domingo, 30 de septiembre de 2007

Grandes pensadores: Sócrates

En el seno del movimiento sofístico surge una figura que conmovió profundamente aquel ambiente, y que habrá de ser inspiradora y maestra de los más grandes filósofos griegos de la Edad de Oro: Sócrates (469-399). Este filósofo no escribió nada, ni tuvo tampoco oportunidad de sistematizar su pensamiento; él negaba su inclusión entre los sofistas «porque no cobraba por enseñar».

Sócrates habló únicamente; habló con sus amigos, con sus conciudadanos, libremente, con la espontaneidad del diálogo. Por ello de su personalidad y de su pensamiento sabemos muy poco de modo concluyente. Además, los discípulos que de él nos hablan -Jenofonte y Platón- no son buenos biógrafos. El uno por defecto y el otro por exceso. Jenofonte no ve en Sócrates más que al ciudadano honorable y justo -una especie de burgués ejemplar-, que fue condenado injustamente por la ciudad y que aceptó la muerte con insuperable entereza. Platón, en cambio, ve la profundidad de la posición del maestro, pero en sus Diálogos, de los que Sócrates es protagonista, mezcla su propio pensamiento con el de su maestro, sin que resulte fácil delimitar el que corresponde a uno y a otro.

Si para algunos «el pueblo griego descubrió la razón», en buena medida podemos aplicarlo propiamente a la figura de Sócrates. Sócrates afirmó la razón como medio adecuado para penetrar la realidad. Y hubo de sostener esta afirmación frente a dos clases de contradictores. Primeramente, contra los sofistas: la razón bien dirigida sirve para alumbrar la realidad, no es una linterna mágica que forja visiones a capricho sin relación con lo que es.

Después se posiciona, contra los irracionalistas. Mucha gente en Atenas, como en todas partes, pasaba por especialista o profesional en una materia sin que una verdadera comprensión de la misma cimentase aquel conjunto de conocimientos. Sabían cosas porque se las habían enseñado, pero a poco que se escarbase en su saber se descubría en seguida que estaba montado en el aire. En el fondo, todos éstos, como los pueblos orientales y los bárbaros, sabían de un modo irracional, basado en la revelación o en el mito.

Sócrates paseaba por las calles de Atenas y tropezaba, por ejemplo, con un militar o con un retórico. Les hace una pregunta sobre cualquier extremo relacionado con su profesión. Ellos dan una respuesta más o menos acertada; entonces Sócrates les pide una aclaración sobre los fundamentos en que ello se basa, preguntándoles, simplemente, ¿por qué? Las más de las veces, los interrogados no resisten dos de estas preguntas y comienzan a divagar o a dar respuestas huecas. No hay en ellos verdadera ciencia porque no la han adquirido mediante el ejercicio de la razón, sino por autoridad o por la memoria.

A esta experiencia llega Sócrates valiéndose del primer aspecto de su método, que se ha llamado ironía. Para la segunda experiencia se valdrá de la mayéutica, nombre que proviene del oficio de su madre, que era partera; esto es, «arte de dar a luz». Sócrates interroga a un esclavo -el hombre más ignorante-, y mediante preguntas graduadas que le obligan a discurrir por sí mismo, va alumbrando la verdad y llegando a resultados muy superiores a los que obtuvo con los hombres más cultos.

La nesciencia (ignorancia) es, pues, el punto de partida en nuestra búsqueda de la verdad. «Sólo sé que no sé nada, pero aún supero a la generalidad de los hombres que no saben esto tampoco.» Después, la búsqueda misma ha de realizarse con la propia vis intelectual de cada uno, con la razón, que es el instrumento de “penetrar” en la realidad. El resultado de esta búsqueda racional es el hallazgo de la verdad -verdad diáfana, evidente, cimentada-. Esta verdad no es creación de la mente ni de su habilidad dialéctica, sino “descubrimiento” (alecéia). Este hallazgo es una aventura de la mente que, lejos de admitir falsos y extraños ídolos, debe seguir su propio impulso (genio o demonio -daimon- interior.) De aquí el lema que Sócrates adoptó para su pensamiento, tomado del frontispicio del templo de Apolo en Delfos: «Conócete a ti mismo.»

Mayores sombras aún que las que envuelven su obra y personalidad cubren las causas de su muerte. Sabemos que fue condenado por el tribunal de Atenas a beber un vaso de cicuta, que los motivos oficiales fueron impiedad y corrupción de la juventud. Mártir, según unos, de la claridad interna y de la lucha racional contra el mito; introductor, según otros, de formas reprobables de sexualidad, lo cierto es que, con su ironía metódica, no debió tener muy propicias a las clases cultas y a los valores consagrados socialmente. El acto final de su vida en él que rehúsa la escapatoria de la cárcel -y de la muerte- que le ofrecían sus discípulos, y su famoso «discurso de las Leyes» en el que explica esta su decisión, nos aclaran algo sobre el sentido de su muerte: él muere en defensa de las Leyes, es decir, del orden político y religioso de Atenas bajo cuyo cobijo ha vivido y vivieron sus padres. Si, huyendo, diera público testimonio de desobediencia al Tribunal de Atenas, se haría merecedor de la sentencia dictada. Lejos de aparecer como un rebelde o un enemigo de las leyes, da su vida por defender a éstas contra sus verdaderos enemigos: de una parte, contra aquellos que con su pereza mental las convierten en rutina y decadencia; de otra, contra los impíos que extinguen sus fundamentos morales y religiosos (en este caso, los sofistas). Esto le hace grande ante la historia y uno de los pilares sobre los que se apoyará el “Estado de derecho”, en el que se basa, al menos teóricamente, la cultura occidental.

Sócrates pasa a la historia como un gran ejemplo de hombre ético: porque antepone la conciencia y la ley a los intereses personales, porque cree en la rectitud y en unos valores (deberes y derechos) que no prescriben, como la justicia. Ante la gran pregunta ¿Quién hará justicia a tantas víctimas inocentes? Sócrates busca respuesta en un "mas allá" y advirte que, «si la muerte acaba con todo, sería ventajosa para los malos», es decir, sería una profunda injusticia hacia las víctimas. Pudieron servir de epitafio a Sócrates sus propias y conocidas palabras: «Dios me puso sobre la ciudad como al tábano sobre el caballo, para que no se duerma ni amodorre».

viernes, 21 de septiembre de 2007

Vidas contadas


"Thirteen conversations about one thing"
Jill Sprecher. USA, 2001. 95 min.

Me ha gustado volver a ver “Vidas contadas”. Es de esas películas que se disfrutan más, y se entienden mejor, con una segunda visión. El título original de la película refleja bien su estructura e intención. "Esa misma cosa" es la felicidad, ideal que buscan todos los personajes por caminos diversos. Varias historias se cruzan invitándonos a reflexionar sobre la libertad y el destino, el sentido purificador del dolor, la envidia, la culpabilidad, las posibilidades de recomenzar, las relaciones interpersonales, la dignidad humana, etc.



Proponemos un posible esquema para analizar la película y para un posible coloquio sobre ella:

Análisis de Troy, Bea, Gene, Walter y Bowman. Ver su personalidad. Qué es lo más determinante en sus vidas. Las virtudes y los defectos de cada uno. Su evolución a lo largo de la película.
Cuáles son los hechos con mayor impacto en la historia personal de cada uno y cual es su respuesta.Relacionar los personajes entre sí. ¿Cómo influyen unos en otros? Personajes que más influye en los demás. Por qué y cómo. Qué papel juega la vecina.

