miércoles, 30 de abril de 2008

El relativismo

Afirmación según la cual un juicio moral no es de por sí verdadero (o bueno) o falso (incorrecto o malo), y que su verdad o falsedad no depende de las razones que lo sustentan, sino del estado de ánimo subjetivo o de las costumbres culturales. En su aspecto más difundido, como relativismo cultural, sociológico o antropológico, sostiene que existen de “hecho” sociedades, tribus o culturas distintas, con códigos éticos distintos.

Hay relativismo ético, propiamente dicho, cuando se sostiene que no hay forma de decidir, entre valores y conductas morales opuestas, cuál es la correcta y cuál la incorrecta; o bien que hay opiniones éticas conflictivas y opuestas que son igualmente aceptables moralmente, o que todos los códigos morales tienen igual valor moral. Esto se puede interpretar, de un modo estricto, como si indicara que no existe distinción alguna entre lo que es justo y lo que es injusto (nihilismo ético), o bien se puede interpretar simplemente como si afirmara que nadie puede justificar racionalmente qué es justo y qué es injusto (relativismo escéptico). A este último relativismo se le llama también relativismo metodológico, por cuanto supone que no hay un método adecuado de razonar lo que es éticamente correcto.

La solución al conflicto parece estar en un conveniente equilibrio entre la admisión de un pluralismo ético o un pluralismo de valores, y la afirmación de que el propio punto de vista ético, crítico y reflexivo, vale más que cualquier otro, mientras no se muestre lo contrario. Es difícil sostener el valor absoluto de los principios morales al igual que el valor absoluto de las propias convicciones morales. Si el valor no es absoluto, entonces se funda en razones de tipo empírico: las decisiones humanas tomadas en un determinado tiempo y lugar, a partir de determinadas condiciones intelectuales y afectivas.

Por otra parte, se sostiene que existen valores morales universales. A un primer momento en que, por parte de los antropólogos, interesaba más destacar las diferencias étnicas entre los pueblos, sucedió otro de interés por destacar las similitudes. Y así como se detecta la presencia de determinadas instituciones sociales (la familia, la división del trabajo entre los sexos, etc.) en todos los pueblos, también hay fundamento para afirmar que determinadas creencias o valoraciones morales son universales: el rechazo del asesinato, la existencia del incesto, la prohibición de mentir, el deber de lealtad con el propio grupo, la sumisión del individuo al bien común, el deber de educar a los hijos, etc.

La afirmación, no obstante, de la existencia de principios morales universales es controvertida y aún negada. Dado que la creencias morales divergen de persona a persona, de comunidad a comunidad, de cultura a cultura y cambian de época en época -sobre todo si se sostiene que fundamentalmente expresan emociones de los sujetos que las tienen-, difícilmente pueden aducirse hechos de alguna clase con los que contrastar su verdad o falsedad. La afirmación de que las creencias morales han de ser consistentes entre sí tampoco es relevante para su universalidad, y la insistencia tradicional en la distinción entre enunciados fácticos y enunciados de valor destaca más bien la peculiaridad del mundo moral.

Al tratar de la Ética, topamos de inmediato con un hecho innegable: la diversidad de contenidos morales en el tiempo, en el espacio y entre las generaciones de un mismo lugar. ¿Significa esto que las acciones son moralmente buenas o malas dependiendo de cada cultura, de cada generación, e incluso de cada persona? ¿Significa que en la Ética no podemos hacer ninguna afirmación que pretenda universalidad, porque todas dependen de la cultura en que nos encontramos, del grupo al que pertenecemos o del tipo de persona que somos?

Para el relativista, en el ámbito moral no hay nada universal. Si esa afirmación se toma en serio, resulta imposible establecer un diálogo sobre cuestiones morales entre diferentes culturas. Entre dos interlocutores que no tienen nada en común no puede haber un diálogo. Y, sin embargo, vemos cómo uno de los rasgos de nuestro tiempo es el diálogo intercultural. El relativismo es contradictorio. Si todo es relativo, ha de ser relativo el mismo relativismo y, en ese caso, se deja libre el camino para la posibilidad del no-relativismo.

El subjetivismo ético hace muy difícil, cuando no prácticamente imposible, la convivencia social. Y el efecto más inmediato de una convivencia difícil es que peligra el propio interés del individuo. Se llega, tarde o temprano, a un “contrato social”, a un pacto, los hombres se ponen de acuerdo sobre algunas normas, intentando en lo posible satisfacer las dos exigencias fundamentales: que cada uno puede hacer lo que libremente desee y que de esa actuación libre no se deriven graves inconvenientes sociales que pongan en entredicho la misma libertad individual. Como sería un atentado a esa dignidad individual que alguien en concreto se creyera depositario de las normas morales válidas para todos, no cabría más solución que ésta: esas normas serían pactadas, consensuadas, acordadas por la mayoría. En cada época resultará moral o ético lo que la mayoría estime como tal. Así como se defiende el método de la mayoría para tratar los asuntos políticos -y eso es la democracia-, existiría una especie de democracia moral o ética, en la que lo moral resultaría del acuerdo general.

Pero este planteamiento denominado Ética del consenso incurre en graves contradicciones. Si fuera verdad lo que ella dice, cualquier acto inmoral que no estuviese contemplado como tal en las costumbres de una época determinada, sería lícito. Así, en algunas épocas, algunos pueblos hacían sacrificios humanos, considerándolos buenos. Según este tipo de ética, si los consideraban mayoritariamente buenos, eran buenos. Por el mismo procedimiento, si con una hábil propaganda, se pusiera en práctica la idea de matar a los débiles y minusválidos -como hizo el régimen de Hitler-, aquello sería bueno. La Ética del consenso representa el abuso de una libertad que se cree con derecho a juzgar arbitrariamente sobre la realidad. Al no admitir el peso específico de lo real, la inteligencia queda abandonada a su propio capricho, al interés partidista o ideológico. Por ello, es de gran importancia considerar que “el hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no convierte esos vicios en virtudes; el hecho de que compartan muchos errores, no convierte éstos en verdades; y el hecho de que millones de personas padezcan las mismas formas de patología mental no hace de estas personas gente equilibrada” (Erich Fromm).

miércoles, 23 de abril de 2008

Controlar los propios sentimientos

Veíamos ayer la importancia del equilibrio personal entre sentimientos, inteligencia y voluntad. Una pieza clave en este equilibrio es el control de los propios impulsos y sentimientos.

