idéntica dignidad de ambos. De hecho, la teología de la imagen, especialmente en la Edad Media y siguiendo de modo preferente a san Agustín, considerará central la semejanza con Dios según el espíritu y sus facultades (intelecto y voluntad).
Además, la insistencia en la resurrección de la came supone un fuerte correctivo frente a los espiritualismos del pensamiento antiguo, y alienta a la reconciliación de la materia con el espíritu.

Una aportación decisiva del cristianismo es el descubrimiento de la noción de persona y su progresiva aplicación al ser humano. La noción de persona aparece, en un principio, para resolver el problema terminológico y conceptual que supone la afirmación de que Padre, Hijo y Espíritu Santo sean el mismo Dios, o la unidad sin confusión de Cristo como hombre y Dios. Pero su alumbramiento aporta una nueva luz al hombre para comprenderse a sí mismo. Dos son las características que lo permiten: la superioridad de la noción de persona sobre la de naturaleza y su connotación de referencia o relación. Así, considerar al hombre como persona consigue expresar teóricamente la irreductibilidad Y trascendencia de cada hombre, término de la creación y la redención -de acuerdo con la convicción expresada por san Pablo: «Me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2,20)-, así como su vocación a la comunión con Dios y con los hombres.

Los Padres de la Iglesia y los escritores eclesiásticos ofrecen interesantes aportaciones a la comprensión del hombre. La reflexión cristiana, desde los primeros escritores como Justino, Ireneo o Tertuliano, pasando por los grandes Padres de la Iglesia, hasta la escolástica, va elaborando progresivamente una síntesis doctrinal, que se verá impulsada a tomar decididamente el método filosófico tras el reencuentro con los filósofos de la Antigüedad, sobre todo en el siglo XIII. La definición de persona que ofrece Boecio en siglo VI como «sustancia individual de naturaleza racional» cobra especial relieve dentro de este desarrollo, que alcanza un punto culminante con Tomás de Aquino, gran exponente, sintetizador e innovador de la sabiduría cristiana de su tiempo.

Tomás de Aquino comparte con la antropología cristiana medieval una concepción que se centra en Dios, entendido como origen y plenificador del orden creado, y estudia al hombre como un ser dentro de un cosmos jerarquizado. Se trata de un ser especial, cabeza del orden material, pero inferior por naturaleza al resto de los seres espirituales. Su lugar es el de mediador. Por lo demás, este autor introduce definitivamente importantes aportaciones aristotélicas en el pensamiento cristiano y, en consecuencia, centra de modo particular su antropología en la condición intelectual del hombre, resultando en definitiva la clave explicativa de su antropología.

1 comentario:

Poesía de barriada dijo...

Mañana precisamente tengo examen con el profesor Murillo.
Muy útil el artículo.
Seguid así!