La felicidad en cada uno de los personajes. Concepto de felicidad. ¿Fin del hombre?“La conquista de la felicidad”(1930) de Bertrand Russell (1872-1970) en relación con esta película. Tres obstáculos para la felicidad: aburrimiento, culpabilidad, envidia. La directora los tiene en cuenta para el guión. ¿Qué personajes encarnan cada uno de estos tres pilares?

Cómo plantea la película los temas de la libertad y el Destino.
Referencia a Milton (1608- 1674), “El paraíso perdido”. Comentar: “la mente es un lugar íntimo y puede convertir el infierno en un paraíso y el paraíso en el infierno”.
La conciencia siempre sale a flote aunque se la pretenda acallar. ¿Qué es la conciencia?
Comentar la frase: “la ignorancia es la felicidad”
Solidaridad e interdependencia entre los seres humanos.



A continuación resumimos un análisis de los personajes principales como fruto de un debate realizado este verano sobre este film:

Gene: ambicioso directivo de empresa que no soporta la actitud vital optimista de uno de sus empleados

Actitud existencial: se ha instalado en el disgusto, como tanta gente que no sabe asimilar sus fracasos. Ha fracasado en su vida familiar y fracasará también en lo profesional, donde había puesto todas sus esperanzas: subir en la empresa. Envidia a Wade Bowman con una absurda obsesión. No soporta su optimismo y eso le lleva a ser irónico y cruel: “le borro la sonrisa, apuesto 100 pavos”. Humilla a sus empleados. Ve a todos como enemigos –se lo dice Dick-. Va a lo suyo.
Sin embargo evolucionará positivamente porque es capaz de reconocer sus errores y rectificar.
Hecho relevante: Cuando se entera que no le van a hacer Vicepresidente porque han nombrado al de Contabilidad. Respuesta: Se va a ver al marido de su ex-mujer para pedirle trabajo para Bowman.

Troy: joven ayudante del fiscal que de pronto ve truncada su carrera

Es Altivo. Engreído. Trabajador. Solo confía en su trabajo. “Yo no creo en la suerte, es la excusa de los vagos”. (Sin embargo Gene le hace ver que proviene de una buena familia mientras que é tuvo que salir desde abajo). Cifra toda su felicidad en el éxito profesional.
Hecho relevante: accidente, atropella a Bea. Respuesta ante el accidente: huída, cobardía. Se evade de su responsabilidad. Destrozado por dentro. Le pasa igual que al chico a quien defiende en la cárcel: todo el día pensando en la persona a la que mató.
Esto le crea un enorme conflicto interior: aparece con fuerza el sentido de culpabilidad. Y la necesidad de redimirse, de reparar. En un primer momento su huída de la realidad no resuelve los problemas sino que los agranda. Su actitud plantea una cuestión importante: ¿Se puede acallar o anestesiar la conciencia? Troy, desde luego, no lo consigue, no cierra su herida para que no olvidar su culpabilidad. Necesidad de recibir el perdón, también de reparar el daño causado. Su conciencia sale a flote. A veces la gente tiene suerte, se le concede una segunda oportunidad (le dice Owen)
Respuesta ante esto: vende el coche, no considera justo conducirlo (empieza a reparar); se va aislando, no sale con los amigos, se atormenta. Decide el suicidio –otra vez huye de los problemas quitándose de en medio-. Nueva cobardía. Pero finalmente se redime: Deja por escrito un testamento donde confiesa su culpabilidad y pide que con sus bienes se ayude a la familia de la persona que piensa que ha matado.

Bea: empleada de hogar que sufre conmoción en su mundo interior

Bea es responsable en su trabajo(mientras Dorry quiere ver su serie de Tv, ella dice: mientras tanto haré el cuarto de baño). Sencilla. Ingenua. Generosa: ofrece a Dorrie su piso, compra una nueva camisa. (quizá también por quedar bien ante el arquitecto), “Si tuviera dinero… te daría una parte” dice a su amiga. Confiada. Religiosa (va a la iglesia). Supersticiosa: el ojo cerrado de la muñeca “es una señal”. Honrada: Le duele más que duden de su inocencia que la propia realidad del trágico accidente.

Hechos relevantes: accidente y cuando se entera que el arquitecto la cree ladrona.
Respuesta ante el accidente: se desconcierta al no haber razones, pero lo acepta. Ha escuchado en el sermón el valor del sufrimiento.
Respuesta ante desconfianza del arquitecto: se le hunde todo. Se le abren los ojos. Pierde la inocencia. La vida ya no es justa. Debí robarlo, él me creía culpable. Se me ha caído la venda de los ojos: jamás podré retroceder. Piensa en suicidio. Escepticismo: no he cambiado, “soy como los demás”. No se suicida por sonrisa de Bowman: buscaba alguien que le dier aun motivo para no hacerlo, alguien que no fuera mezquino y predecible.

Walker: profesor que tiene una aventura con una compañera del Instituto

Racionalista (ley de causa efecto, simbolizada en el artefacto de las bolitas). Cientifista (las leyes del universo son absolutas). Muy torpe en las las relaciones personales. Procesos irreversibles de la física los aplica a las personas.
Lo que quiere de la vida: lo que todos queremos: vivir la vida, despertarme animado, ser feliz. Es egoísta. Falta de compasión, de humanidad, producto de su egoísmo (con alumno Hammond).
Muestra un gran vacío interior. Insatisfecho: “no dejo de preguntarme si esto es todo”. Huye de sí mismo: Es perverso, pasas años desarrollando tu mente y al final no quieres pensar en nada. Hedonista. Su relación con la profesora Date es un puro egoísmo compartido. Cinismo respecto al marido de ella. Mentir para no atormentarle. Hedonismo puro: placer por el placer. ¿Realmente quiere a la profesora? No. No se despiden con un beso. Todo gira en torno a la cama –aparece en muchas tomas de la habitación-. Se dan cita (analogía con la prostitución). Esa habitación donde se producen los encuentros es un lugar triste, no es un hogar. Ella le recrimina: no creo que no hayas vuelto a tu piso a buscar el resto de tus cosas. Le recrimina su cobardía. Cuando le dice que tú me has liberado, has cambiado mi vida, me has sacado de la rutina, aburrimiento. Ella no le toma en serio, se sonríe con ironía.
Borra de la pizarra: IRREVERSIBLE (lo había dicho de los gases; jamás vuelve a ser como era: esa situación), quizás como diciendo “ a ver si cambio”. Está desconcertado y desconcierta a los demás.. Su mujer le pregunta: ¿qué quieres? El médico también ¿qué es lo que busca?
Hecho relevante: cuando la profesora Date le cuenta que su marido le ha dicho que no puede vivir sin ella. ¿Y tú qué? Respuesta: Silencio. Es el único personaje que no evoluciona.