El hombre debe aprender a sentir la realidad, apreciar y gustar el mundo. No basta con ver. Hay que aprender a mirar, apreciar la realidad, discernir la belleza. Hay que discernir las cualidades de los hombres con los que convivimos, intuir su mundo interior: sus alegrías y penas, los motivos de sus sufrimientos, sus expectativas e ilusiones... La empatía es la capacidad de experimentar unas vivencias afectivas semejantes a las que padece otra persona. Es muy conveniente saber "empatizar" con quienes convivimos.
Los sentimientos humanos constituyen un dinamismo humano autónomo: el hombre los experimenta en la conciencia de manera pasiva. Los sentimientos surgen como una reacción natural de la sensibilidad humana ante los sucesos de la vida y el comportamiento de las demás personas. Solemos pensar que ante los sentimientos no cabe más salida que padecerlos pasivamente. Si son agradables, disfrutarlos, y, si son desagradables, sufrirlos con resignación.
¿Podemos influir de manera voluntaria en nuestro mundo afectivo y sentimental? Cabe responder que en cierta manera sí es posible. Tenemos experiencia de que podemos adoptar actitudes distintas ante los sentimientos. El tipo de actitud que tomemos depende en buena manera de cada uno. Cada hombre debe aprender a adoptar una actitud inteligente ante las situaciones que vive y los sentimientos que suscitan estas situaciones. De manera que la respuesta no sea meramente espontánea sino fruto de una elección consciente.
En el mundo de la empresa se dice que el buen directivo debe aprender a actuar ante las personas y situaciones de una manera no reactiva (espontánea) sino proactiva.
La madurez humana requiere aprender a «sentir de manera cabal» la realidad. La madurez humana requiere una adecuada educación de los sentimientos. Educar los sentimientos significa comprender de alguna manera por qué se siente la realidad como se siente, conocer los estados anímicos personales, ser capaz de dar una cierta interpretación de los estados anímicos que sufrimos, saber relativizar la excesiva carga sentimental que a veces sufrimos, fomentar sentimientos adecuados ante la realidad que percibimos.
El hombre actúa habitualmente según lo que decide hacer. La voluntad es la capacidad de decidir. La voluntad es la capacidad de imperar la orientación de nuestros actos. Es la facultad que reclama fuerza: la fuerza de la voluntad es un valor humano porque significa actuar según las propias decisiones. Pero la voluntad reclama la luz de la razón porque no es razonable actuar por el simple motivo de que me he decidido a hacerlo así: porque sí. La voluntad reclama actuar por motivos verdaderos, por lo que verdaderamente entiendo que es bueno para mí.
En no pocas ocasiones la persona debe actuar al margen o contra los impulsos afectivos y sentimentales. Lo logra gracias al imperio de la voluntad orientada por la verdad conocida intelectualmente. Sin embargo el equilibrio de la personalidad alude a la conveniencia de que los sentimientos se armonicen en lo posible con la voluntad. Es difícil actuar habitualmente al margen o contra los sentimientos. Querer a los demás requiere involucrar las capacidades afectivas y educar la afectividad para que se integre con los valores conocidos por la inteligencia y queridos por la voluntad. La madurez humana requiere la adecuada integración de la afectividad con la voluntad y la inteligencia. La voluntad —capacidad de decidir y querer— debe mover a la inteligencia a iluminar los valores humanos que deben regir la vida e inducir a los afectos a apreciar afectivamente esos bienes humanos. Hay que impulsar y potenciar la afectividad en el gusto por lo bueno.
La persona debe detenerse a considerar los aspectos valiosos de los demás y dejar que los afectos se nutran, se desarrollen hacia esos bienes. Así se puede aprender a querer más a una persona, con mayor afectividad. De igual manera se pueden corregir los sentimientos de ira o cólera, de odio o rencor. No debemos dejar que nos dominen. Podemos examinar cuál es la causa objetiva que provoca esos sentimientos, desenmascarar así la incongruencia objetiva de la carga emotiva que experimentamos y controlar de manera oportuna su influencia en nosotros.
A veces nos sentimos molestos por el comportamiento de una persona; nos resulta antipática, pero desconocemos el motivo o razón objetiva de esa molestia: ¿por qué me cae tan mal este individuo? Si uno analiza lo que le pasa puede llegar a conclusiones muy diversas.
Puede suceder, por ejemplo, que la molestia sea un sentimiento de antipatía infundado, ocasionado por un particularidad física de esa persona: me desagrada su porte descuidado, o su timbre de voz. Puede ser que la antipatía venga provocada por su carácter, sus gustos, los temas insulsos sobre los que suele conversar...
Tras ese análisis la conclusión más razonable consiste en aprender a tolerar ese modo de ser, quitar importancia a esas desavenencias, y no dejarse arrastrar por la antipatía. Además conviene fomentar sentimientos de aprecio hacia esa persona reconsiderando y remarcando sus buenas cualidades.
Si observo que una persona me cae mal porque su conducta es inmoral puedo intentar ayudarla a rectificar y reparar su mala conducta. De este modo lograré mitigar los sentimientos adversos y emprender una actitud razonada y positiva ante los escollos de la convivencia con esta persona.

sábado, 19 de abril de 2008

La "Ética del cuidado"

Nos parece que merece la pena publicar aquí este artículo de Fernando Pascual tomado de la web mujer nueva

Algunos autores se han preguntado si existe un “pensamiento masculino” y un “pensamiento femenino”. Otros han lanzado una pregunta parecida en el campo de las acciones: ¿existe una ética del hombre y otra ética de la mujer?
Son preguntas que han cobrado fuerza en las últimas décadas, pero que habían sido formuladas ya en la Antigüedad. Platón, por ejemplo, no reconocía ninguna diferencia entre el hombre y la mujer en lo que se refiere a la vida del alma, es decir, en lo que se refiere al pensamiento y al actuar moral. Para Platón, tanto los hombres como las mujeres eran capaces de resultados muy similares en estos campos de la acción humana.

