domingo, 28 de diciembre de 2008

Grandes pensadores: Hegel

Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770 –1831), filósofo alemán nacido en Stuttgart, recibió su formación en el Tübinger Stift (seminario de la Iglesia Protestante en Württemberg), donde trabó amistad con el futuro filósofo Friedrich Schelling y el poeta Friedrich Hölderlin. Le fascinaron las obras de Spinoza, Kant y Rousseau, así como la Revolución francesa, la cual acabó rechazando cuando ella cayó en manos del terror jacobino. Murió víctima de una epidemia de cólera, que hizo estragos durante el verano y el otoño de 1831. Considerado por la Historia Clásica de la Filosofía como el representante de la cumbre del movimiento decimonónico alemán del idealismo filosófico y como un revolucionario de la Dialéctica, habría de tener un impacto profundo en el materialismo histórico de Karl Marx. Hegel es célebre como un filósofo oscuro, pero muy original y trascendental para la historia de la filosofía.


Encontramos en la "Introducción a la Historia de la Filosofía" de Hegel una exposición diáfana de su propio pensamiento, escrita con un lenguaje heroico y brillante, puede servir para adentrarse en el sistema filosófico del que ha sido considerado como uno de los mayores pensadores de la Epoca Moderna.

En el sistema filosófico de Kant el subjetivismo se afirmaba, sin llegar a sus últimas consecuencias. Estaba aún "la cosa en sí" causante de las imprevisiones recibidas en la sensibilidad, principio de todo conocimiento. Como Jacobi y otros observaron, la causalidad en su sistema es sólo una forma "a priori" con la que el conocimiento enlaza las sensaciones. Así pues, en coherencia absoluta con su propio pensamiento, Kant debería abandonar la "cosa en sí", causa de las impresiones en nuestra sensibilidad, por las que se inicia el proceso del conocimiento, y sumergirse en la pura y total subjetividad. Este paso lo ha dado Hegel al resolver todo el ser en Idea -panlogismo y consiguiente panteísmo- del modo que en esta obra se expone y que intentaré resumir.

Hablemos brevemente de los antecedentes inmediatos de la filosofía hegeliana. Fichte había dado el paso clave que introduce la filosofía alemana en el idealismo: la supresión de la "cosa en sí" en la teoría del conocimiento de Emmanuel Kant, denunciando con razón el carácter de incoherencia que supone el mantenimiento de este dato externo que tan escaso papel juega en el sistema kantiano, y conlleva a las contradicciones de que se le había acusado: en cierto modo es presentada como "causa" de las impresiones, aunque Kant evite ahí, cuidadosamente, el uso de esta palabra pues para él la causalidad es una categoría puramente mental. Por otra parte lleva a dificultades casi insuperables: ¿por qué razón se le atribuye a la "cosa en sí" una cronología en vez de otra? ¿no será que la temporalidad está ya en la "cosa en sí", y no solo en nuestro modo de conocerla? Si la respuesta es positiva el sistema kantino se nos viene abajo, y de ello es consciente el filósofo de Könisberg, por lo que introduce, bastante avanzada ya la Crítica de la Razón Pura, ciertos "esquematismos transcendentales" que resuelven mal la cuestión. Sea como fuere, Fichte, hacia finales del siglo XVIII, admirador de la obra de Kant, siguiendo una decisión, una mera "actitud personal", en consonancia con el ambiente romántico imperante de exaltación radical del sujeto y su libertad creadora, suprime de un manotazo enérgico, radical, el prejuicio kantiano de "la cosa en sí", y declara que todo el conocimiento es conocimiento de la propia conciencia: El sujeto sale fuera de sí para ponerse delante de sí como objeto de su propio conocimiento (Ob-iectum, "echado ante sí").

Este autoconocimiento puedo expresarse esquemáticamente así: Yo=Yo (reminiscente, pues, del autoconocimiento de Dios -aunque este paso solo lo dará Hegel- el cual es Verbo, palabra eterna de Dios, tan perfecta que es igual a Dios, según la teología cristiana. Recordamos que Fichte se había formado en un seminario luterano) Comienza entonces el proceso dialéctico que dará lugar a toda la realidad, mediante sucesivas negaciones -antitesis- seguidas de negación de la negación -síntesis-, que vuelven a ser de nuevo tesis a negar, etc... de modo que en este despliegue va apareciendo la totalidad. Por supuesto que el proceso es reminiscente del emanacionismo panteísta de Spinoza -la primera formación de Fichte-, según el cual el mundo entero es emana de la sustancia divina, y esto de modo dialéctico.

Así, el Yo inicial, el YO solo, al que nada impone límites, el Yo ilimitado, infinito, al conocerse así mismo, Yo=Yo, lo que equivale al Yo =/=No Yo , crea la antítesis del Yo, digamos lo No -Yo, lo otro, lo que por tanto le limita llegándose a la síntesis que es el yo finito, limitado. Es ésta tesis que de nuevo es negada, llegándose a nueva síntesis, etc... quedando así inaugurado el proceso dialéctico, constituyente, al modo espinoziano, de toda la realidad.

Sería el sistema fichteano un sistema ya coherente, final, si no hubiera querido Fichte justificar además la moral, poniendo más tarde un Absoluto añadido al Yo, al que este último tiende superando por la ascesis moral las limitaciones impuestas en el proceso dialéctico. En realidad, parece que la aparición tardía del Absoluto en la obra de Fichte obedeció a cierta conversión personal, que intentó hacer compatible con su anterior filosofía. Como su sistema estaba basado en la conciencia subjetiva, Fichte viene a presenta entonces a ésta como el despliegue del Absoluto en multiplicidad.