Bowman: empleado de Gene apodado “el sonrisas”
El que es considerado infeliz por todos, resulta que es el único que es realmente feliz. Honrado. Familiar: pendiente de su mujer e hijos. Procura siempre ver el lado positivo de las cosas. Tiene una actitud vital muy positiva. Quizás en exceso.
Tiene detalles: lleva tomates, galletas. No es rencoroso: en la cafetería Bowman es quien hace por saludar a Gene, mientras éste intenta fingir que no lo ha visto. Incluso da ánimos a Gene. Bondad y categoría humanas Su sonrisa a Bea no es un mera acción extraordinaria, aislada. Es consecuencia de una actitud vital. Es importante que sonriera en ese momento. Pero más importante es que lo hiciera habitualmente. El hecho de que tuviera esa actitud positiva hacia la vida, le permite en ese momento volver a sonreir. Importancia de la acción cotidiana. Influye mucho, más de lo que uno pueda prever. Es producto de la coherencia, de la autentidicidad de vida. Manera de ser consolidada. Es como una fuente. Quizás esa actitud en parte se aprende de unos padres, de la familia, de algún amigo, de algún modelo.
Hecho relevante: cuando Gene le despide.
Respuesta: Se pregunta si ha hecho algo mal. Valora más su conciencia que la desgracia del paro. Le importa salir limpio de allí. Intenta ver el lado positivo: vacaciones, descanso, así podré estar más tiempo con mis hijos. Da las gracias. Sonríe.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

La esencia del hombre

La esencia del hombre según Leonardo Polo

Podemos también empezar considerando al hombre como sustancia natural. Evidentemente se puede decir que el hombre es una sustancia natural, una sustancia viviente; y por lo tanto es una sustancia con naturaleza, como los animales, como todas esas sustancias no elementales, sustancias superiores, que existen en el cosmos. Hasta aquí bien, y en rigor aquí es donde se detiene Aristóteles: el hombre es una sustancia, una sustancia muy alta, pero una sustancia con naturaleza, y nada más. Esta es la antropología de Aristóteles: el hombre como sustancia natural; más elevada que otras sustancias naturales, pero no pasa de ser una sustancia, y por lo tanto el hombre es intracósmico.

Pero no, el hombre no es intracósmico, ¿por qué? Porque el hombre no está unificado por la unidad de orden; es decir, porque es perfecto de otra manera. Lo perfecto en el universo, es decir, la causa más primaria, o la más perfecta de todas, es la causa final. Lo más perfecto en el universo es el orden; la unidad de orden expresa la perfección del universo, y por eso ahí es donde se consuma, es decir, donde se pasa de sustancia con naturaleza a esencia: la esencia es la consideración del universo como perfecto, como agotando toda su plenitud causal, todo su análisis causal. Toda su analítica causal unificada es justamente la unidad de orden, el telos en sentido estricto. Pero en el caso del hombre no es así; en el caso del hombre la perfección es inherente. La causa final siempre es una causa extrínseca; es una perfección, pero es una perfección que como unidad de orden no pertenece a lo ordenado. Lo ordenado está ordenado por esa unidad de orden, pero la unidad de orden se distingue de lo ordenado, es una causa distinta, y por eso se dice extrínseca.

La naturaleza humana tiende a la perfección mediante la libertad

En el caso del hombre, aun considerado como sustancia natural, la perfección es intrínseca, es decir, el hombre es una sustancia natural capaz de autoperfección. Si la sustancia natural humana es capaz de autoperfección, entonces esa capacidad de autoperfeccionarse, y ese efectivo alcanzar la propia perfección, es justamente lo que yo entiendo como esencia del hombre. La esencia del hombre se distingue de la esencia universo en cuanto que esencia, en que ella misma se dota de perfección, en que la perfección le es intrínseca. Se constituye como esencia sin aludir a un factor extrínseco ordenante, o a un sentido causal ordenante, sino que consigue su perfección, digámoslo así, en una redundancia sobre sí misma. Y esa redundancia sobre sí misma es justamente lo que se suele llamar hábito; el hábito es la perfección de la naturaleza humana. Pero el hábito se distingue de la causa final, de la unidad de orden, es decir, de la perfección del universo, porque el hábito no es extrínseco a la naturaleza, sino que el hábito es una consecuencia de la naturaleza. Al desplegar el hombre su operatividad natural entonces adquiere hábitos: los hábitos intelectuales, o bien los hábitos de la voluntad, que son las llamadas virtudes morales, y también incluso las tenencias categoriales. Una naturaleza que es capaz de autoperfección, una naturaleza que no tiene su fin fuera de ella misma, por decirlo así, sino que se dota ella misma de su propia perfección, esa naturaleza no es del universo, sino superior al universo. Una naturaleza autoperfectible no es la esencia universo, sino que es otro tipo de esencia.

Señalamos una peculiaridad de la esencia del hombre que la distingue de la esencia universo y según la cual es una naturaleza autoperfectible, no como las sustancias naturales intracósmicas. Las sustancias naturales intracósmicas no son autoperfectibles, sino que son perfeccionadas por algo extrínseco a ellas que es la unidad de orden, justamente la que las abarca, o dentro de la cual están, por decirlo así.

Esto no es nada nuevo, aunque la terminología que vengo utilizando les pueda extrañar; lo encontramos por ejemplo en la noción de ecosistema. En el sistema ecológico unas cosas tienen que ver con otras, unos vivientes tienen que ver con otros vivientes, de tal manera que se constituye un orden; en rigor, si esto lo llevamos a sus últimas posibilidades, nos encontraríamos con que el universo es una unidad de orden; una unidad de orden que comporta algo ordenado, es decir, que se ejerce sobre algo, puesto que tiene un valor causal. Hay un cumplimiento del orden y el cumplimiento del orden corre a cargo de lo ordenado, y lo ordenado puede ser ordenado en la misma medida en que pueda serlo, o en que permita que la unidad del orden se le aplique. No todo es susceptible de ser ordenado de la misma manera; cada sustancia a través de su naturaleza, o a través del factor que sea si se trata de una sustancia sin naturaleza, cumple el orden según la medida de que es capaz. Cuando se trata de la naturaleza del hombre no es así, la naturaleza del hombre se da a sí misma su propia perfección.

Pues bien esa autoperfectibilidad distingue la esencia del hombre respecto del universo como esencia; y también se distingue realmente respecto de un acto de ser propio, el acto de ser personal. Pero ahora el acto de ser personal no es un primer principio, sino que es la persona. La persona es aquel acto de ser, podríamos ahora también decirlo así, cuya esencia distinta realmente de él es una naturaleza autoperfectiva; en cambio, cuando el acto de ser es un primer principio la esencia es la unidad de orden. También hay sustancia, y naturaleza; pero la perfección de todo eso es la unidad de orden. La unidad de orden es, por así decir, común a todas las sustancias, es la organización de todas las sustancias. En el hombre no es así: en el hombre la perfección se la da él a sí mismo, a través de sus propios actos; a través de sus actos el hombre adquiere una perfección propia. La naturaleza del hombre adquiere una perfección que le es estrictamente intrínseca, es decir, que es una elevación de la misma naturaleza; con lo cual el hombre no es meramente una naturaleza, sino que es una naturaleza esencializable ella misma. En cambio las sustancias naturales del universo no son esencializables, sino que son simplemente ordenables, porque la perfección que les corresponde es una perfección que las aglutina, pero que no se les comunica, en el sentido de que ellas mismas la generen. No, nada de eso; es otro sentido de la causalidad, que además es unitario y las congrega a todas: la unidad del orden.