Conviene recordar el presupuesto desde el cual Platón llegó a esta idea “revolucionaria” en su tiempo: establecer una fuerte distinción entre el alma y el cuerpo. La sexualidad quedó situada en el ámbito de lo corporal, de lo contingente, de lo inferior. El actuar, en cambio, nacía desde el alma, que tenía un valor muy superior respecto del cuerpo, y no existía diferencia alguna entre el alma del hombre y el alma de la mujer.

En la actualidad también hay pensadores que ven el sexo como algo marginal o inferior, en parte debido a las contingencias corporales, en parte promovido por formas de educación de tipo discriminatorio. Entre estos autores es fácil intuir, en un modo más o menos escondido, una cierta concepción dualista del ser humano, en la que la vida intelectual y la vida moral puede superar las contingencias corporales para llegar a una uniformidad tal que no sea posible encontrar, en ese ámbito, diferencia alguna entre hombres y mujeres.

Pero las cosas no están tan claras. Según otros pensadores, existen diferencias intelectuales y diferencias morales que tienen su raíz en la constitución somática de cada uno, en lo genético, entre lo cual se encuentra también la propia sexualidad.

El cuidado

No es el momento de dirimir aquí un problema tan complejo, sino de considerar una teoría ética que se ha desarrollado en este contexto, y que subraya precisamente la dimensión afectiva de nuestras conductas por encima de visiones y de sistemas que miran, más bien, a normas universales más o menos abstractas. Nos estamos refiriendo a las éticas del cuidado (conocidas por su término en inglés como “ethics of care”).
En general, la ética del cuidado quiere recuperar la importancia de las dimensiones emotivas y los sentimientos, de las relaciones y del interés, en la vida moral. Frente a éticas que buscan lo puramente formal (como la de Kant), lo meramente legal (como algunas interpretaciones de las éticas del derecho), o que deciden en función de los beneficios individuales o sociales (como el utilitarismo), la ética del cuidado quiere centrarse en el sujeto, en sus relaciones y afectos, en su manera de “imbuirse” en una situación o problemática ética, y en su deseo de decidir del modo que más favorezca el bienestar del otro, incluso por encima de reglas abstractas que no llegan a comprender las dimensiones emotivas de cada situación.
Es conocido que algunos autores han relacionado la ética del cuidado con el modo de pensar y actuar típicamente femenino. Podemos recordar aquí los nombres de Carol Gilligan, con su obra “In a different voice” (1982), y de Annette Baier (que publicó “Postures of the mind” en 1985). Para Gilligan, por ejemplo, los hombres (en general, no de modo exclusivo) tienden a subrayar la importancia de los derechos y la justicia, de los principios abstractos, mientras las mujeres (también en general) darían mayor importancia al sentido de responsabilidad que nace de las relaciones humanas, sentido que se hace especialmente fuerte en las relaciones entre padres e hijos.

No han faltado autores, también en las filas del feminismo, que han criticado esta posición por considerarla reductiva y promotora de injusticias. La mujer, dicen estos autores, no piensa sólo en clave de afectos y de responsabilidad, ni los hombres se reducen a hacer cálculos en función del derecho o de los principios universales. Igualmente, los críticos han notado que la diferencia de comportamientos éticos entre hombres y mujeres puede ser el resultado de la educación e, incluso, de una situación discriminatoria en la cual la mujer se ha visto siempre relegada a funciones de servicio y de atención de las necesidades domésticas.

Más allá de esta discusión, podríamos notar que el comportamiento ético de todo ser humano (hombre o mujer) implica la relación de muchos elementos. Por un lado, tenemos una inteligencia que recoge informaciones, que analiza una situación más o menos compleja, que entrevé diversas líneas de acción. Entre las posibilidades operativas, algunas se presentan como más fáciles, otras más difíciles; unas pueden ser legales y otras no; unas pueden producir un resultado en breve tiempo y otras a más largo plazo.

La visión religiosa influye también a la hora de decidir, lo mismo que la visión sobre lo que significa ser individuo de la especie humana. Un materialista cierra el horizonte de la acción a lo intramundano, mientras que un espiritualista se abre a lo transcendente y a la vida después de la muerte. En cada perspectiva el modo de juzgar la misma situación puede ser muy distinta.

Teoría y práctica

Luego llega el momento de la decisión, en la que la voluntad se pone en juego. La complejidad del ser humano nos hace reconocer que no actuamos según lo que la inteligencia haya considerado como lo mejor, pues hay situaciones en las que tenemos claro que algo debe hacerse y no lo hacemos, y otras en las que consideramos injusta una estrategia operativa, y luego la llevamos a cabo. Elementos como el miedo, algún interés más o menos honesto, presiones familiares, sociales o de trabajo, llevan a poner en práctica comportamientos que habían sido inicialmente considerados como inmorales.
Un encargado de contratar personal, por ejemplo, cree (a nivel intelectual) que el sexo no debe establecer discriminaciones a la hora de asumir a un nuevo empleado. Sin embargo, puede encontrarse con una directiva de la empresa según la cual no hay que contratar a mujeres en edad fértil para determinados puestos de trabajo. Su actuación puede seguir su conciencia (a riesgo de ser despedido) o someterse al miedo y actuar, así, de forma discriminatoria.

En este complejo cuadro de las opciones morales, la ética del cuidado ofrece elementos interesantes, pero no suficientes, para determinar un comportamiento ético. Son importantes, reconoce esta ética, las dimensiones emotiva y la responsabilidad, pero los sentimientos y el grado de implicación afectiva que pueden nacer en nosotros frente a otra persona no son suficientes para determinar una línea de acción éticamente correcta. Si el afecto familiar puede llevar a proporcionar dinero al hijo drogadicto que pide ayuda a sus padres, ese mismo afecto debería descubrir la importancia de otros principios éticos (también el de justicia) por el cual el modo de tratar al hijo puede ser radicalmente distinto.