Schelling, formado en fuerte amistad y comunidad de inquietudes e ideales con Hegel y Hölderlin en un seminario luterano, compartió con ellos el ambiente idealista Fichteano, a la par que sus critica al maestro, en la década final del siglo XVIII. Alcanza pronto (con ser el más joven de los tres) la cátedra y la fama, e intenta una reformulación del idealismo fichteano en la que le absoluto, ocupe un lugar menos forzado respecto al Yo. El Yo es el Sujeto, es el Espíritu. Su objetivación fichteana (la objetivación necesaria para su autoconocimiento) es el Objeto, el Espíritu objetivado o Naturaleza es el Absoluto. el Espíritu inconsciente en la naturaleza, puja por hacerse espíritu consciente, y éste es el devenir de la naturaleza hacia formas cada vez más organizadas de vida, hasta que aflora la filosofía, y con ella el autoconocimiento del espíritu.

Lo que faltará para que el cuadro sea completamente coherente es declarar que el punto de partida del devenir dialéctico , a lo que Fichte y Schelling llamaron el Yo, o el Sujeto, es en realidad el Absoluto, que no supieron como insertar en el sistema, es decir, aquello a lo que la religión llama Dios. Esto hará Hegel, y la naturaleza aparecerá entonces en un acto libre, creador de éste, sin que la naturaleza deje de ser Dios. La publicación de su obra le hará pasar de la miseria a la fama, siendo aclamado como el filósofo alemán por antonomasia. Esta obra supondrá también el declive de la estrella de Schelling y el final de una amistad, en parte por divergencias de pensamiento, y en parte también debido a celos del anterior filósofo popular.

Pero expongamos detalladamente la filosofía de Hegel, desde el principio: Para él, la verdad tratada en ambas, religión y filosofía, es una y la misma: la verdad eterna, no la de éste o aquel particular individuo, pueblo o época, sino la verdad eterna universal. El modo en que ambas tratan de esta verdad sin embargo, es distinto: la religión la conoce por medio de representaciones que más tarde toman en la filosofía la forma de pensamientos. Así por ejemplo la religión judeo-cristiana representa como Dios Padre lo que en la filosofía es el Ser. Ser es Nada, así como ser vivo significa menos que ser hombre, y lo más abstracto, el concepto más vacío es el de ser (Este es el punto de partida subjetivista, donde la reducción de lo ontológico a lo lógico esta supuesta, y por tanto ser es nada: ¡nada que predicar!).

El Ser, que sólo es en sí, deviene en ser para sí, objeto para sí mismo, Verdad o Idea, a través de un proceso de mediación lógica, no temporal, de un modo que yo compararía al desarrollo lógico, necesario, atemporal -anterior a su aparición en la historia de las matemáticas-- del estado final de una teoría matemática, desde sus axiomas (donde la teoría estaba implícita) El Ser es abstracto, vacío (como el pensamiento de un niño, dice, es abstracto, pobre) y la Idea es concreta, está llena de las determinaciones o momentos del desarrollo lógico que son verdades parciales en proceso hacia aquella verdad total, espejos finitos de la verdad infinita. Pero todo lo que hay explícito en la Idea, todo lo explicitado en este proceso, estaba implícito en el Ser. La religión cristiana ha representado la Idea o Verdad idéntica al Ser como Dios Hijo que no es sino el Logos, Palabra, Revelación del Dios Padre, Palabra tan perfecta que es idéntica al Padre ("Felipe, quien me ha visto a mí, ha visto al Padre"), y así el Hijo es Dios, igual al Padre.

Esta mediación lógica desde el Ser, al que llama también "Idea en sí", hasta la Idea, Logos o Verdad, a la que llama también "Idea para sí", es comparada por Hegel a la mediación desde la yema, que luego se desarrolla en árbol hasta llegar al fruto final que estaba implícito, idéntico en la yema! Pero el árbol niega, destruye la yema Como después el fruto niega, destruye la flor del árbol (Yo tomaría, en la vena hegeliana palabras de Jesús, algo forzadas: "Si el grano de trigo no se niega a sí mismo y muere no dará fruto") Así todo momento del desarrollo es negación del anterior, es decir que este proceso lógico es dialéctico. Esto se comprenderá mejor más adelante cuando este proceso se vea reflejado en la historia de la filosofía.

El proceso de desarrollo de la Idea es puramente lógico y por tanto necesario. Pero la Verdad total incluye esta verdad parcial, es decir, conoce la necesidad del proceso y por conocerlo es libre "En la percepción sensible, por ejemplo, y en el sentimiento, yo me encuentro confinado y no soy libre, pero soy libre cuando soy consciente de este sentimiento mío".

Permítaseme recordar que el hombre tiene entendimiento y voluntad no infinitamente perfectos, como el cristianismo predica de Dios, de modo que la Verdad o Palabra de Dios es el mismo Dios -el Hijo- y la voluntad libre o Amor de Dios es el mismo Dios -El EspÌritu Santo. AsÌ mismo ve el cristianismo la creación del mundo como un acto libre del amor divino, hacia afuera. Como es de esperar en la mentalidad hegeliana panlogista y por tanto panteísta, la procesión del Espíritu Santo y la creación del Mundo son la "representación" religiosa de una misma edución : La edución de la Naturaleza, la cual no es sino el Espíritu. Así pues el Espíritu no es sino el mismo Dios, la Idea misma, que al ser libre, en un supremo acto libre ha salido afuera de sí mismo: "El espíritu existe solamente en tanto que se produce, da testimonio de sí y se muestra, se manifiesta. En su testimonio se produce a sí mismo. Esta es la idea fundamental. Expresado en la representación: Dios es espíritu o amor (esto es, uno); es decir, Dios se enajena (se aliena) a sí mismo, para comunicarse, para entregarse a lo otro. Y aquí sobrevienen de repente todas las apariencias del ser dado, del haber percibido, etc... Aquí tiene su puesto todo lo histórico..."