La esencia del hombre así entendida es una esencia superior a la esencia universo. Paralelamente habría que decir que el acto de ser correspondiente, esos trascendentales humanos: la libertad, la intelección como trascendental, y el amor como trascendental, también son superiores a los trascendentales que podemos considerar en metafísica, que son el ser, la verdad y el bien. A la superioridad de la esencia le corresponde también una superioridad en el orden del ser; aunque en rigor habría que decirlo al revés: porque se trata de un ser superior, de una trascendentalidad superior, es por lo que la esencia es superior.

martes, 18 de septiembre de 2007

El matrimonio en el designio de Dios

La colección de Iniciación teológica de Rialp ha publicado un intereasante resumen de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio. Los autores, Jorge Miras y Juan I. Bañares, ofrecen en apenas doscientas páginas un resumen que no tiene desperdicio, partiendo de es necesario "conocer a Dios y al hombre" para entender realmente el matrimonio. Ofrecemos un resumen del primer capítulo.

La Sagrada Escritura se sirve reiteradamente de la imagen del matrimonio para expresar el amor de Dios a los hombres.

La Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gen 1,26-27) y se cierra con la visión de las "bodas del Cordero" (Ap 19,7.9). De un extremo a otro la Escritura habla del matrimonio y de su "misterio", de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación "en el Señor" (1 Co 7,39) todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (cf. Ef 5,31-32).(Catecismo de la Iglesia, 1602)

Indudablemente, no se trata de una casualidad. Como tampoco es casual que en todas las épocas y culturas se tenga conciencia de la grandeza del matrimonio: se intuya, de un modo u otro, su relación con las más hondas aspiraciones humanas de amor verdadero, aunque no siempre se perciba claramente su auténtica dignidad

"La íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias, se establece sobre la alianza del matrimonio... un vínculo sagrado... no depende del arbitrio humano. El mismo Dios es el autor del matrimonio" (GS 48,1). La vocación al matrimo¬nio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador. El matrimonio no es una institución puramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Estas diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos comunes y permanentes. A pesar de que la dignidad de esta institución no se trasluzca siempre con la misma claridad (cf GS 47,2), existe en todas las culturas un cierto sentido de la grandeza de la unión matrimonial. "La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar" (GS 47,1).(Catecismo de la Iglesia, 1603)

Al utilizar precisamente esa imagen para darse a conocer, Dios nos muestra al mismo tiempo la naturaleza y el sentido del matrimonio: la unión conyugal del varón y la mujer, creados a su imagen y semejanza, (comunión), contiene también en sí misma, de algún modo, la semejanza divina; y por eso es sumamente adecuada para llevamos, por medio de algo que conocemos directamente, a vislumbrar el misterio de Dios y de su amor, que escapa a nuestro conocimiento inmediato

Deus caritas est, 11. La primera novedad de la fe bíblica, como hemos visto, consiste en la imagen de Dios; la segunda, relacionada esencialmente con ella, la encontramos en la imagen del hombre. La narración bíblica de la creación habla de la soledad del primer hombre, Adán, al cual Dios quiere darle una ayuda. Ninguna de las otras criaturas puede ser esa ayuda que el hombre necesita, por más que él haya dado nombre a todas las bestias salvajes y a todos los pájaros, incorporándolos así a su entorno vital. Entonces Dios, de una costilla del hombre, forma a la mujer. Ahora Adán encuentra la ayuda que precisa: « ¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! » (Gn 2, 23). En el trasfondo de esta narración se pueden considerar concepciones como la que aparece también, por ejemplo, en el mito relatado por Platón, según el cual el hombre era originariamente esférico, porque era completo en sí mismo y autosuficiente. Pero, en castigo por su soberbia, fue dividido en dos por Zeus, de manera que ahora anhela siempre su otra mitad y está en camino hacia ella para recobrar su integridad. En la narración bíblica no se habla de castigo; pero sí aparece la idea de que el hombre es de algún modo incompleto, constitutivamente en camino para encontrar en el otro la parte complementaria para su integridad, es decir, la idea de que sólo en la comunión con el otro sexo puede considerarse «completo». Así, pues, el pasaje bíblico concluye con una profecía sobre Adán: «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne» (Gn 2, 24).
Por esta razón la doctrina de la Iglesia habla del misterio del matrimonio, con la certeza de que la íntima comunidad de vida y amor que se establece sobre la alianza matrimonial de un varón con una mujer no es una más entre las posibles formas de relación que pudiera inventar el hombre.

Por el contrario, «el mismo Dios es el autor del matrimonio» (Gaudium et spes, 48.). Él ha creado al hombre, varón y mujer, tal como son, y «la vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador. El matrimonio no es una institución puramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Estas diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos comunes y permanentes» (CEC, 1603). Precisamente porque la naturaleza del matrimonio no depende del arbitrio del hombre o del azar, es posible descubrir los rasgos comunes y permanentes que lo caracterizan. Ante todo, porque la unión conyugal corresponde plenamente a la naturaleza humana, que es universal (común a todos los hombres en todos los lugares) y permanente (no cambia, en lo esencial, a lo largo del tiempo); y el hombre de buena voluntad, a pesar de las dificultades personales y culturales, es capaz de conocerse a sí mismo y de reconocer su propia naturaleza y las exigencias de su dignidad personal.

Pero, además, Dios, el autor de la naturaleza humana, ha salido al encuentro del hombre para comunicarse con él en la revelación. Al hablarnos de sí mismo y comunicarnos, con obras y palabras, su plan amoroso para nosotros, nos muestra también del modo más definitivo quiénes somos, cuál es el sentido y el valor de nuestra existencia. Esa revelación divina culmina con la encarnación del Hijo de Dios: Jesucristo «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, y le descubre la sublimidad de su vocación»( Gaudium et spes, 22), que excede con mucho lo que el hombre es capaz de conocer de sí mismo con su sola razón.


Así, con la guía de la revelación, es posible alcanzar la verdad genuina del matrimonio, más allá de la ignorancia, de los errores y debilidades de los hombres, que pueden deformarla u oscurecerla. Al mismo tiempo, comprender la hondura de la huella de Dios en el matrimonio lleva a descubrir su función imprescindible en la historia de la salvación.

El bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar. Por eso los cristianos, junto con todos lo que tienen en gran estima a esta comunidad, se alegran sinceramente de los varios medios que permiten hoy a los hombres avanzar en el fomento de esta comunidad de amor y en el respeto a la vida y que ayudan a los esposos y padres en el cumplimiento de su excelsa misión. (GS, 47)

El designio en su «principio»

De los dos relatos bíblicos de la Creación del hombre (Gen 2,7.18-24), leídos en la Tradición de la Iglesia a la luz de la revelación definitiva en Cristo, se desprenden al unos el para comprender el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. De modo resumido podemos destacar los siguientes:

• Dios, que es Amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor, ha creado al hombre, varón y mujer, a su imagen y semejanza es decir, con la dignidad de persona, y por tanto como un ser capaz de amar y ser amado. Más aún lo ha creado por amor y lo llama al amor, no a la soledad: esta es la “vocación fundamental e innata de todo ser humano”.

• Varón y mujer son iguales en su dignidad de personas y, a la vez, distintos: su condición sexuada -masculina o femenina- es condición de la persona entera que da lugar a dos modos diversos de ser persona humana.

• Precisamente esa diversidad los hace complementarios: entre todas las criaturas vivientes solo el varón y la mujer se reconocen como ayuda adecuada el uno para el otro en cuanto personas: como otro yo a quien es posible amar.

