miércoles, 24 de septiembre de 2008

La vocación del hombre al trabajo

El concepto «trabajo» puede definirse como la actividad humana encaminada a la obtención de los recursos básicos para la subsistencia propia y de los demás. El trabajo es también un cauce de desarrollo de las capacidades humanas, un ámbito de realización personal y social; de comunicación y colaboración con otros hombres en la consecución de proyectos sociales. En el trabajo entra en juego todo lo que es el hombre: la naturaleza física, la psicología, la espiritualidad, su relación con el mundo físico, vegetal, animal, la comunicabilidad y la comunión con los demás hombres y con Dios. El trabajo es con frecuencia una actividad costosa y sacrificada, pero es también para muchos una fuente de satisfacciones humanas y de progreso material y espiritual. Gonzalo Beneytez destaca en este artículo los aspectos espirituales del trabajo.


Trabajo, familia y sociedad
La vida familiar exige la satisfacción de las necesidades básicas de las personas que integran la familia (la alimentación, el cuidado de la casa, la atención a las personas…). La familia constituye naturalmente la primera fuente de trabajo y debe ser asimismo una escuela de solidaridad en el trabajo.

La sociedad se constituye por la agrupación de familias. La vida familiar se debe complementar con todo un conjunto de actividades en el ámbito social destinadas a la obtención de los medios básicos para la subsistencia familiar, u otros fines de interés personal o familiar: bienes de consumo, actividades de formación profesional o cultural, medios de diversión, amistad... Surgen de esta manera relaciones sociales de contenido muy diverso: industrial, comercial, académico, científico, cultural, artístico, lúdico, religioso... que constituyen la diversidad del cuerpo social. El sano desarrollo de la sociedad requiere un correcto enfoque de las actitudes y relaciones laborales de los ciudadanos.

La vida social no debe menoscabar la vida familiar sino protegerla y fomentarla, porque la raíz de la sociedad es la familia. La familia tiene a su vez la misión de preparar hombres que lleven a cabo el desarrollo y enriquecimiento de la vida social. Familia y sociedad se complementan mutuamente. El trabajo establece el puente de unión entre la familia y la sociedad. La familia es escuela de humanidad, y por tanto de trabajo. El trabajo debe ser un servicio a la sociedad entera: debe velar por el bien común de la sociedad. Por esto mismo, todo trabajo debe velar por el bien de cada familia: debe respetar ante todo los requerimientos de toda familia.

Dimensión religiosa del trabajo
Según la tradición judeocristiana el trabajo guarda relación con la dimensión religiosa del hombre. En el Génesis se encuentra el primer evangelio del trabajo. Dios creó al hombre en el jardín del Edén para que lo cultivara. Por medio del trabajo, Adán podría comer sus frutos, vivir y mejorar sus condiciones de vida. El trabajo no es un castigo de Dios sino algo connatural al hombre; algo bueno en sí para el hombre: el hombre debe trabajar no solo por los frutos que obtiene con su trabajo, sino porque el trabajo hace bueno al hombre. El trabajo tiene una dimensión religiosa trascendente en cuanto que puede realizarse como colaboración en el proyecto creador de Dios.

El Génesis señala asimismo que Dios encargó al género humano una misión fundamental: «Henchid la tierra: sometedla y dominad» (Gen 1, 28). Se señala de esta manera algo importante: Dios quiere que el hombre contribuya al desarrollo del plan creador. «En la palabra de la divina Revelación está inscrita muy profundamente esta verdad fundamental, que el hombre, creado a imagen de Dios, mediante su trabajo participa en la obra del Creador, y según la medida de sus propias posibilidades, en cierto sentido, continúa desarrollándola y la completa, avanzando cada vez más en el descubrimiento de los recursos y de los valores encerrados en todo lo creado» [Juan Pablo II, Encíclica "Laborem exercens", 25b].