La Naturaleza es pues Espíritu inconsciente de sí mismo, espíritu que no es de por sí evidente, sino oculto en ella como en una cáscara. Este llega a la conciencia de sí mismo, llega a conocerse a través de la historia. Ellos, afirma, no han comprendido la universalidad del Espíritu. "Han blasfemado contra el Espíritu al negar que es Santo, es decir, Universal". Siguiendo el "mandamiento absoluto: conócete a tí mismo", el espíritu universal empieza a manifestarse en formas vagas -empieza, a romper la cáscara- al modo, primero de los mitos, los cuales poseen lo universal en cuanto contenido, aunque no en su forma (Por ejemplo, el mito del ave Fénix: De la negación, de la destrucción, surge una nueva vida y ésta es la esencia de la dialéctica. También el mito de Ormuz y Orimán, encarnaciones del Bien, el Mal, y Mitra , la posterior concordia de ambos: lo que en la Filosofía será la tesis, antítesis y síntesis en el proceso dialéctico de la Idea).

Sigue a los mitos la religión cuyo objeto es también la verdad universal, expresada esta vez en forma de representaciones. Al final -al atardecer, dirá- la filosofía, nacida en el seno de la religión e indistinguible con ella (así en Grecia, o el Cristianismo), se emancipa de la religión al tomar conciencia de la libertad de la razón. Como águila de Marte, joven, belicosa, hostiga a la religión y es injusta con ella hasta que reconoce más tarde la universalidad de la verdad expresada en la religión no por medio de conceptos filosóficos, sino de representaciones. No de otro modo el joven adolescente niega al principio, rebelde, las tradiciones paternas, pero luego, adulto ya, se convierte a ellas comprendiéndolas hasta llegar a una síntesis, hasta negar así su propia negación.

Para Hegel es lo mismo la historia que la historia de la filosofía. Pues "la filosofía de un pueblo, de un tiempo, es su esencia espiritual, su floración más plena". En la filosofía el espíritu llega a conocerse a sí mismo repitiendo en el tiempo, en la historia, los mismos momentos o eslabones dialécticos necesarios, atemporales, de la lógica en su mediación desde la Idea en Sí hasta la Idea para sí, la Verdad total. Así pues, la historia de la filosofía no es un conjunto de opiniones opuestas e inconexas -"un campo de batalla cubierto con los huesos de los muertos"- como parecen mostrar a veces algunos textos miserables de esta historia: la filosofía no trata de opiniones, sino de verdades, ampliadas de generación en generación con una necesidad lógica, dialéctica, de modo que van a pareciendo todas ellas como momentos parciales de la Verdad total, la cual aparece al final como integrada por todas ellas. El proceso es pues dialéctico: Cada momento o determinación particular de la Verdad total, es decir la verdad -tesis- de cada escuela filosófica es negada más tarde por la verdad de otra escuela aparentemente contrapuesta. Y la llamamos antítesis, porque niega. Pero lo que en realidad niega es solo que fuese aquélla la verdad total. ("omnis Determinatio est Negatio" decía Spinoza; y Hegel afirmaba que "ser spinoziano es el principio de toda filosofar"). El momento llegará –quizá una tercera escuela filosófica– en que esto será reconocido, en que se negará la negación, es decir, la oposición de la antítesis respecto de la síntesis, comprendiendo lo que ambas tenían de mutuamente aditivo -la síntesis- en progresión necesaria hacia la Verdad Total.

Esta dialéctica aparece reflejada en la historia de la Filosofía cuya evolución temporal no es sino espejo de la mediación lógica, atemporal, de la Idea. Historia que se inició con el problema del Ser, el Primer Principio o Arché (que Tales puso en el agua) y el problema, pues, era tan solo la existencia. Desarrolló la filosofía el mundo griego hasta la Idea, en el "Nous" de Anaxágoras y en las "ideas" de Sócrates, y así la problemática de ellos fue al final la cuestión de las ideas. Mucho más tarde aparece en la Historia el Espíritu, la Res Cogitans, el "je pense, donc je suis": El sujeto es, pues, la temática de la filosofía moderna, es decir, el EspÌritu ha tomado al fin conciencia de sí mismo. "La nueva filosofía germánica, la propiamente moderna, empieza con Descartes" afirmará Hegel. "El mundo griego ha desarrollado el pensamiento hasta la Idea. El mundo cristiano o germánico ha concebido el pensamiento del Espíritu".

Así pues, el Espíritu Universal se manifiesta como espíritu subjetivo en cada filósofo (manifestación representada en la religión por la "Gracia") y a través suyo se objetiva en las leyes que constituyen el Estado. El Estado es pues la objetivación de la voluntad libre del Espíritu "La voluntad libre quiere solamente las determinaciones que existen en la voluntad universal. Por consiguiente, con estas determinaciones de la voluntad universal se establece la libertad civil, el derecho racional, la verdadera y justa constitución del Estado".