• En virtud de esa complementariedad natural, la atracción espontánea entre el varón y la mujer puede convertirse, por obra de su entrega mutua, en una unión tan profunda que hace de los dos “una sola carne”, y por tanto es indivisible (como la propia carne que no puede separarse sin mutilación) y exige fidelidad exclusiva y perpetua.

• Esa unión lleva aparejada la bendición divina de la fecundidad, como promesa y como misión conjunta del varón y la mujer hechos una sola carne por su elección y entrega recíproca.

Así pues, la dignidad personal del varón y de la mujer, y su consiguiente vocación al amor, encuentran una primera y fundamental concreción en el matrimonio: una comunión de amor fecunda, que -a semejanza del amor divino- se vuelca en dar la vida a otros y en cuidar del mundo, ámbito de la existencia humana.

De este modo, la unión conyugal es imagen visible -grabada en la misma naturaleza humana desde su origen- de la comunión de amor personal que se da en la vida íntima de Dios, y del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Al mismo tiempo, y por la misma razón, es imagen de la realización plena de la vocación del hombre al amor, que culmina en la unión eterna con Dios.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Bergman: el drama de un agnóstico

Ingmar Bergman (1918-2007) ha sido, sin duda, uno de los grandes maestros del cine europeo. Su obra deja reflejada en la segunda mitad del siglo XX la pregunta por el sentido de la vida humana, una pregunta que resulta dramática al no encontrar una respuesta clara. Hoy día estamos quizá más acostumbrados a un agnosticismo (¿nihilismo?) resignado. Recogemos aquí, (gracias a Aceprensa) las ideas más importantes del magnífico artículo que escribe Juan Orellana, crítico de cine y profesor de Narrativa Audiovisual en la Universidad San Pablo-CEU.

Entre la fe formalista y el racionalismo

En 1918, en la vieja ciudad de Upsala, nacía Ingmar Bergman, hijo de un pastor luterano. Esos primeros años de su vida, su niñez en la gran mansión de la abuela han sido la fuente inspiradora de toda su carrera. Ingmar Bergman fue esencialmente un nostálgico, que no un sentimental. Su nostalgia era del Misterio hecho presente, la añoranza de una encarnación que nunca llegó a reconocer en el seno de su educación protestante. Él planteó en su cine las preguntas últimas por el sentido de la existencia de un modo explícito y vivo.

Pero lo hizo para, en un segundo momento, rechazarlas como inútiles, o más que inútiles, incómodas. Al no encontrar una respuesta satisfactoria para ellas, en la práctica, las abandona. Opta por una negación práctica, que no teórica, de las mismas. Bergman deseaba una respuesta sensible, carnal, tangible... no abstracta, de ahí su nostalgia. Por otro lado, su educación puritana le predispone contra ese amor a la realidad sensible, lo que le lleva a una crispación interna impregnada de sentimiento de culpa. Finalmente el escepticismo irá conquistando su corazón.

En El séptimo sello (1956) este anhelo de una respuesta tangible se nos presentó en una de las escenas más hermosas de la película. El caballero Antonius Block -alter ego del cineasta- busca el sentido de su vida. Ha luchado en las cruzadas durante años y aún no ha encontrado lo que ansía. Su lucha es intelectual y moral. Vive concentrado en esa alta misión. Y una tarde insignificante, durante el ocaso, mientras sopla la brisa templada de la tarde y suena la música de fondo del laúd de Josef, con la compañía feliz de aquella familia buena y alegre merendando fresas silvestres con leche, nuestro caballero descubre y reconoce una correspondencia entre esa idílica situación y los deseos más íntimos de su corazón.


El caballero Block comprende que sólo en medio de una carnalidad humana como la de aquella familia, sencilla pero real, es posible reconciliarse con la vida. Es la nostalgia de la Encarnación. Será precisamente el niño de esa familia quién "realizará el milagro", quien hará posible lo aparentemente imposible: salvar de la Muerte a esos amables comediantes.

También en la película Fresas salvajes (1957), cuando los personajes dialogan sobre la pertinencia o no de la fe en el mundo moderno, hay un momento en que le preguntan al profesor Isak si él es un hombre religioso, y él responde con una poesía que se refiere a la realidad sensible de este mundo como signo amoroso del Misterio:

“¿Dónde está el amigo que siempre busco
cuando termina el día?
Cuando termina el día aún no lo encuentro
aunque mi corazón arde.
Veo sus huellas en todo lo que miro.
Huelo las flores y veo los surcos del campo,
Respiro el aire
y en el aire siento su amor.
Oigo su voz cuando el viento sopla en verano”.

Evasión estética

En Fanny y Alexander (1981), veinticinco años después de El séptimo sello, Bergman vuelve a plantear su misma tesis. Las grandes cuestiones quedan sin responder en el plano del conocimiento, y su propuesta es que nos dediquemos a nuestra pequeña realidad sensible y acogedora, olvidándonos de la pregunta metafísica, favoreciendo una evasión estética, "una escapatoria", como dice él. Recordemos el discurso que pronuncia el personaje de Gustav Adolf Ekdahl al final de la película:

“Nosotros, los Ekdahl, no hemos venido a este mundo para desvelar sus misterios, nosotros no estamos equipados para semejantes menesteres y es mejor que ignoremos los grandes interrogantes, porque vivimos en nuestro pequeño mundo. Nos contentamos con eso... Y hemos de hacer de él el mejor bien que podamos. Porque de pronto ataca la muerte, se abre el abismo, estalla la tempestad y el desastre se abate sobre nosotros. [...] El mal rompe sus cadenas y corre por el mundo como un perro rabioso: su veneno nos afecta a todos. Nadie escapa... Pero tampoco hay motivos para pensar solamente en desgracias, tenemos escapatorias, sin escapatorias para evadirse del drama, el hombre viviría en el infierno… Y estamos en el mundo, seamos felices, amigos, mientras somos felices. Pero para ello es necesario saber hallar el placer en este nuestro pequeño mundo: buena comida, amables sonrisas, árboles frutales en flor, melodiosos valses...”

Pero aquí también Bergman deja abierta una puerta a la esperanza, como en El séptimo sello, y termina deseando el milagro que rompa esa inmanencia total, esta falta de sentido último: Gustav Adolf, cuando nadie le oye, después del citado discurso, se dirige a su hija recién nacida y le dice:

“Tengo una reina en mis alegres brazos. Es tangible y a la vez un misterio. Quizá pueda algún día demostrar que es falso cuanto he dicho. Algún día reinará no sólo sobre el pequeño mundo, sino sobre el otro mundo, el gran mundo.”

“Tangible y a la vez un misterio”. Aquí queda impecablemente sugerida esa posibilidad del método de la Encarnación en la que el Misterio infinito y lo tangible, el misterio y el signo se hacen una misma cosa. Posibilidad que en la película se propone como lo más deseable. Es por ello por lo que Bergman implícita e inconscientemente se acerca -al menos como deseo- al dogma y método católicos que afirman que el Misterio está presente en la historia a través de una compañía humana -la Iglesia-.