El hombre ha sido creado «ut operaretur», para trabajar, para llevar a cabo el progreso y desarrollo del hombre y, en definitiva, para llevar a cabo el plan creador: «hagamos al hombre». El trabajo hace de alguna manera al hombre porque el trabajo configura la vida humana, configura las relaciones humanas, la sociedad, la cultura, la nación, la política, el Estado... El Génesis señala que nuestros primeros padres fueron expulsados del Paraíso terrenal como consecuencia del pecado. Un efecto del pecado es el sufrimiento que va unido al trabajo: «trabajarás la tierra con el sudor de tu frente y la naturaleza te negará sus frutos» (Gen. 3, 17-19). El trabajo está vinculado al esfuerzo, la fatiga, la dificultad…

También se dice que Caín y Abel ofrecían a Dios los frutos de su trabajo. De esta manera se significa que, pese al pecado, el hombre no pierde su relación con Dios: el sentido de total dependencia y sumisión al Creador. Por el trabajo el hombre muestra la sujeción que debe a su Creador a la vez que le expresa la honra, agradecimiento y alabanza debidas. El trabajo posee un profundo sentido religioso: a Dios le agrada el trabajo de Abel, porque le ofrece sus mejores frutos. Ciertamente Abel trabaja para Dios. Dios está en el horizonte supremo de su vida y por consiguiente de su trabajo.

La actitud de Caín es netamente diversa. Su actitud moral se pone de manifiesto cuando mata a su hermano por envidia. El trabajo y las relaciones humanas de tipo laboral ponen de manifiesto la calidad moral de las culturas y los hombres. En el mundo laboral hemos asistido en ocasiones a la explotación del hombre por el hombre. El desorden moral que anida en el corazón del hombre, la soberbia, el afán de dominio… han dado lugar a un perversión del valor humano del trabajo.

Trabajo y desarrollo personal
En el trabajo cabe distinguir dos dimensiones fundamentales:

a) transitiva: el objeto del trabajo; la obra realizada. Por ejemplo: construir una casa.
b) intransitiva: el desarrollo técnico y moral que adquiere el sujeto agente del trabajo durante el trabajo; capacitación profesional, desarrollo de virtudes morales: justicia, solidaridad, laboriosidad...

En la concepción del trabajo y de la empresa debe darse prioridad al carácter personal del trabajador. El primer valor de la empresa es el valor de cada trabajador entendido como persona. Cada persona es un valor en sí mismo: un valor absoluto que reclama respeto y aprecio. El trabajador debe sentirse protagonista de la empresa en la que trabaja: debe sentirse valorado, motivado para dar lo mejor de sí en el trabajo. Hay que destacar la importancia de mejorar paulatinamente la propia formación profesional, promocionarse, aprender a trabajar cada día mejor. En nuestros días se subraya con acierto la importancia de promover el desarrollo del trabajador como persona. Se destaca la necesidad de promocionar la participación responsable del trabajador en el bien global de la empresa alentando el espíritu de iniciativa, la creatividad, la integración con los demás miembros de la empresa y con los clientes, el desarrollo de buenas relaciones humanas.

A lo largo de la historia se puede observar que el trabajo y las relaciones laborales han sido en muchas ocasiones una realidad degradante y deshumanizadora. Se podrían citar algunos procesos históricos —la Revolución industrial, por ejemplo— que dieron lugar a métodos perniciosos de organización social de trabajo. Es frecuente advertir la existencia de empresas en las que su organización interna sigue un esquema mecanicista que reduce el trabajo a una tarea predominantemente técnica, compartimentada, artificial, burocrática… y, como consecuencia, estresante y deshumanizadora para los trabajadores empleados.

En el trabajo el hombre se retrata a sí mismo: manifiesta su grandeza y su miseria, su capacidad de entrega solidaria y su egoísmo. En el trabajo se refleja la calidad moral de la vida humana. El hombre debe aprender a trabajar: debe humanizar el trabajo y debe humanizarse por medio del trabajo.

La moral profesional
Toda actividad profesional influye de alguna manera en el bien común de la sociedad. El modo de trabajar, el efecto transitivo del trabajo, repercute para bien o para mal en el desarrollo moral de los demás. La deontología profesional es la parte de la ética referida a los aspectos morales del trabajo profesional. El ejercicio de su profesión plantea en ocasiones situaciones comprometedoras desde el punto de vista moral. El modo de afrontar esas situaciones tiene gran relevancia moral en la sociedad. Cabría citar numerosos ejemplos de situaciones en las que el trabajo profesional posee una gran relevancia moral.