Desde luego, los principios de justicia, respeto de la ley, fidelidad a la conciencia, no deberían contraponerse al afecto que une y que relaciona entre sí a los seres humanos, no sólo en el ámbito de la familia, sino también en las múltiples situaciones sociales que pueden crearse en la vida (encuentros casuales, relaciones de trabajo o de estudio, amistades, etc.). El verdadero afecto implica la integración de los deberes éticos en el ámbito de las relaciones, y esto vale tanto para el hombre como para la mujer.

En este sentido, la ética del cuidado no puede ser una ética sólo “para las mujeres” (algunas feministas defienden con firmeza esta idea), sino que corresponde a las exigencias más profundas de todo ser humano, llamado a existir desde los demás y para los demás. Un actuar ético que no tenga en cuenta al otro en su valor y dignidad como ser humano no corresponde al verdadero bien, que podemos descubrir todos, hombres o mujeres, desde el corazón que ama a los demás por lo que son y por lo que significan para nosotros.

Si ésta puede ser una contribución importante de la ética del cuidado, conviene subrayar que no es un signo discriminatorio el reconocer que las mujeres tienen una mayor capacidad de vivir de esta manera. Todo lo contrario: es una cualidad y una invitación a todos, también a los varones, a elevar el estándar moral, a pensar y a actuar “con una voz diferente” (parafraseando el título de la obra de Gilligan), con una voz capaz de acoger al otro en cuanto ser valioso en sí mismo.

domingo, 13 de abril de 2008

Religión y secularismo

The Economist, que en su número especial con ocasión del cambio de milenio publicó un reportaje que más bien parecía la nota necrológica de Dios, ahora confiesa que se precipitó. En un amplio informe (3-11-2007), reconoce que, contra el pronóstico secularista, la fe sobrevive y en los últimos años da muestras de renovada energía y mayor influencia en los asuntos del mundo.

Henry Kissinger no prestó atención al factor religioso en su magna obra "Diplomacia", y hoy admite que se equivocó. Kissinger y The Economist no fueron los únicos. “Desde la Ilustración, ha sido un canon del pensamiento progresista –escribe John Mickletwait, director del semanario británico– que la modernidad (…) haría desaparecer la religión. Está claro que no ha sido así”. El reciente despertar religioso es sobre todo el mentís de la realidad a la ideología, como el propio Economist advierte en el editorial del mismo número: “La idea de que la religión ha reaparecido en la vida pública es hasta cierto punto ilusoria. De hecho, nunca desapareció, al menos no en la medida imaginada por políticos franceses y profesores americanos”.

Esta “vuelta” de la religión es para algunos una desagradable sorpresa, que complica las cosas al introducir en el escenario social y en el internacional un factor más de conflicto y división, para colmo “irracional” y difícilmente controlable. El informe de The Economist se titula “Las nuevas guerras de religión”, que es en el texto el aspecto más destacado, aunque no el único.

De todas formas, el semanario advierte que la fe no siempre es origen o atizador de enfrentamientos, y muchas veces es una poderosa fuerza pacificadora. Recuerda, por ejemplo, que la oposición común a la violencia en Irlanda del Norte por parte de las autoridades religiosas católicas y protestantes contribuyó mucho a la paz. Cita también a Timothy Sha (Council of Foreign Relations), autor de este cálculo: de unos 80 países que se hicieron más democráticos entre 1972 y 2000, en más de 30 la mejora se debió, en mayor o menor medida, a la religión. En cambio, la guerra, la barbarie y el genocidio pueden muy bien darse sin que la fe los provoque, como dice el informe con palabras de George Weigel: “El siglo XX fue el más secular y el más sangriento en la historia de la humanidad”.

Aun así, The Economist se atreve a hacer una comparación entre la situación presente y la época de Cromwell, y a formular la siguiente ley general: “Como entonces, la fe prolonga los conflictos”. Admite que “rara vez la religión es el casus belli: es más, en muchos enfrentamientos, notablemente el de Oriente Próximo en los tiempos modernos, es asombroso lo mucho que tardó la religión en convertirse en parte importante de la contienda. Pero una vez que aparece, torna los conflictos más difíciles de resolver. Una disputa sobre la tierra –que se puede repartir– o el poder –que se puede compartir– o las reglas –que se pueden amañar– se convierte en una disputa sobre absolutos no negociables. Si crees que Dios te dio Cisjordania (...) no hay arreglo realmente posible”.

The Economist se expresa como si el conflicto árabe-israelí hubiese estado cerca de resolverse pero, al final, la religión lo hubiese estropeado todo. Lo cierto es que en cincuenta años transcurridos sin que fueran audibles las invocaciones a Dios, hubo cuatro guerras internacionales, terrorismo de la OLP y ocupación israelí de territorios palestinos, que en buena parte aún subsiste. Entre las causas que luego hicieron fracasar los acuerdos de Oslo y empezaron a alimentar la espiral de violencia subsiguiente a la segunda intifada están, por parte palestina, la inoperancia y la corrupción de la ANP, junto con los atentados terroristas; por parte israelí, el bloqueo de los territorios ocupados, la apropiación de suelo para colonias, el levantamiento del muro de separación. En comparación con todo eso, las soflamas fundamentalistas musulmanas o judías son poco más que retórica.

De hecho, cuando hoy se piensa en violencia de inspiración religiosa, viene en seguida a la mente un caso: el terrorismo islamista; pero no es fácil aducir muchos ejemplos más. El informe incluye un mapamundi en el que están señalados los lugares donde hay un conflicto interconfesional (18, según el recuento del semanario) o que han sufrido –o aún sufren– terrorismo de inspiración religiosa (14). Este es en todos los casos islamista.