El silencio de Dios

Ingmar Bergman recorrió un arco muy significativo desde El séptimo sello hasta Fanny y Alexander. En esos treinta años pasa desde un cierto compromiso intelectual con los problemas filosóficos y existenciales que plantea en sus primeros films, hasta la complacencia burguesa y esteticista que se percibe en los últimos. En este sentido, consideramos El manantial de la doncella (1959) como un título de transición en los planteamientos filosóficos de Bergman. Está a caballo entre el abordaje frontal y crudo del sentido de la vida de El séptimo sello y la negación rabiosa del mismo en Los comulgantes (1961) y El silencio (1962).

Es el propio cineasta quien reconoce su progresivo abandono de la pregunta religiosa durante los años en que rodó estas películas: “En El manantial de la doncella la motivación es muy dudosa. La idea de Dios hacía ya mucho que había empezado a resquebrajarse y quedaba más que nada como adorno. [...] Mis propias ideas religiosas estaban haciendo mutis por el foro”1. En los años sesenta declaraba: “Mi idea de Dios ha ido cambiando en el curso de los años para irse borrando y desapareciendo progresivamente”2.

Fe sentida y racionalismo

A pesar de ello, en El manantial de la doncella se refleja perfectamente la estructura protestante de su conciencia. Concretamente se muestra una contradicción irresoluble entre una fe entendida de forma sentimental y un racionalismo sin concesiones. Es decir, por un lado la fe debe ser “sentida” y por otro debe partir de certezas de perfil científico.

El resultado de esta esquizofrenia, en la que ninguno de los polos parece razonable, lo describe muy bien el propio Bergman: “Durante toda mi vida consciente me había debatido en una relación con Dios dolorosa y sin alegría. Fe o falta de fe, culpa, castigo, gracia y condena eran realidades irrefutables. Mis oraciones hedían a angustia, súplica, maldición, agradecimiento, consuelo, aburrimiento y desesperación”.

Una de las realidades humanas que más entra en colisión con está conciencia contradictoria es el sufrimiento de los inocentes. Algo de esto aparece en El séptimo sello -la bruja quemada-, y también en Fanny y Alexander -la tía Vergerus-, pero es en El manantial de la doncella donde mejor se expresa, a través de la doncella Karin y el niño de los criminales. Este dato de la inocencia sufriente es repugnante para Bergman e inmoviliza su discurso teológico.

En El manantial de la doncella aparece este aspecto de la siguiente forma. Marta representa la fe del sentimiento y el rito formal. En ella no hay asomo de duda, sino exceso de celo formalista. Töre representa la conciencia bergmaniana: por un lado el formalismo ("la costumbre es que sea una virgen la que lleve las velas a la i.glesia"), por otro el racionalismo ("Dios, no te entiendo"). El resultado es un personaje austero y comedido, pero esencialmente crispado. Como el caballero Antonius Block. En el fondo de todo está la obsesión de Bergman sobre la conciencia de culpa: si el mal está en relación con la culpa, ¿cómo se explica entonces que sufran los inocentes?

Sentimiento de culpa

En El manantial de la doncella, Karin es rubia platino, viste prendas luminosas, su blancura es simbólica, y la luz que recibe es siempre frontal, no contrastada como en el resto de los personajes. Ingerit, al contrario, representa la culpa. Ya no es virgen, está encinta, y su hijo lo engendró el demonio. Fotográficamente es morena, parcialmente iluminada, tratando de salir de la oscuridad. Karin es la hija y ella es la bastarda.

Sin embargo, a pesar de su mal moral -ella ha deseado el crimen, como lo desea Alexander en Fanny y Alexander- Ingerit es la única persona verdaderamente religiosa del drama, la que reza desde el fondo de su alma, la única que no se defiende cuando ora. Baste comparar el dramático: "¡Que venga Dios!" con el que Ingerit comienza la jornada, con el bostezo del padre cuando dice "...y líbranos del mal". Un mal que Bergman siempre muestra acompañado del plano de un Cristo crucificado terriblemente desesperado, lleno de tribulación y fracaso.

En resumen: dos situaciones muy distintas: la inocencia y la culpa, y dos reacciones: la fe formalista y el racionalismo torturado. Esta angustia paradójica entre el mal inevitable y la obligación moral -el sentimiento de culpa- lleva a Bergman y a sus personajes a desembocar en un cierto cinismo o en un desesperado voluntarismo. Töre es el voluntarista y el escudero de Antonius Block es el cínico por excelencia.

Al final de El manantial de la doncella Töre reza: "¿Lo ves? ¡Dios mío! ¿Lo ves? La muerte de una joven inocente y mi venganza. Tú lo has consentido. No te entiendo. No te entiendo. Sin embargo, te pido perdón. No sé otro modo de pedirte perdón. Te juro, Dios mío,... que construiré una iglesia de piedra con mis propias manos". Esta oración, además del tema aludido de la dificultad bergmaniana de conciliar el mal con la existencia de Dios, plantea la redención por el voluntarismo. En la escena final, cuando ocurre el milagro, que es la respuesta misericordiosa de Dios, Ingerit, la pecadora, es la que más se alegra del acontecimiento: se deja "invadir" por las aguas que sanan y purifican. Pero Töre no reconoce esa gracia ni se siente perdonado: necesita una meta para su voluntarismo. Su moralismo le impide entender la dinámica misericordiosa de la Gracia -el milagro- que rompe toda medida.

El naufragio en la inmanencia

Bergman ha continuado desarrollando su reflexión a través de los guiones que otros directores como Bille August (Las mejores intenciones) y Liv Ullman (Encuentros privados, Infiel) han dirigido. Las cuestiones de apariencia más filosófica dejan paso a un análisis introspectivo de las relaciones humanas de pareja con el acento siempre puesto en la conciencia de culpa, en el sufrimiento inocente y en radical soledad que nace de una imposible comunicación. La ausencia de Dios es sustituida por la fe en la santidad espontánea del hombre. Es muy elocuente este pasaje del guión de Encuentros privados:

Anna: - “¿Cree usted en Dios, tío Jacob? ¿En un Padre que está en los cielos? ¿En un Dios del Amor, con manos, corazón y ojos vigilantes?”
......
Jacob: - “No digas la palabra ‘Dios’. Di ‘la santidad’, la santidad del hombre. Todo lo demás son atributos,... desesperaciones, rituales, gritos angustiados en la oscuridad y en el silencio. Tú no puedes calcular ni abarcar nunca la santidad del hombre. Es algo muy concreto a lo que atenerse. Hasta la muerte. Lo que ocurre después está oculto... Son sólo los poetas, los músicos y los santos quienes nos han acercado espejos de lo Inasible.... No es una metáfora: inscrita en la santidad del hombre está la verdad”.

Los comulgantes (1961) abandona la lucha por la fe que mantenían los personajes de las películas anteriores que hemos comentado. En ella se desvelan las contradicciones de su fe protestante y Bergman reniega de ella. La amargura es total, ya que no encuentra nada que sustituya a esa fe muerta. El protagonista, un pastor luterano que ha perdido la fe, describe así su proceso:

“No sabía nada de la maldad o de la crueldad. Cuando me ordené sacerdote era inocente como un niño. Entonces todo ocurrió de golpe. Me enviaron a Lisboa como capellán durante la Guerra Civil española, y estuve en las primeras filas. Me negaba a entender. Rehusaba aceptar la realidad. Yo y mi Dios vivíamos en un mundo aparte y ordenado, en el que todo cuadraba. Todo a nuestro alrededor bullía de vida sangrante de realidad. Pero yo no la veía. Yo volvía la mirada a mi dios5. Creía en un dios absurdo, privado, paternal, que amaba a los hombres pero a mí más que a nadie. Si confrontaba a Dios con la realidad que veía, se me volvía feo, abominable, un dios araña, un monstruo. Por eso le protegía contra la vida y contra la luz. Lo comprimía dentro de mí en la oscuridad y en la soledad”.