Recordemos que la idea del imperio de Occidente es desde antiguo la idea de la "cristiandad", es decir la identidad de lo occidental, lo cristiano y lo germánico, omnipresente en la obra de Hegel. Sobre el paganismo griego que añadió al conocimiento de Dios, del Ser, de las civilizaciones previas, el conocimiento de la Idea o Logos, conoció luego el cristianismo, por representación al Espíritu Santo. La filosofía cristiana, o alemana, "gestada a lo largo de la Edad Media" ha concebido al final el espíritu, que haciendo su aparición en Descartes como yo, como sujeto, se hace plenamente consciente de sí mismo en la actual filosofía alemana.

Observamos pues que, para Hegel, su filosofía, es la síntesis final de toda la filosofÌa. En esto excluye el autor cualquier mérito personal, pues tan solo ha recogido lo que "una galeria de héroes" había sembrado anteriormente. "El gran quehacer del mundo es ahora conocer a Dios como espíritu y en el espíritu; y este quehacer ha correspondido al pueblo germánico". Este conocer a Dios en todo, reconocer el espíritu de Dios en el espíritu del hombre, ha sido antes representado en Cristo, Dios y Hombre, por la religión cristiana: "la religión cristiana contiene el dogma, la intuición de la unidad de la naturaleza divina y de la humana. Esto ha sido revelado a los hombres por Cristo, Hombre y Dios. La idea subjetiva y la idea objetiva son aquí una misma cosa. Este es el principio germánico, esta es la unión de la subjetividad y la objetividad".

CRÍTICA:

El principio germánico es la unión de la subjetividad y la objetividad -no es posible mejor resumen del idealismo alemán, como tampoco es posible resumir mejor sus amenazas. Cuando la objetividad del Estado es la subjetividad de un individuo, de una minoría ("el partido"), o de una clase ("el proletariado") -pues en ellos se manifiesta el espíritu universal- entonces una nación entera es sometida a la dictadura de un individuo, de una minoría o de una clase. Estos son, estos fueron, en suma y en su germen, los totalitarismos occidentales del siglo XX que encontraron su raiz cultural en la filosofía de Hegel en el siglo XIX: ambos Feuerbach y Nietzsche -aparentemente contrapuestos entre sí, y contrapuestos a Hegel- fueron herederos intelectuales de Hegel (nada más hegeliano que esa contraposición aparente de sus herederos intelectuales reales. En el fondo, cuando se analizan, parecen como más de lo mismo, o parte de lo mismo. Tan solo Kierkegaard será verdadera reacción, y muy temprana, que ya nada tendrá que ver con Hegel.

Afortunadamente, la filosofía del siglo XX será más kirkegaardiana, más existencialista, que hegeliana, es decir que racionalista, o "idealista" pues el idealismo es la versión final del racionalismo. Esto es un buen augurio para lo que será el pensamiento político del siglo anterior, si sigue sucediendo que el pensamiento político de cada siglo es la filosofía del siglo anterior) Está claro que una vez negada la dualidad o distinción entre Espíritu y Materia, es cuestión de matiz, casi de nomenclatura, afirmar que el Todo es espíritu en necesaria evolución dialéctica (Hegel)o afirmar que es materia en necesaria evolución dialéctica (Feuerbach y Marx). Este último es el principio de la revolución, de la que Marx, y luego Sartre son apóstoles como un programa de acción de carácter dialéctico: el revolucionario ha de ser inconformista y negar su propia sociedad, es él quien la hará progresar hacia la totalidad. Por la revolución, la voluntad subjetiva del evolucionismo se hará objetiva, llegará a imponerse como ley a toda la sociedad. La revolución socialista costará Rusia millones de muertos, profetizó Dostoyevski en "Los Demonios", y en un recuento reciente de Solzjenitzin, en que se incluían a los muertos de la guerra, se llegaba a los cien millones, o al menos cerca. Los Auschwitz y los Gulag están demasiado cercanos, para que un europeo de la postguerra haya de extenderse demasiado en una refutación de Hegel.

La historia, que para Heggel extrae las consecuencias necesarias -y al menos esta vez lo ha hecho- se ha encargado ya de refutarle, aunque costando esto la vida y el sufrimiento de muchos. La filosofía subjetivista está ahí, en desarrollo perfectamente coherente desde Descartes hasta Hegel. Los frutos también están ahí, y una comprensión profunda de esta filosofía incluye también la necesidad de sus frutos. Basta entonces, en la misma vena hegeliana de las "representaciones" religiosas, aplicarle al árbol de Hegel las palabras de Jesucristo "Por sus frutos los conoceréis". Tan lejos nos ha llevado la puesta en duda cartesiana del "Res Sunt" en aquel "volo dubitare de omnibus", implícitamente panteísta, pues todas las cosas las entiende como necesarias, ya que se propone deducir necesariamente su existencia, en vez de limitarse a observarla. Se encargará la historia de la filosofía de hacer explícito lo que era implícito, y al panteísmo, ya en forma de ateísmo, supondrá la supresión del fundamento de cualquier norma moral, pues si Dios no existe todo esta permitido, según afirmaba el padre de los Karamazov.