En cuanto a las luchas entre credos, la cuenta está hinchada. Incluye México y Guatemala, por enfrentamientos esporádicos entre protestantes y católicos (un conflicto de “grado inferior”, dice el propio Economist); Somalia, donde más que divisiones religiosas, ha habido una especie de talibanes que se impusieron a los señores de la guerra hasta que intervino Etiopía; otros lugares donde no se ve tampoco conflicto puramente religioso, sino entre comunidades étnicas que son de distintas religiones, o bien movimientos independentistas o de protesta por parte de minorías con religión propia: Sudán, Etiopía, Kosovo, Israel-Palestina, Chechenia, Xinjiang (China), Sri Lanka, Tailandia, Filipinas, Aceh (Indonesia).

Con base religiosa reconocible, aunque mezclada con factores políticos, quedan los disturbios habidos en partes de Nigeria y de la India, la lucha entre chiitas y sunnitas en Irak, el caso del Líbano, y Cachemira, aunque en esta disputa entre la India y Pakistán, que unos sean musulmanes y otros hindúes ya casi es lo de menos.
A la postre se ve que la “ley” del Economist sobre la conflictividad de la religión presenta tantas excepciones (algunas mencionadas por la propia revista), que apenas tiene valor explicativo. Parece más bien una generalización exagerada a partir de algunos casos. Lo nuevo de los últimos años no consiste en la multiplicación de conflictos religiosos, ni en que la religión intervenga en conflictos antiguos y los encone; sino en la aparición de movimientos terroristas que invocan expresamente el Corán para justificar sus acciones. Pero esto no es un fenómeno de la religión en general.

Más acertado se muestra The Economist al señalar la diversidad como característica del panorama religioso actual. A este propósito cita a otro que rectificó –hace ya veinte años–, Peter Berger, respetada voz en sociología de la religión: “Creíamos que la relación era entre modernización y secularización. En realidad, era entre modernización y pluralismo”. En nuestra época, la gente tiene más libertad individual y más opciones, también para elegir su fe. Esto contribuye a que las sociedades sean multiconfesionales, aunque probablemente no tanto como las migraciones.

En todo caso, “la religión –dice el informe– ya no se da por supuesta o se hereda; se basa en las elecciones de adultos, que deciden ir a una sinagoga, templo, iglesia o mezquita”. Aquí ve el semanario un caso de una tendencia general: también en materia de credo, hoy el consumidor es rey; y encuentra una prueba elocuente en el auge pentecostal, donde nadie ostenta el monopolio del servicio, y un predicador se atrae una nutrida congregación, quizá hasta que otro con más carisma se la quita.

miércoles, 9 de abril de 2008

La libertad

Para Gonzalo Beneytez lalibertad se basa en la capacidad de decisión que tiene la voluntad. Es en particular sugerente su relación con la verdad y con lo que podemos llegar a ser

En el tema anterior hemos considerado la existencia de los apetitos, pasiones o impulsos de la afectividad hacia bienes de tipo sensible. Percibimos que determinados objetos nos atraen sensiblemente; nos apetecen. El psiquismo humano está predispuesto para sentir agrado hacia todo aquello que le conviene al cuerpo o a la mente; por ejemplo: descansar tras un esfuerzo físico o psíquico, beber cuando se produce una cierta deshidratación, comer cuando se está en ayunas, u otras actividades como dormir, pasear, o hacer deporte...

Nos apetecen muchas cosas pero no siempre las hacemos. ¿Por qué? La respuesta es que si no actuamos siempre por lo que más nos apetece hacer es porque existe en nosotros una capacidad superior al apetecer. Esa capacidad es el querer. Querer es una capacidad humana que ordinariamente está vinculada a la capacidad de apreciar algo que se capta como valioso. El querer remite a una decisión, es consecuencia por tanto de haber realizado una elección tras sopesar los pros y contras mediante la inteligencia.

La voluntad es la capacidad por la que el hombre quiere y decide. Los hombres sentimos apetencias pero podemos decidir seguir un curso distinto de lo que más nos apetece. Aquí podemos apreciar que la voluntad goza de una cierta superioridad respecto a la afectividad. La voluntad es la capacidad suprema del hombre en el orden de la decisión. El hombre se caracteriza por actuar según lo que decide por la voluntad. La capacidad de decidir se denomina «libertad».

Todo el día estamos decidiendo. Decido levantarme, salir, hacer esto o lo otro, hacerlo de esta manera o de la otra. Hablo con esta persona porque lo decido, y le digo lo que voy decidiendo decirle... y así actúo habitualmente a lo largo de toda la vida. Vivir es en cierto modo decidir.

Muchas veces tomamos decisiones poco importantes; como el menú que elijo cuando voy a comer a un restaurante. Otras decisiones son más importantes: iniciar un noviazgo. Hay decisiones por las que comprometo mi futuro: firmar unas letras de crédito en un banco, elegir una carrera o casarme con una determinada persona.
Vivir bien supone aprender a decidir bien. La vida requiere aprender a tomar decisiones: pensar bien las decisiones sobre los asuntos más comprometedores de la vida. La vida requiere tomar decisiones sobre el uso de ciertos recursos disponibles, el modo de resolver determinados problemas y retos coyunturales, y —en general— la manera de sacar el mayor partido posible a la vida.

La libertad es una capacidad y a la vez una responsabilidad. Hay que aprender a ser libres, hay que aprender a usar bien la libertad. En algunas ocasiones elegir es difícil, pues a veces no sabemos bien qué queremos, o tenemos la impresión de que queremos cosas contradictorias. La madurez humana consiste en definir el tipo de persona que deseo realmente ser y obrar de manera coherente.

La libertad y la verdad

Decidir con libertad significa sopesar las diversas posibilidades. La libertad requiere pensar bien las elecciones posibles. Quien actúa por apetencias, por inercia, por lo que hacen los demás, por la moda... tiene bastante menguada su libertad. Hay que esforzarse por tener en cuenta las diversas circunstancias, los riesgos, las consecuencias... de las propias decisiones.