La escena que, como acta notarial, confirma la defunción de la fe en Bergman tiene lugar en el despacho de la vicaría. Jonas Persson -interpretado por el inigualable Max von Sydow- va a pedir consejo al pastor luterano, Tomas Ericsson -el también enorme Gunnar Björnstrand-. Jonas está en plena crisis existencial y recurre como último esfuerzo al consuelo del pastor:

Tomas: - “Nos abruma el sentido de las cosas y Dios se hace distante. Me siento tan impotente. Comprendo su angustia, pero hay que vivir”.
Jonas: - “¿Por qué?”
Tomas permanece en silencio. Al no encontrar respuesta Jonas decide quitarse la vida.
Sin embargo, Bergman, al menos en tres películas, deja abierta una puerta -que no es otra que la de su deseo- a la fe en la Gracia. En Fanny y Alexander vimos como después del discurso final citado, desmentía su escepticismo. En El séptimo sello afirma el protagonista “Este niño realizará el milagro”, refiriéndose al hijo de los bondadosos comediantes. En El manantial de la doncella, el mendigo le dice al muchacho que morirá asesinado poco después: “Y cuando crees que estás perdido, una mano te salva, alguien te abraza y te lleva a otro lugar muy lejano donde el mal no tiene ningún poder”.

domingo, 2 de septiembre de 2007

Cine y Antropología: Blade Runner

Del cine a la Antropología: Blade Runner.

La pregunta sobre la esencia del hombre


Todo lo que él quería eran las mismas respuestas que todos buscamos: de dónde vengo, adónde voy, cuánto tiempo me queda. Deckard (voz en off), del guión de BLADE RUNNER.


Blade Runner (RIDLEY SCOTT. USA, 1982. 114 min.) es uno de los films más emblemáticos de los años ochenta y ha llegado a convertirse en un verdadero clásico dentro del género de ciencia-ficción. La historia transcurre en una fecha y un lugar concretos, “Los Angeles, noviembre 2019”. A través de esta ubicación espacio-tremporal RIDLEY SCOTT plantea cuestiones como lo real y lo aparente, la sustitución de lo natural por lo artificial, la deshumanización de las ciudades, el desequilibrio ecológico, etc. Pero lo que da a la película calado filosófico es la pregunta por el hombre y su tiempo, quebrado por la muerte.


SINOPSIS:
Seis replicantes modelo Nexus 6 llegan a la tierra huidos de una colonia espacial. Los replicantes son androides de aspecto idéntico a los humanos, creados por los hombres para realizar trabajos más duros y peligrosos. En un acto de rebeldía han escapado de las colonias en las que han matado a más de veinte personas, con el fin de encontrar a su creador y lograr de éste una prolongación de su existencia programada para cuatro años. En la tierra los replicantes son ilegales y son perseguidos por un cuerpo de policía llamado los blade runner. Deckard (Harrison Ford) es uno de ellos y a él se le asignará esta misión.


Ante todo, Blade Runner es una película que nos habla sobre la naturaleza del hombre, para ello juega con la constante comparación entre los humanos y los replicantes. Muchas veces nos queda la duda acerca de las fronteras de lo humano o incluso la convicción de que los replicantes se muestran realmente “más humanos que los humanos”, tal como proclama el lema de la Factoría Tyrrell, donde se fabrican los replicantes. Late en el fondo de la película en todo momento la cuestión sobre la esencia del hombre. Hay que advertir que se han comercializado dos versiones de este film, diferenciadas fundamentalmente por el desenlace final. La versión del productor es la que primero se comercializó y en ella parece que el protagonista Deckard es un humano; en la versión del director Deckard es un personaje más despiadado y duro parece más bien que su naturaleza es la de un replicante.

A partir de ahí las preguntas de carácter filosófico surgen en la mente del espectador de modo espontáneo: ¿Qué diferencia a los replicantes de los humanos? ¿Qué características nos hacen pensar en que una vida es humana?

¿Qué nos hace humanos?

Variadas respuestas se ofrecen a estas cuestiones. La primera es la referencia al origen. La referencia al creador está en el núcleo de la criatura misma, allí donde todo lo demás se apoya y de lo que todo lo demás depende. Los replicantes parecen ser conscientes de esto, no en vano tienen muy claro su objetivo: buscar a su creador. La primera característica de lo humano sería tener su origen en un padre.
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Se nos plantea aquí una posible lectura mítico-religiosa de esta historia. Como es sabido, los mitos no son razonamientos, no encadenan ideas, sino imágenes, no explican sino que materializan, simbolizan, algunas enseñanzas a cerca de lo que somos, nos hablan verdaderamente sobre lo que somos, ayudándonos a conocernos en aspectos delicados, aunque sea de un modo imperfecto. El mito era una forma de conocimiento sapiencial muy valorado en la antigüedad. ARISTÓTELES –por ejemplo–solía afirmar: cuanto más viejo me hago, más amante de los mitos me vuelvo. La nuestra es una cultura eminentemente técnica en la que muchas veces se echa en falta, precisamente esa sabiduría consistente en el conocimiento que nos habla de los temas centrales de la vida humana y las averiguaciones acerca de los dos temas centrales que afectan al hombre: el origen y el destino. La sabiduría nos dice de dónde venimos y adonde vamos.

El mito sobre el origen

Lo que Blade Runner propone no es tanto una explicación cuanto una puesta en imágenes de algo que constituye una parte delicada de nosotros mismos. En el fondo es una re-proposición en clave años 80 de antiguos mitos ampliamente desarrollados en la literatura y el arte de todas las épocas: El mito sobre el origen. La relación entre la criatura y el creador forma parte de muchas cosmogonías, y se aplica al hombre en su doble vertiente de criatura y creador. Es la búsqueda de una respuesta ante la pregunta sobre nuestro origen. En este sentido Tyrrell es un moderno Dr. Frankestein o Gepetto (Pinocho). Criatura y creador mantienen una relación misteriosa y ambivalente. El ser humano (persona) exige que las relaciones sean amorosas: sólo el amor es una relación adecuada para la persona; por eso la persona reclama un padre.

Blade Runner nos plantea a la vez el problema de la rebelión de la criatura frente a su creador, tema bien conocido por la filosofía moderna. Lo que trae a la tierra a los replicantes es una queja: han sido creados con poco tiempo de vida, les mueve el miedo a morir. Ante la negativa de Tyrrell a complacerles, Roy, el jefe de los replicantes le aplastará el cráneo, ese cráneo que contiene al cerebro que le creó. Una escena escalofriante: la criatura aniquila a su creador; algo que ni siquiera Frankenstein se atrevió a hacer. Es el mito de Prometeo. Deckard viene a ser el “brazo armado” que defiende al creador ante la amenaza de los replicantes, pero curiosamente el amor hacia una replicante genera en él una convulsión tal que termina poniéndose de parte de ellos. ¿Hace bien o mal actuando así?