Cuando una sociedad entera es sometida al espíritu subjetivo de un dictador, la vida misma chirría dentro del esquema que supone el sistema mental de un solo hombre y solo se sostiene -y esto temporalmente- mediante una férrea disciplina policial. También la historia, la Filosofía y la Religión chirrían al ver encorsetadas sus manifestaciones dentro del esquema interpretativo de una filosofÌa dentro de la cual tienen que aparecer -forzados o no- como momentos de su propio hacerse este "esquematismo" es heredado por todos los seguidores de Hegel, digamos que es un rasgo de familia. Así en la interpretación marxista de la historia toda ella en simplicisimos términos de la lucha de clases, con frecuencia simplones y anacrónicos (Se dice que, en cierta ocasión, al ser advertirdo Sartre que dos hechos habían sucedido en cronología inversa a la interpretación causal conque él los explicaba, Sartre contestó: "¡peor para la historia!").

Así también, en la interpretación hegeliana de la religión todo es forzado: No se pretende, en los dogmas cristianos aludidos por Hegel, representar verdades filosóficas, sino presentar verdades reveladas pertenecientes al orden sobrenatural, y por tanto no alcanzables por la razón humana. Se puede hablar, sí, de reminiscencias en el pensamiento de Hegel de ciertos dogmas cristianos, especialmente el trinitario, lo que tiene su explicación pues Hegel era luterano y se formó en un seminario. Con todo, estos dogmas están mal entendidos en las reminiscencias hegelianas, o mejor dicho, están forzados (una vez más) para que puedan entrar en su "esquema", haciéndonos decir lo que en modo alguno decimos, sea cual sea nuestra confesión: En particular, la generación del Hijo no es procesual, no tiene lugar por medio de ninguna sucesión de momentos lógicos. El Dogma cristiano no afirma que el Espíritu Santo sea el Espíritu del Mundo, de modo que pueda identificarse la Creación del Mundo con la procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo. Así pues no tiene sentido alguno para un cristiano hablar de la Naturaleza como de Dios alienado o salido fuera de sí.

Lo mismo puede decirse de la figura de Jesucristo que no es en modo alguno la representación de la identidad de la naturaleza humana y divina. Ningún cristiano, de ninguna confesión, admitiría jamás que Cristo sea la representación de verdad filosófica alguna, y menos de esta índole, pues desde antiguo y con gran énfasis, ambas, naturaleza humana y la divina, se entienden en Cristo como inconfusas. La doctrina de la Gracia no representa la universalidad del espíritu humano, es decir, su identidad con el Espíritu Santo, pues todo panteísmo -y en particular el hegeliano- es incompatible con el cristianismo, don Cristo Hombre ocupa el lugar central como único mediador entre Dios y los hombres. Así mismo, la filosofía está forzada: solo así pueden aparecer filosofías tan distintas como la aristotélica y la hegeliana como expresión de una misma verdad universal, y podríamos seguir multiplicando los ejemplos cuando toda la realidad, la Naturaleza, la vida la religión, el pensamiento han sido encorsetados para que puedan entrar en su esquema filosófico.

La filosofía de Hegel tendría más sentido si la historia hubiera acabado, en efecto, al mismo tiempo que la vida de Hegel. Pero Hegel murió, y la vida resultó ser más rica porque siguió. El tiempo ha seguido y la historia continua. Así pues la filosofía de Hegel predice su propia descomposición cuando determina que la filosofía acaba en Hegel, ya que el hombre seguirá siempre filosofando, barco siempre a la deriva, siempre navegando y al mismo tiempo encallado en las tres preguntas kantianas: ¿que puedo saber? ¿qué debo hacer? ¿qué me es permitido esperar?

Cualquier verdadero hegeliano debe negar la filosofía de Hegel. Ha habido de hecho hegelianos que han tomado en serio esta recomendación y han sido críticos con el pensamiento del maestro desaparecido, suponiendo en esto, en el fondo, su misma filosofía. Así, cuando Marx hace su critica de la filosofía, se limita a criticar la de de Hegel, pues afirma, con el pensador alemán, que ésta comprende cualquier otra filosofía. El resultado es que Marx, suponiendo lo mismo que está criticando, niega la filosofía de Hegel (¡sin dejar de ser hegeliano!) y con ella toda la filosofía, llegando a su famosa afirmación, paradójico puerto final de la aventura racionalista y desenmascaramiento de su raíz voluntarista: "El mundo no hay que interpretarlo, como hacen los filósofos, ¡Hay que transformarlo!" La verdad ha perdido la partida final . En adelante será sustituida por la voluntad, por la praxis revolucionaria de Karl Marx o la voluntad de poder de Friederick Nietzsche (No hay demasiada diferencia: de nuevo, el parecido entre hermanos. Este serán más tarde, el macabro parecido de los Gulag y los Auchwitz, antes aludidos)

El proyecto racionalista ha acabado. Acaba pues en la mera práctica, en la irracionalidad total, en mero voluntarismo, es decir en lo que desde el principio era, ahora ya explicitado, desenmascarado. Solo por la voluntad que fuerza a la razón, solo por el "Volo, Volo dubitare de omnibus", puede dudar el hombre de la facultad más digna que se le ha dado, y dudar así no solo de sí mismo, sino de todas las cosas. ¡Al final del proyecto racionalista, al pedirle a la razón que de lo que no puede dar, es decir la deducción lógica, más bien que la observación de todo lo que es, al final hay que renunciar a la misma filosofía! Ah, pero esto tiene en contra nada menos que a la misma naturaleza del hombre. "El hombre tiene por naturaleza un deseo de saber" Así empieza el primer libro de la Metafisica de Aristoteles. También después de Hegel el hombre se admira y no puede dejar de hacer filosofía.

martes, 9 de diciembre de 2008

Sensibilidad de ruptura

Vivimos tiempos de crisis, que son siempre tiempos para plantarse cambios. En ocasiones serán simples reformas y en otros casos verdaderas rupturas con el pasado. El profesor Carlos Soria, maestro de periodistas escribía este notable ensayo que se incluye en su libro “Elogio de la intolerancia”. Provocador título que responde a una realidad, porque no podemos olvidar que hay cosas intolerables que deben cambiar.

