lunes, 31 de marzo de 2008

La unidad psicosomática humana

Comenzamos con la serie de reflexiones de Antropología Filosófica de Gonzalo Beneytez. Para muchos autores la explicación de la realidad humana de basa en la triada de cuerpo, psique y espíritu. El hombre es un ser corporal y espiritual. La corporalidad y la espiritualidad del hombre son distintas, no se confunden, pero al mismo tiempo se integran y se complementan en la unidad del ser humano.

El cuerpo humano

El cuerpo humano es un compuesto de elementos materiales comunes al resto de las sustancias del universo. El cuerpo humano realiza las actividades específicas corpóreas comunes a los demás seres animales del universo: nutrición, crecimiento, respiración, digestión, moción, relación y reproducción. El cuerpo realiza esta actividad de manera autónoma.

El cuerpo humano está dotado de la capacidad de reaccionar ante los estímulos y cuerpos externos con el fin de aprovechar para su propio beneficio las sustancias que vienen de fuera y repeler lo que puede dañarle. Esta cualidad, denominada reactividad, está regida por el principio de conservación de la vida. La vida es un valor automáticamente salvaguardado por la naturaleza humana.
El cuerpo humano se encuentra integrado en una realidad superior que podemos llamar unidad psicosomática. Se trata de un cuerpo unido a una estructura psíquica por la que el sujeto siente el cuerpo y vive insertado en el mundo material a través del cuerpo. Por el cuerpo la unidad psicosomática humana se relaciona con el mundo: lo ve, lo huele, lo oye, lo siente, lo experimenta, lo vivencia de manera humana.

El psiquismo humano

La dimensión psicológica de la persona humana (“psique”, en griego) constituye una unidad con el cuerpo. El hombre posee una constitución psicosomática: una unidad dinámica corpórea y al mismo tiempo psíquica por la que puede realizar actividades diversas:

—específicamente corpóreas: la digestión de alimentos, la respiración, el movimiento local: andar, correr...
—específicamente psíquicas: los actos de los sentidos externos e internos: ver, oler, sentir alegría, sufrir pasiones como la ira, etc.
El psiquismo humano está constituido por un entramado muy rico de afecciones denominadas sentidos, sentimientos, emociones, pasiones, deseos… Algún autor ha dicho que el hombre se haya sumergido en un cierto "laberinto sentimental" como dice J. A. Marina.

La psicología humana es en cierto modo semejante a la psicología de los animales más desarrollados. Desde el punto de vista psicológico el hombre parece ser más inepto que algunos animales que poseen sentidos más desarrollados y aprenden a ser autosuficientes con más facilidad y rapidez. La psicología humana posee una mayor plasticidad o capacidad de desarrollo aunque sea más lento. Ahora nos interesa destacar que la psicología humana tiene la capacidad de integrarse con las facultades espirituales. Más adelante estudiaremos que su actividad está a caballo entre la materialidad del cuerpo y la espiritualidad de lo propiamente personal del hombre.

Algunos animales poseen un psiquismo semejante al humano; e incluso –en cierto modo– más desarrollado: las águilas tienen una vista superior a la humana. La diferencia estriba en que el psiquismo animal representa la cúspide de su naturaleza. La conducta animal corre enteramente por cuenta de este psiquismo. La psicología animal sigue pautas más o menos predeterminadas: el animal actúa según el dinamismo que se deriva de su psicología: una psicología limitada, cerrada a un mundo limitado.
El psiquismo establece las pautas más elementales de la conducta. Gracias al psiquismo cada hombre conoce en primer lugar el estado del propio cuerpo. Cada hombre "siente" su cuerpo. Puede sentirse bien: con energía, con fuerza..., o puede sentirse mal: cansado, nervioso, con malestar físico. Gracias a este sentido corporal puede percibir un mal corpóreo (por ej.: una herida, una mala digestión, un dolor de cabeza, una corriente eléctrica, o la presencia de un mosquito sobre la piel...), elaborar un diagnóstico (tengo la gripe, tengo cansancio,) y así poner el remedio oportuno (tomar la medicación oportuna, reposar unos días en cama...).
El psiquismo permite al hombre, en segundo lugar, adquirir un conocimiento sensible de los objetos externos y entablar una relación básica con ellos beneficiosa para el hombre. Por medio del psiquismo el hombre percibe la bondad o malicia de un objeto externo y reacciona ante él; ya sea para apropiárselo o para rechazarlo.
No obstante el conocimiento que el psiquismo humano tiene de los objetos externos es parcial; se limita a los aspectos fenoménicos del objeto; a su apariencia. Un niño pequeño —precisamente porque vive todavía muy condicionado por el psiquismo— tiende a llevarse a la boca lo que tiene un color llamativo y lo chupa o lo come, sin plantearse la posibilidad de que pueda sentarle mal.