El médico puede verse involucrado en la atención de pacientes que le piden su colaboración en actividades que propiamente son ajenas a la Medicina: la mujer que desea abortar, el enfermo deprimido que desea morir, la mujer que se plantea tener hijos por medio de la fecundación artificial, la señora que solicita fármacos anticonceptivos, la que pide ser esterilizada... De una manera u otra el médico refleja una actitud ante el valor de la vida, la dignidad del embrión en el seno materno, el sentido del sufrimiento, el modo de afrontar la vejez...

El periodista que recibe un testimonio sobre una acción escandalosa de un político se encuentra ante el dilema de publicar o no esa información. Decisión que exige valorar la conveniencia de cerciorarse sobre la veracidad de esa información, el derecho a publicar esas hechos, los perjuicios que puede provocar a terceros, el efecto social...
El abogado que trabaja en un despacho y recibe un cliente que le pide llevar a cabo un trámite de divorcio, el funcionario que recibe una comisión a cambio de firmar un permiso de obras... De una manera u otra cada uno trabaja de acuerdo con su propia concepción de la justicia y según honradez profesional. Su trabajo contribuye a configurar la sociedad de una manera más o menos justa dependiendo en buena medida de la talla moral del trabajador.

El político tiene la misión de gestionar el gobierno de asuntos públicos referentes a la sanidad, la enseñanza, la legislación sobre la familia, el orden público, las relaciones internacionales, la ecología, el gasto público, el trato a inmigrantes, la atención de personas discapacitadas... Con frecuencia se encuentra en la tesitura de afrontar situaciones de gran trascendencia moral, a veces nada fáciles de gestionar, tales como la permisión de la práctica del aborto, el modo de tramitación del divorcio, la educación religiosa en los colegios, la determinación del status jurídico de las parejas homosexuales, la participación en conflictos internacionales, asuntos relativos a la moralidad pública como el régimen de la publicidad, la protección de la ecología, la ordenación urbanística, la contaminación ambiental y acústica, la telebasura, la conveniencia de otorgar subvenciones a determinadas ONGs o asociaciones...

Un político determina de una manera u otra el marco de libertad y de respeto mutuo básicos para el desarrollo social. El político debe comprometerse ante todo con el verdadero bien social, y éste no consiste solo en la permisión del mayor grado de libertad posible por parte de los individuos o en un progreso meramente material. Con su actitud fomenta o menosprecia los valores humanos referentes al origen y desarrollo de la vida y la convivencia armónica y justa entre los hombres.

El profesor de enseñanza primaria, secundaria o universitaria tiene el deber de transmitir unos conocimientos sobre un área concreta del saber. Al impartir las clases con frecuencia aborda asuntos colaterales relacionados más o menos directamente con temas de moral. El profesor de historia que explica temas como la colonización de América, la Revolución industrial o las guerras mundiales del Siglo XX no podrá quedar al margen de los atropellos de los derechos humanos que se cometieron entonces.

Cada profesor refleja de manera explícita e implícita una actitud ante la vida, ante las personas, ante los grandes problemas de la existencia. Todo profesor influye de una manera u otra en la visión de la vida de los alumnos: tiene la capacidad de influir positiva o negativamente en la formación humana, moral y espiritual de los alumnos. ¿Cómo no referirnos a la influencia que puede ejercer sobre un público más o menos numeroso un productor de películas de cine? Los realizadores de series televisivas seguidas por miles y a veces millones de personas deben ser conscientes del modo en que influye en los telespectadores –en el modo de pensar y de juzgar la realidad– los contenidos morales de esas series: la trama, los diálogos, los argumentos, las actitudes de los personajes ante determinadas coyunturas...

El diseñador de ropa de moda influye notablemente en el modo de vestir de muchas personas, y algo parecido sucede con el comerciante de tiendas de vestidos. También el escritor de novelas, o el publicista o el fabricante de juguetes... influyen —cada uno a su manera— en el modo de pensar y de ser de adultos y niños. Y así concluiríamos que todo profesional influye de alguna manera en el resto del cuerpo social.Es preciso por tanto que cualquier profesional considere en conciencia la influencia moral de su trabajo en el cuerpo de la sociedad y procure promover mediante el trabajo el bien moral de la sociedad.

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