Permitidme, antes de nada, que vuelva a formular esas preguntas que han inquietado y comprometido a los hombres de todos los tiempos. ¿Cómo va a ser el futuro? Mejor aún: ¿Qué futuro nos espera, a nosotros, a los que nos rodean, a todas las personas con las que compartimos nuestro presente? ¿Podemos hacer algo significativo en la construcción del futuro? jamás ha habido tantos futurólogos, adivinos del porvenir, indagadores de tendencias, echadores de cartas, o astrólogos encaramados en la tapia del más allá. ¿Significa todo esto que el futuro se ha hecho más permeable, o que hemos perdido el respeto al futuro porque se han intuido las leyes que rigen su construcción?

Es cierto que tanto la experiencia histórica como la memoria colectiva de los pueblos nos están permitiendo conocer algunas cosas del futuro. Por ejemplo, esto: que resulta una pasión inútil intentar conocer el futuro por la simple razón de que el futuro... no existe. En un sentido estricto, el conocimiento sólo puede estar referido al pasado, a la historia, a las huellas que el hombre ha ido dejando al caminar.

EL FUTURO ES EXORABLE
Tiene razón Schumacher cuando afirma rotundamente que el futuro está siempre haciéndose. Pero también tiene razón cuando matiza que, además, el futuro se hace principalmente con el material existente. Por eso, si tenemos un profundo conocimiento del pasado; si somos capaces de detectar el pulso y las tendencias emergentes de nuestro tiempo presente, tal vez seamos capaces de predecir algunas notas del futuro. Sólo unas notas. Sólo una predicción esbozada. Sólo un boceto desdibujado. Nunca una predicción total, ni una predicción axiomática, ni una predicción coloreada de certeza.

Ocurre así porque el futuro está entretejido de libertad. El porvenir, lo que puede existir más allá del instante presente, está vertebrado por esa fuerza misteriosa y rebelde de la libertad creadora de los hombres. El futuro no puede ser, en consecuencia, el puro inmovilismo, el no cambio. Pero también se opone al sentido común y a la libertad creadora -que siempre tiene alguna finalidad- entender el futuro en clave de cambio por el cambio, como si el puro y desnudo movimiento, sin cuestionarse ni su por qué ni su para qué, fuera en sí mismo un elemento redentor.

El futuro es siempre exorable, nunca inexorable. No es verdad que nuestro futuro -el futuro de todos- esté ya escrito. Ni sea nítido, ni sea cierto, ni seguro, para nadie, ni menos para una élite de profetas de los tiempos nuevos. El futuro no está determinado, ni es una corriente que fluye inexorablemente en el sentido que marcan unos hipotéticos signos de los tiempos. Tampoco parece cierto que la única alternativa de la sensatez sea arrojarse a la corriente determinista generada por esos signos. El futuro es suficientemente exorable como para que haya que desconfiar de todas las utopías -de todas las utopías desencarnadas- que lucen en su frontispicio la pretensión de que sólo existe un futuro, ese futuro, su futuro. No es así. El futuro termina declinándose en singular pero comienza a gestarse en plural: el futuro se hace a partir de eventuales futuros.

EL FUTURO ES TAMBIÉN LABORABLE
El futuro además de exorable es también laborable. Es decir, el futuro es de quienes lo trabajan. Como la tierra. Como la industria. Como la política. Como el amor humano. Como son laborables toda vida y todas las vidas. El futuro pertenece a todas las mujeres y todos los hombres que son capaces de abrir bien los ojos ante la realidad -una realidad al tiempo bella y cruel, atroz y justa, violenta y amorosa- y están comprometidos con la tarea de cambiar el mundo hasta donde puedan, y de cambiar a los hombres hasta donde sea posible.

Cambiar el mundo, cambiar a los hombres, es intentar hacer todas las cosas más humanas y más divinas. No sólo en los momentos ordinarios. Ni sólo en los momentos extraordinarios. Con la coherencia de dotar de sentido a todos los ámbitos de la vida humana, la esfera íntima, la esfera privada y la esfera pública. Con la serenidad indispensable para trabajar sin ese patetismo -inmaduro, infantil y estéril- de querer cambiarlo todo, en todos los sitios, y en un instante.

Dios es el Señor de la Historia. Del pasado, del presente y del futuro del mundo y de los hombres. Nada ocurre en nuestra historia personal o colectiva por puro azar, por pura casualidad, por puro accidente. Ni existe un Deus ex machina que cae del Cielo para arreglar las cosas rocambolescamente sin que los protagonistas tengan más que hacer que contemplar cómo ese Deus ex machina hace y deshace los nudos y los líos del problema.

Por duro o incómodo que pueda ser -o mejor aún, por arriesgado y aventurado que sea somos y seremos siempre responsables de nuestro destino futuro. El futuro será, en síntesis, también lo que acertemos a ser y lo que acertemos a hacer cada uno de nosotros.