Las instancias afectivas humanas actúan por sí mismas de manera autónoma. Cabe decir que son ciegas si se analizan desde el punto de vista del conocimiento de la verdad. Necesitan la luz de la inteligencia. Los afectos y sentimientos son educables: hay que reconducir la vida afectiva y pasional hacia los verdaderos valores de la persona humana.

El psiquismo humano nos conduce a la realidad de la conciencia. La diferencia esencial entre la actividad estrictamente corporal y las activaciones psíquicas estriba en que las segundas son afecciones que se manifiestan en la conciencia.

La conciencia

Cada hombre vive sumergido en un flujo de experiencias causadas por la percepción del propio cuerpo y el mundo externo en el que vive el hombre. El hombre experimenta todo eso en su interioridad, en su intimidad subjetiva. Estas experiencias son vividas por la subjetividad consciente del sujeto personal de una manera íntima, como vivencias personales. Estas vivencias constituyen ese flujo interior que denominamos conciencia. La conciencia es el ámbito en el que el hombre experimenta interiormente todo el conjunto de vivencias subjetivas referentes a sí mismo y al mundo circundante.

En la conciencia confluyen las experiencias de la realidad objetiva y el sujeto que las experimenta. Por ejemplo, cuando siento sed, percibo la necesidad de beber junto con la experiencia del «yo». El que tiene sed soy yo. Experimento a la vez «sed» y «yo». El yo subjetivo acompaña todas mis experiencias. Dicho de otra manera, todas las experiencias se viven de manera subjetiva, se viven por el sujeto como propias. La conciencia humana siempre es autoconciencia: incluye la conciencia de sí mismo.
La conciencia de uno mismo o conciencia del yo viene a ser el común denominador de todas las experiencias psíquicas. Desde que me despierto hasta que me duermo soy consciente de mí mismo como el sujeto de todas las afecciones psíquicas. De esta manera va desarrollándose la imagen del «yo», aparece el conocimiento de mí mismo, el conocimiento de mi propia identidad o autoconocimiento.

¿Quién soy yo? Yo me percibo como el sujeto de mis afecciones psíquicas: yo soy un sujeto que ve, huele, sueña, imagina, recuerda, siente hambre, y frío... Yo soy quien siente la mano, el brazo, la pierna... todo mi cuerpo. Este cuerpo que siento, lo siento como mío. Por tanto yo soy mis afecciones psíquicas y el cuerpo por el que siento esas afecciones. Ese cuerpo es sentido como mío: es mi cuerpo.

El proceso de la autoconciencia se lleva a cabo por la relación con el resto de los seres que rodean al «yo»: las personas y cosas que rodean al «yo» humano desde la infancia. Poco a poco cada hombre adquiere noción de su identidad por relación al mundo en que vive. Mi «yo» aparece configurado dentro de un conjunto de seres, de manera especial por relación a un «tu» personificado casi siempre en la figura de la madre, del padre, los hermanos y los demás: vecinos, amigos... La autoconciencia se desarrolla en el encuentro y la comunicación con otros hombres.
En resumen: «yo» soy algo: un cuerpo; soy un sujeto consciente: un psiquismo; soy un alguien que convive y se comunica con otros... ¿qué más? El «yo» descubre que además de paciente soy un agente de sus actos: soy capaz de inventar mis propios actos; soy capaz de realizar elecciones propias: soy autor de mi propia existencia: soy libre.
Van apareciendo poco a poco otras realidades «psíquicas» como son las voliciones, los pensamientos, las dudas, la reflexión... y con ello el desarrollo del lenguaje humano. El yo debe enfrentarse ahora al problema de la libertad y al problema de la búsqueda del sentido de la vida y del propio ser. El yo se torna problema de sí mismo. Vemos que el yo nace como «yo psicológico»: como sujeto de vivencias psíquicas. Luego se conforma como «yo espiritual»: como ser que toma conciencia plena de sí como autor libre y configurador de su propia vida. Es así como el yo alcanza una conciencia más completa de sí, conoce su ser en sí: el «yo ontológico».

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