También es interesante la figura de Roy, (iconográficamente presentado como una especie de Zeus) con su “deicidio”. Al asesinar a Tyrrell, su creador, parece que se humaniza, asumiendo libremente su trágico destino. Evidentemente se trataba de un falso dios, pues sólo un falso dios puede morir. La angustia de Roy ante la muerte le hará tremendamente humano y próximo a nosotros que, en el fondo no podemos olvidar que también tenemos “fecha de caducidad”.

La naturaleza humana

Estrictamente hablando la pregunta ¿qué nos hace hombres? Tiene una respuesta: la naturaleza humana, un modo de ser al que corresponde un determinado dinamismo en el obrar. La película en este sentido da una especial importancia a los sentimientos. Se nos advierte que los replicantes “fueron diseñados como copias de seres humanos en todos los sentidos, excepto en sus emociones. Pero los diseñadores creen que, al cabo de unos años, pueden desarrollar sus propias respuestas emocionales: odio, amor, miedo, cólera, envidia...”. Esto hace que su comportamiento sea especialmente inquietante y nos obliga, en nuestra búsqueda filosófica, a preguntarnos qué hace realmente humanos a los sentimientos del hombre (al fin y al cabo también los animales parecen tener ciertos sentimientos).

El hombre añade a sus tendencias inferiores finalidades más altas. El hombre se plantea fines nuevos (trascendentes) mucho más allá de las necesidades orgánicas: arte, cultura, religión, etc. Es precisamente esa trascendencia lo que nos impresiona en Roy, el último de los replicantes. En su pelea a muerte con Deckard no es el instinto de supervivencia lo que marca su comportamiento, sino, sorprendentemente el amor a la vida: no solo su vida; la vida de todos, mi vida (afirma Deckard).

Como vemos, en algunos momentos son los replicantes quienes nos muestran con más lucidez las más profundas inquietudes del hombre. Quizá una de las cuestiones que más “humanizan” la vida de estos replicantes es la pregunta por el fin. La pregunta ¿qué es el hombre? se transforma en una pregunta sobre el fin ¿hasta dónde soy capaz de llegar? ¿cómo vivir para que mi existencia tenga sentido? La pregunta por el fin nos sitúa ya en el plano moral. Podemos ver que los replicantes tienen planteamientos morales, les preocupa lo que está bien y lo que está mal, no sólo en el momento de la muerte violenta de cada uno de ellos (manifiestan profundos sentimientos de compasión y solidaridad), sino también a la hora de enfrentarse a la propia muerte, especialmente en el caso de Roy, que en alguna ocasión trata de hacer un balance moral de su vida. Veamos el siguiente diálogo que tiene lugar cuando por fin Roy se encuentra con su “creador”:

Roy: No es cosa fácil conocer a tu creador.
Tyrell: ¿Y qué puedo hacer yo por ti?
Roy: ¿Puede el creador reparar lo que ha hecho?
Tyrell: ¿Te gustaría ser modificado?
Roy: ¿Y quedarme aquí? [ pausa ] Pensaba en algo más radical.
Tyrell: ¿Qué? .... ¿Qué es lo que te preocupa?
Roy: La muerte.
Tyrell: ¿La muerte? Me temo que eso está fuera de mi jurisdicción, tú ....
Roy: Yo quiero vivir más.
Tyrell: La vida es así. Hacer una alteración en el desarrollo de un sistema orgánico de vida es fatal. Un programa codificado no puede ser revisado una vez establecido (...) Tú fuiste formado lo más perfectamente posible.
Roy: Pero no para durar.
Tyrell: La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo. Y tú has brillado con muchísima intensidad, Roy. Mírate, eres el hijo pródigo. Eres todo un premio.
Roy: He hecho cosas malas...
Tyrell: Y también cosas extraordinarias. Goza de tu tiempo.

Vemos aquí la ambivalente relación entre criatura y creador. Realmente no se puede decir que sea una relación padre-hijo. Tyrrell no parece conmoverse mucho ante la suerte del desesperado Roy, más bien le anima a tomar las cosas con resignación. Una vez más nos identificamos con el replicante y su angustia ante una muerte prematura, porque, en realidad, intuimos que toda muerte es prematura, que esa perfección a la que tiende la naturaleza humana se presenta como casi inalcanzable, por eso queremos vivir. Esa angustia manifiesta, en el fondo, el carácter abierto e inacabado del hombre.

Pero es en la secuencia final del duelo entre Roy y Deckard donde se manifieste de un modo más claro, con poéticas palabras de Roy, la verdadera humanidad de los replicantes. Bajo la apariencia de brutalidad se esconde en los replicantes una especie de supra-humanidad que se manifiesta en su falta de resignación a ser máquinas programadas, su deseo de vivir, su pregunta por el sentido de la vida, su amor a la libertad (se niegan a ser esclavos). Las grandes preguntas existenciales se las plantean ellos: ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? ¿qué será de mí? ¿a dónde vamos? ¿por qué no podemos vivir más? Deckard está ahí para atestiguarlo:

Roy: Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.
[ Roy muere. La paloma sale volando hacia el cielo ]

Deckard (voz en off): "No sé por qué me salvó la vida. Quizás, en esos últimos momentos, amaba la vida más de lo que la había amado nunca. No solo su vida; la vida de todos, mi vida. Todo lo que él quería eran las mismas respuestas que todos buscamos: de dónde vengo, adónde voy, cuánto tiempo me queda. Todo lo que yo podía hacer era sentarme allí y verle morir".

El tiempo, el amor y la muerte

Vemos al fin unos seres que sienten la vida como ningún humano y temen la muerte, desean vivamente tanto tener un pasado (historia) como unas expectativas de futuro. El paso del tiempo tiene una especial importancia en la película contribuyendo al creciente dramatismo de la historia. Los replicantes quieren más tiempo, quieren que el tiempo no pase por ellos. También esto los hace más humanos. A Roy se le va acabando el plazo de tiempo concedido antes de concluir la misión que él mismo se ha encomendado (rescatarse del tiempo).

Pero sobre todo, lo que más les humaniza es que son capaces de amar. La muerte de Pris hace que Roy manifieste hacia ella un amor apasionado. Después, en el duelo final entre Roy y Deckard el primero salva la vida al segundo mostrando así que el amor a la vida está por encima de las demás cosas (odio, deseo de venganza, etc.). Es capaz incluso de amar desinteresadamente.

La película plantea uno de los grandes temas: la redención por el amor. Sólo el amor hace posible escapar de la esclavitud del tiempo. Sólo el amor nos hace mejores y da sentido a nuestra existencia. Es importante en este aspecto no olvidar el amor entre Rachael y Deckard, central en el desarrollo de la historia. En la secuencia (de amor) del piano entre Deckard y Rachael, cuando ella expresa sus dudas acerca de la autenticidad de sus recuerdos Deckard dice “tocas muy bien”, en una exaltación del presente amoroso, como diciendo que el amor prescinde del pasado y del futuro. En realidad no tiene mucho mérito que toque bien el piano, pues si lo hace es porque ha sido “programada” para ello, y Deckard lo sabe, pero no le importa, le gusta oírle tocar el piano porque la ama, y ese amor le llevará a tratar de salvarla. Pero será Roy quien asuma de un modo más claro el papel de redentor salvando a Deckard. No sólo amaba a alguien, sino a todos. No solo su vida; la vida de todos. Deckard se enfrentaba a una muerte segura y, cuando estaba todo perdido, aparece una mano salvadora, curiosamente, una mano traspasada por un clavo.