¿DE DÓNDE PARTIMOS?
En términos culturales, ¿de dónde puede arrancar el futuro? ¿Cuál es el material existente para la construcción del futuro? Mi respuesta abreviada podría ser ésta: hay que construir casi todo otra vez de nuevo. Reinventar la política y la economía. Revitalizar las Universidades. Dar a las relaciones Norte-Sur, Este-Oeste, un enfoque radicalmente distinto. Redescubrir la familia pública. Desburocratizar la vida. Redimensionar todo el Estado. Replantear desde los cimientos los periódicos. Integrar mejor la vida vegetal y animal en la vida humana. Dar un empujón fuerte, hacia adelante, a toda la libertad. Ayudar a subir mucho más a los que están abajo o a los que están en el medio. Y también a los que están arriba. Reformular la idea de cultura. Oxigenar todos los rincones de la convivencia humana. Apostar más en serio por los derechos humanos. Reinstalar el sentido de la trascendencia en todas las vidas, en las existencias humildes y en las vidas de los aparentemente poderosos... Estamos en un momento apasionante y enigmático, como el cruce de muchos caminos, pero también tan impreciso que hasta carece de nombre. Sólo es capaz de decir de sí mismo algo esquemático y simple: que el tiempo presente es el tiempo que rompe y sigue a la cultura de la modernidad.

El punto de partida es, pues, el agotamiento de la cultura que ha configurado progresivamente el mundo que hemos heredado en el momento presente. Y también la oportunidad histórica –y hasta el deber- de superar ese agotamiento a partir de una nueva sensibilidad de ruptura.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Comunicar las propias convicciones

Interesante artículo del profesor de Etica Ángel Rodríguez Luño:

La consecución de la madurez moral personal no es independiente de la comunicación y de la cultura, es decir: de la lógica inmanente y objetivada en el ethos del grupo social, un ethos que presupone compartir ciertos fines y ciertos modelos, y que se expresa en leyes, en costumbres, en historia, en la celebración de eventos y personajes que se adecuan a la identidad moral del grupo.
Si a la ética le interesa la relación entre comunicación, cultura y conciencia personal, a los profesionales de la comunicación les importa sobre todo que la cultura posea una lógica inmanente y objetivada, en la cual las ideas y los sentimientos tienen una consistencia y un desarrollo en cierto modo autónomos. Es como si las ideas, cuando salen de la conciencia personal y pasan al plano de la comunicación, se separaran de las mentes singulares que las han producido y comenzaran a vivir una vida propia y a desarrollarse con una fuerza que depende solo de sí mismas, de su consistencia objetiva y de su dinámica intrínseca, tal vez bien distintas de la intención de la persona o de las personas que han puesto en circulación.
Quien a través de la comunicación aspira a intervenir positivamente en la creación y transmisión de la cultura deben prestar atención a la consistencia y al desarrollo objetivo de las ideas más que la intencionalidad de las personas singulares, a los argumentos ad hominem, a las “salidas” afortunadas o a las argumentaciones puramente dialécticas. Con un golpe de efecto se puede hacer callar momentáneamente a un adversario, pero si la mayor o menor consistencia intrínseca se sus ideas y sus posibles líneas de desarrollo no se han entendido y neutralizado objetivamente con un respuesta culturalmente adecuada, tales ideas tendrán una larga vida, aunque el adversario haya sido reducido al silencio.
Los profesionales de la comunicación conocen muy bien estas cosas y por ello ponen en la base de cada estrategia comunicativa un trabajo de análisis dirigido a entender los puntos de fuerza de la posición contraria. Solo una posición bien entendida puede ser eficazmente contrastada, y el contraste será eficaz solo si se logra elaborar una perspectiva positiva que conserve y supere aquello de bueno que hay en la posición del adversario.

VERDAD Y LIBERTAD

Juan Pablo II señaló en bastantes ocasiones que el conflicto entre libertad y verdad ha marcado en muchos aspectos la cultura contemporánea. A un problema muy similar se refiere Benedicto XVI con el contexto del relativismo. En los debates sobre el relativismo se ha caído frecuentemente en la tentación de oponer una argumentación dialéctica de este estilo: quien afirma que toda verdad es relativa hace en realidad una afirmación absoluta, y por tanto se contradice a sí mismo. Tal argumentación, en realidad, no sirve de nada, porque no entiende y no toca los puntos de fuerza de la posición criticada.

La cuestión es bastante compleja, en este plano, el relativismo de las concepciones del bien en el plano ético-social. Aquí, el relativismo toma aliento del hecho de que en la sociedad de hoy existe un pluralismo de proyectos de vida y de concepciones del bien humano. Según la perspectiva relativista, tal constatación motiva la siguiente alternativa: o se renuncia a la pretensión clásica de pronunciar juicios de valor sobre los diversos estilos de vida que la experiencia nos ofrece, o se debe renunciar a defender el ideal de tolerancia, según en cual cada concepción de la vida vale exactamente lo mismo que cualquier otra o, al menos, tiene el mismo derecho de existir. Más allá del valor que se quiera dar a esta argumentación, su punto fuerte reside en una verdad histórica: y es que ha sucedido muchas veces, en el curso de los siglos, que algunos han sacrificado violentamente la libertad sobre el altar de la verdad, creando así una contraposición entre verdad y libertad que la sensibilidad actual pretende hacer valer enteramente a favor de la libertad.