La libertad reclama conocimiento de la verdad. Actuar bien produce satisfacción. Actuar de manera precipitada, con atolondramiento, sin prever las consecuencias nos suele provoca un sentimientos de desazón. Además nos sentimos obligados a reparar las consecuencias de una mala decisión. Nos pasamos la vida lamentando malas decisiones, reparando lo que hemos hecho regular o mal y sacando experiencias para decidir mejor en el futuro.

A veces pensamos que ser libre es elegir sin condicionantes, con total independencia del mundo que nos rodea: hacer lo que me viene en gana con pura espontaneidad. Esta concepción de la libertad es en el fondo una ilusión. La elección requiere tomar conciencia de lo que es verdaderamente bueno para mí. La elección requiere conocimiento de la verdad sobre lo que soy, puedo y debo hacer en medio de las circunstancias en las que se desarrolla mi vida. Las circunstancias condicionan mi elección, pero no necesariamente la determinan. Aunque las circunstancias nos influyen, nos condicionan, no nos determinan: existe espacio para la libertad. La libertad es la capacidad de encaminar la propia vida según el bien conocido, según el verdadero bien. La persona es el ser capaz de hacerse cargo de la realidad circundante y tomar una postura personal.

Cada persona se forja un ideal de vida; y actúa y decide según ese ideal. En este sentido se dice que la persona posee una cierta autonomía o capacidad de obrar libremente. No debemos confundir autonomía con libertad de conciencia: no nos corresponde decidir lo que es bueno o malo, sino que hemos de buscarlo, y actuar conforme a la verdad. Sin verdad no hay verdadera libertad. La libertad consiste en la capacidad de elegir lo bueno, no de decidir que algo sea bueno. La grandeza del hombre estriba en que no solo es capaz de conocer la verdad sino también de obrar según la verdad, de vivir en la verdad.

Libertad y autodominio

Si un hombre decide adelgazar, no le basta con tomar la decisión seguir un régimen de comidas de adelgazamiento. Es preciso llevarla a cabo y para eso debe vencer las tendencias psíquicas que le llevarían a desobedecer esa decisión. Ese hombre debe vencer la tentación de abandonar el régimen de comidas cuando le apetezca y debe esforzarse en cumplirlo. La libertad incluye autodominio. La libertad exige el autodominio de los dinamismos psicosomáticos, esto es, la autonomía o dominio de la persona por medio de su voluntad sobre sus sentimientos y pasiones.
La grandeza humana estriba en la capacidad de conducir mediante la voluntad los apetitos del psiquismo y actuar en último término no según el dictado de las pasiones sino según la verdad del objeto que se tiene delante. El hombre puede vencer el desengaño de la apariencia (de lo que aparece apetecible o desagradable) e instalarse en el mundo de la verdad —en el mundo real— (de lo realmente conveniente o nocivo).

Por esto la libertad se vive en ocasiones como un drama, como un esfuerzo costoso por llevar a cabo las propias decisiones en medio de una tormenta de dudas, incertidumbres, desganas, inapetencias y pasiones que oscurecen y dificultan seguir la dirección elegida. La madurez es la capacidad de caminar seguro y estable hacia la consecución del objetivo elegido, sin claudicar ante las dificultades y contratiempos. La libertad reclama fortaleza para vencer las tendencias anímicas contrarias. Para ser verdaderamente libres se requiere fuerza de voluntad. La voluntad se fortalece con esfuerzo.

La libertad entendida como autodeterminación

Cuando actúo soy autor, creador libre y responsable, de mis actos. La responsabilidad es una propiedad de la persona por la que es capaz de asumir la autoría de los propios actos con todas sus consecuencias. Cuando la persona es consciente de haber actuado mal siente la necesidad de rectificar y reparar el mal hecho.
Cuando actúo soy autor de mi acción. Pero hay algo más: mi acción revierte en mí mismo. Las decisiones que tomo me involucran a mí mismo. Cuando decido perdonar a un agresor me hago misericordioso. Cuando ayudo desinteresadamente a alguien me hago servicial. Cuando doy con abundancia a quien me pide me hago generoso. Y si digo una mentira me hago mentiroso. La conducta permanece en el sujeto agente. Configuro mi ser según mis obras.
Cada día, la persona humana configura su ser, se hace a sí mismo: cada hombre es "escultor" de sí mismo. En esto consiste ser persona humana, en esto consiste la libertad en la vida terrena. Cada uno es en cierto modo "padre" e "hijo" de sí mismo. Somos fruto y resultado de nuestras decisiones. «Somos, en cierto modo, padres de nosotros mismos cuando, por la buena disposición de nuestro espíritu y por nuestro libre albedrío, nos formamos a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz» [3].

El ejercicio de la libertad tiene una gran trascendencia en la persona. Las acciones humanas no quedan perdidas en la temporalidad, en el pasado. El modo de actuar queda grabado en la persona pues las acciones configuran nuestra personalidad. Con el tiempo cada persona va adquiriendo unos hábitos, un temperamento, un modo de ser, un estilo personal de vida humana que es resultado de las decisiones que cada uno toma, del tipo de conducta que cada uno determina libremente.

Tal vez el lector puede haber tenido la experiencia de haberse encontrado en alguna ocasión con un viejo conocido, al que nota muy cambiado. Antes era amable, cordial, simpático... Al cabo de los años se ha vuelto huraño, desconfiado, taciturno, grosero... Se le ha agriado el carácter. Y no es culpa del clima, o de una enfermedad, o de las compañías. Es culpa de la actitud que ha adoptado. Tal vez ese hombre ha adoptado esa actitud de una manera un tanto inconsciente, pero al fin y al cabo la ha adoptado él y él es el responsable último de su conducta y de su modo de ser. La libertad nos configura de una determinada manera humana y moral. La libertad introduce al hombre en la dimensión moral de la persona.

viernes, 4 de abril de 2008

Tengo un sueño

Por Martin Luther King, Jr.
Discurso leído en las gradas del Lincoln Memorial durante la histórica Marcha sobre Washington el 28 de agosto de 1963


Estoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy, en la que será ante la historia la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro país.
Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra.
Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha sido devuelto con el sello de "fondos insuficientes". Pero nos rehusamos a creer que el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes bóvedas de la oportunidad de este país. Por eso hemos venido a cobrar este cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la libertad y de la seguridad de justicia.
También hemos venido a este lugar sagrado, para recordar a Estados Unidos de América la urgencia impetuosa del ahora. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial. Ahora es el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad.
Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento y no darle la importancia a la decisión de los negros. Este verano, ardiente por el legítimo descontento de los negros, no pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad.
1963 no es un fin, sino el principio. Y quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban desahogarse y ya se sentirá contentos, tendrán un rudo despertar si el país retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia.
Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atrás.
Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles, "¿Cuándo quedarán satisfechos?"
Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No podremos quedar satisfechos, mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más grande. Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro de Misisipí no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que "la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente".
Sé que algunos de ustedes han venido hasta aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos han llegado recién salidos de angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de sitios donde en su búsqueda de la libertad, han sido golpeados por las tormentas de la persecución y derribados por los vientos de la brutalidad policíaca. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen trabajando con la convicción de que el sufrimiento que no es merecido, es emancipador.
Regresen a Misisipí, regresen a Alabama, regresen a Georgia, regresen a Louisiana, regresen a los barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades del Norte, sabiendo que de alguna manera esta situación puede y será cambiada. No nos revolquemos en el valle de la desesperanza.
Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño "americano".
Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales".
Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.
Sueño que un día, incluso el estado de Misisipí, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.
Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad.
¡Hoy tengo un sueño!
Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas.
¡Hoy tengo un sueño!
Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano.
Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres.
Ese será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar el himno con un nuevo significado, "Mi país es tuyo. Dulce tierra de libertad, a tí te canto. Tierra de libertad donde mis antesecores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la montaña, que repique la libertad". Y si Estados Unidos ha de ser grande, esto tendrá que hacerse realidad.
Por eso, ¡que repique la libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de Nueva Hampshire! ¡Que repique la libertad desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Que repique la libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pensilvania! ¡Que repique la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la libertad desde las sinuosas pendientes de California! Pero no sólo eso: ¡Que repique la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia! ¡Que repique la libertad desde la Montaña Lookout de Tennesse! ¡Que repique la libertad desde cada pequeña colina y montaña de Misisipí! "De cada costado de la montaña, que repique la libertad".
Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: "¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!"


Washington, DC
28 de agosto de 1963

jueves, 3 de abril de 2008

Dimensión espiritual de la persona

Para Gonzalo Beneytez la cúspide de la naturaleza humana no es el psiquismo sino el espíritu. El principio dinámico superior es la voluntad. La voluntad representa lo más humano. Cada hombre es capaz de determinar de algún modo su conducta por medio de las elecciones que realiza constantemente. El ejercicio de la voluntad precisa de la inteligencia.

El hombre posee la capacidad grandiosa de conocer —por medio de los sentidos, la imaginación, la inteligencia…— y de estimar, valorar y amar todo lo bueno que encuentra a su alrededor. Un primer acercamiento a la verdad nos los proporcionan los sentidos, los sentimientos... Pero el conocimiento cabal de la realidad nos lo aporta la inteligencia. La verdad propiamente dicha sólo se alcanza en el conocimiento intelectual. Las verdades más profundas acerca del hombre son difícilmente alcanzables.


El hombre es un ser abierto a la realidad. El hombre ha sido creado para vivir en la verdad: de la verdad y para la verdad. He aquí la nobleza del hombre: ser capaz de mantener una relación objetiva respetuosa con la realidad; una relación que no pretende someter la realidad para su uso y disfrute sino vivir de acuerdo a la realidad.


La verdad es patrimonio del hombre, pero un patrimonio que debe conquistar a lo largo de su vida. La búsqueda de la verdad exige actuar libres de prejuicios. Hemos de evitar etiquetar con precipitación a las personas y los acontecimientos; hemos de evitar juzgar de manera trivial la realidad. La realidad posee siempre en sí misma una mayor riqueza de como la conocemos. Hay que evitar el juicio definitivo: dejar abierta la puerta para aceptar ulteriores aspectos que todavía no conocemos y estar dispuestos a matizar y corregir los juicios que hemos hecho sobre la realidad.


Cada hombre debe desarrollar su capacidad intelectual y procurar progresar paulatinamente en la conquista de una verdad que nunca se alcanza de manera absoluta. Hay que desear profundizar en la realidad; no quedarnos en la superficie, en la apariencia que nos ofrecen los sentidos y sentimientos. Hemos de perder el miedo a pensar.

De lo que se acaba de exponer se pueden proponer algunas sugerencias prácticas:

—Hay que atreverse a pensar por cuenta propia: plantearse sin miedo las grandes cuestiones de la vida. Una actividad provechosa consiste en escribir lo que uno piensa. Escribir lo que se piensa ayuda a pensar.
—Es provechoso comunicar lo que pensamos sobre los temas profundos de la vida humana y contrastarlo con otras personas venciendo el pudor que ha veces nos detiene para hablar de estos temas. Es necesario aprender a dialogar, aprender a escuchar y razonar nuestros puntos de vista de manera desapasionada: aceptar lo que aportan los demás y ofrecer nuestra aportación a los demás.
—Conviene elaborar un plan de lecturas, y disponer a la semana de un tiempo para leer o estudiar. Antes de iniciar una lectura conviene asesorarse bien sobre la bibliografía más adecuadas a nuestros intereses de tipo literario, histórico, filosófico, teológico...
—Es provechoso transcribir en fichas los textos de las ideas y sugerencias más interesantes de los textos leídos. Poco a poco podremos disponer de un fichero ordenado por temas que resultará enriquecedor repasarlo de vez en cuando.

En todo hombre hay un anhelo irresistible de verdad, de deseo de saber, de comprender más profundamente el sentido de la vida, del más allá… Necesitamos dar respuestas a los grandes interrogantes de la vida: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿quién soy?, ¿qué debo hacer en la vida?