Las estrategias válidas para comunicar las convicciones cristianas en la sociedad y en la cultura actual pueden ser diversas. Pero hay una cosa que se debe evitar a toda costa: usar palabras o actitudes que refuercen aquello que en la mentalidad relativista es más persuasivo; es decir, hacer pensar que el cristiano convencido es un individuo siempre dispuesto a sacrificar la libertad sobre el altar de la verdad. Ello comportaría admitir que es inevitable una contraposición entre verdad y libertad, contraposición que el relativista haría jugar a favor de la libertad, mientras que el cristiano convencido haría valer a favor de la verdad. Tanto en uno como en otro caso, se presupondría la mencionada contraposición. Dicho en términos positivos, la comunicación de las convicciones cristianas o, más en general, la comunicación de contenidos éticos positivos, debe mostrar con los hechos, y no sólo con las palabras, que entre verdad y libertad existen verdadera armonía, y ello requiere demostrar siempre una conciencia convencida, y no solo táctica, del valor y el sentido de la libertad personal. En un escrito o en una declaración pública inspirada por valores cristianos todas las referencias a la libertad serán pocas.
La forma que el amor a la libertad personal pueda asumir en el plano de la comunicación institucional es una cuestión sobre la que puedo señalar que las convicciones de índole sustancial –y el valor de la libertad es una de ellas- se tienen o no se tienen: no se pueden improvisar por motivos oportunistas. Benedicto XVI tiene la convicción de que el tesoro moral de la humanidad existe como una invitación a la libertad y como una posibilidad para ella. Al mismo tiempo advierte de que la tentación de asegurar la fe mediante el poder se ha hecho presente continuamente en el curso de los siglos, y así “la fe ha corrido siempre el riesgo de ser sofocada precisamente por el abrazo del poder”. Para que la fe y la moral no sean sofocadas por el abrazo del poder es necesario tener sensibilidad para distinguir, también en el plano de la comunicación, el ámbito ético del ético-político y ético-jurídico.

ÉTICA Y POLÍTICA

En las cuestiones éticas está incluida la relación de la conciencia personal con la verdad, generalmente con la verdad sobre el bien y tal vez también con la verdad religiosa. En este plano, la conciencia debe abrirse a la verdad, que posee un evidente poder normativo sobre la conciencia y las elecciones de la persona. Las cuestiones ético-políticas y ético-jurídicas tienen que ver, en cambio, con las relaciones entre personas o entre personas e instituciones. En el ámbito político y jurídico estas relaciones son a menudo mediadas por el poder coercitivo que el estado y sus representantes usan legítimamente,
Naturalmente los dos ámbitos –ético y político- tienen estrechas relaciones entre sí, y tal vez tienen un desarrollo paralelo. Así, por ejemplo, el homicidio intencional es al mismo tiempo una grave culpa moral y un delito que el Estado debe prevenir e impedir en la medida de sus posibilidades, y, en cualquier caso, perseguir y castigar. Sin embargo, incluso en estos casos subsiste una diferencia formal entre el plano ético y el plano político que tiene manifestaciones evidentes. Consideremos, por ejemplo, el perdón. Una cosa es el perdón de la culpa moral, y otra bien distinta es el perdón del delito. Es deseable que los parientes de la persona asesinada logren perdonar cristianamente al homicida, no es pensable, en cambio, que el Estado deje el delito impune. Afirmar lo contrario sería una inaceptable deformación ideológica o bien una grave falta de sentido del Estado y del bien común.
En la comunicación de contenidos o de posiciones morales es adecuado distinguir cuidadosamente el plano ético del plano político. Si el contenido del mensaje es de índole exclusivamente ética, debe darse una fundamentación ética, y se debe hacer entender claramente que el juicio ético no viene propuesto con el objeto de fundar determinado uso de la coacción política. Si el contenido del mensaje posee también un carácter ético-político o ético-jurídico, debe ofrecerse a la vez una especifica fundamentación política y jurídica, es decir, una fundamentación que haga evidente no solo que el comportamiento es cuestión es éticamente equivocado, sino que aporte también razones por las cuales el bien común requiere necesariamente que el estado prohíba o castigue aquello. Estas razones no son idénticas a aquellas que indican por qué tal comportamiento es un error ético, dado que todos admitimos que no toas las culpas morales deben ser prohibidas o castigadas por el Estado.
Propongo un ejemplo muy simple. Cuando la Iglesia Católica enseña que la alimentación y la hidratación artificiales de los enfermos en estado vegetativo persistente son un cuidado ordinario que –salvo en pocos casos excepcionales- es éticamente obligatoria, directamente enseña que rechazar para sí mismo o negar a otros tales cuidados es una elección moralmente equivocada, que no solo es lícito hacer y con lo cual no es lícito cooperar. Pero esta enseñanza no significa que cada vez que un médico de buena conciencia se encuentre con un enfermo que, mediante directiva anticipada o a través de sus parientes, rechaza la alimentación y la hidratación artificial, el médico esté autorizado u obligado a proceder siempre y automáticamente a una alimentación coactiva. Son dos cosas distintas. Una cosas es el juicio sobre la moralidad de una elección, y otra que tal juicio conceda a un ciudadano privado (médico) un poder coercitivo sobre otro ciudadano privado (paciente). Allí donde el rechazo del enfermo o de sus parientes cree una situación de este tipo y ellos no escuchen las recomendaciones del médico, deberá intervenir un juez. Y si la ley del Estado aprueba explícitamente comportamientos éticamente negativos, por ejemplo, la eutanasia, entonces tal ley injusta deberá combatirse con los argumentos ético-políticos pertinentes, fundamentados en los derechos humanos y en el bien común, sin dar la impresión de que la ley se critica porque niega a un ciudadano privado un poder coercitivo sobre otro que sostiene ideas éticamente erradas.