Los grandes interrogantes del hombre nos llevan a la búsqueda del sentido de la vida, a la razón de ser del mundo y del hombre. El hombre se termina preguntando tarde o temprano sobre la causa última del mundo, sobre su Creador, sobre el Ser absoluto que sostiene el mundo y da razón de su origen y finalidad última. En definitiva el hombre termina preguntándose sobre Dios.

miércoles, 2 de abril de 2008

La sexualización de las chicas

Una sexualización malsana está poniendo en peligro a las chicas cada vez más, concluye un informe publicado el 19 de febrerode 2007 por la Asociación Psicológica Americana (APA). Lo cuenta John Flynn en Zenit

Titulado «Report of the APA Task Force on the Sexualization of Girls» (Informe del Equipo de Trabajo de la APA sobre la Sexualización de las Chicas), el estudio es el resultado de la investigación sobre el contenido y los efectos de los medios de comunicación: televisión, vídeos musicales, música, revistas, películas, vídeo juegos e Internet.

El equipo de trabajo examinó también las campañas de promoción y anuncios de productos dirigidos a las chicas. «Tenemos una extensa serie de evidencias para concluir que la sexualización tiene efectos negativos en diversos campos, que incluyen el funcionamiento cognitivo, la salud física y mental, y el desarrollo sexual sano», afirmaba la doctora Eileen Zurbriggen, directora del equipo de trabajo y profesora de psicología en la Universidad de California, Santa Cruz, en una nota de prensa que acompañaba el informe.

La sexualización causa dificultades a cualquier edad, indica el informe, pero añade que es especialmente problemática cuando tiene lugar a una edad más temprana. Lograr la madurez sexual en los adolescentes no es un proceso fácil, reconoce el estudio, pero observa que cuando se anima a una chica joven o adolescente a ser sexy, sin que ellas sepan siquiera lo que esto significa, el proceso se complica aún más.

Saturación de los medios
El informe citaba algunos estudios que detallan la gran cantidad de tiempo pasado en contacto con los medios. Según los datos, el niño o adolescente ve de media tres horas de televisión al día. Sin embargo, cuando se calcula el número de horas totales ante todos los tipos de medios, resulta que los niños están expuestos a algún tipo de medio – televisión, vídeo juegos, música, et…- seis horas y media al día.

Un estudio llevado a cabo en el 2003 informaba que el 68% de los niños tienen una televisión en su habitación, y que el 51% de las chicas juegan a juegos interactivos en sus ordenadores y en consolas de vídeo juegos. Tanto chicas como chicos pasan una media de una hora al día ante el ordenador, visitando páginas webs, escuchando música, frecuentando chats, jugando a juegos o enviando mensajes a sus amigos.
El informe de la Asociación Psicológica Americana observaba: «En la televisión, los jóvenes televidentes encuentran un mundo que es desproporcionadamente masculino, especialmente en los programas orientados a la juventud, y en el que las figuras femeninas es más probable que vistan de modo más atractivo y provocativo que las masculinas». Un gran porcentaje de vídeos musicales contienen imágenes sexuales, y las mujeres suelen ser presentadas vestidas de forma provocativa. El informe también observaba que las artistas femeninas son presentadas de forma que su foco de atención principal no es su talento o su música, sino más bien su cuerpo y sexualidad. Así, concluye el informe, los espectadores reciben el mensaje de que el éxito viene de ser un objeto sexual atractivo.

En cuanto a las canciones mismas, los investigadores de la APA lamentaban que no haya análisis recientes sobre su contenido sexual. En su informe, no obstante, citaban algunos ejemplos de cómo las palabras de algunas canciones de éxito reciente sexualizan a las mujeres, o se refieren a ellas de formas altamente degradantes.

Dudosas influencias
Las revistas para adolescentes son otra importante influencia en las chicas. El informe citaba algunos estudios sobre el contenido de las revistas, y revelaba que uno de los mensajes centrales de las publicaciones es que «presentarse a uno mismo como sexualmente deseable, y obtener así la atención de los hombres, es, y debe ser, la meta focal de las mujeres». Es difícil determinar el enormemente variado contenido que está disponible vía Internet, pero los investigadores de la APA citaban un estudio sobre páginas webs que suelen atraer a las chicas – las páginas webs de fans de celebridades masculinas y femeninas. Un análisis de su contenido encontró que las celebridades femeninas eran de forma aplastantes más representadas con imágenes sexuales que las masculinas, sin importar si se trataba de la página web oficial o de una creada por sus fans.

La publicidad es otra área importante donde se suele sexualizar a las mujeres. Además, el estudio indica que la investigación ha mostrado la tendencia a presentar a las mujeres de forma decorativa o explotadora sigue aumentando. Ha alcanzado el punto, añadía, en el que se usan chicas en poses seductivas para atraer audiencias adultas. Recientemente, algunos comentaristas han resaltado el hecho de que también el mercado del juguete se está viendo afectado por la tendencia a la sexualización. Los investigadores de la APA declararon que estaban preocupados por los vestidos sexualmente provocativos que suelen vestir las muñecas más populares para las niñas entre 4 y 8 años.

Lo mismo ocurre con la ropa. Se invita a chicas en edades cada vez más jóvenes a vestir ropa diseñada para destacar la sexualidad femenina. Los cosméticos también se están dirigiendo a chicas más jóvenes. Todas estas influencias se combinan para ocasionar una serie de problemas a las chicas. El informe de la APA establecía que la sexualización está ligada con tres de los problemas de salud mental más comunes en las chicas y en las mujeres: desórdenes alimenticios, baja autoestima y depresión.

Los investigadores añadían que también existen evidencias que muestran que la sexualización de las chicas, y los sentimientos negativos por el propio cuerpo que provoca, pueden llevar a problemas sexuales en la edad adulta. Indicaban que se relaciona con el problema de la idealización de la juventud como la única edad buena y hermosa de la vida. El actual auge de los productos antienvejecimiento y de la cirugía cosmética es resultado de esta belleza impuesta.