martes, 21 de abril de 2009

«El otoñado» de Juan Ramón Jiménez

Comentario de texto de A. Barroso, “Introducción a la Literatura española a través de los textos” (Madrid: Ediciones Istmo, 1986), tomo 3 (págs. 250-52).

Estoy completo de naturaleza
en plena tarde de áurea madurez
alto viento en lo verde traspasado.
Rico fruto recóndito, contengo
lo grande elemental en mí (la tierra,
el fuego, el agua, el aire), el infinito.
Chorreo luz: doro el lugar oscuro,
trasmino olor: la sombra huele a dios,
emano son: lo amplio es honda música,
filtro sabor: la mole bebe mi alma,
deleito el tacto de la soledad.
Soy tesoro supremo, desasido,
con densa redondez de limpio iris,
del seno de la acción. Y lo soy todo.
Lo todo que es el colmo de la nada,
el todo que se basta y que es servido
de lo que todavía es ambición.
(La estación total, 1946)

En 1916 viaja a Estados Unidos y se casa con Zenobia Camprubí, extraordinaria mujer, de gran cultura, traductora al castellano de Rabindranah Tagore, que sería una fiel colaboradora del poeta durante toda su vida. Gracias a ella podía Juan Ramón despreocuparse de las cuestiones domésticas, o de la economía de la pareja, e incluso de la edición de sus poemas, para dedicarse de lleno a su «Obra». El cruzar el océano y la boda representaron para el poeta una experiencia extraordinaria que cuajó en un libro de poernas y prosas, Diario de un poeta recién casado (1917). Este libro marca la transición a una nueva época en la obra lirica juanramoniana. A partir de entonces, sus poemas se van desnudando de todo artificio, se irán «limpiando» de todo lo que para el poeta resulta superfluo: elementos decorativos y ornamentales, anécdotas, biografismo o sentimentalismo, etc., en el camino hacia una Poesía y una Belleza «pura», que colme su búsqueda de algo esencial y eterno. La realidad exterior que aparecía en los poemas primeros (el paisaje, la música, los perfumes ... ) no aparece ya, y en todo caso la utiliza como simple imagen simbólica de su mundo interior.

Una segunda lectura «El otoñado» ilustra bien lo que acabamos, de decir, y tiene ya cierta dificultad de comprensión. Su autor era consciente de ello, pero no parecía importarle, pues se sentía satisfecho de ser poeta de la «inmensa minoría». La dificultad de expresar sus vivencias le lleva a utilizar una serie de recursos que, efectivamente, dan al poema cierto hermetismo. En estos versos, el poeta se identifica claramente con la Naturaleza. El título es significativo: no el otoño, sino el otoñado; es decir, él mismo en el otoño o madurez de su vida.

El Absoluto que buscaba ansiosamente parece haberlo encontrado dentro de sí mismo (rico fruto recóndito), y por ello dice contener el infinito, todo lo elemental o esencial, representado en la enumeración de los cuatro elementos, tierra, fuego, aire y agua, que los filósofos presocráticos consideraban principio de todo. Se siente colmado, emanando todas las sensaciones posibles: luz, olor, son, sabor, tacto, en una especie de ósmosis entre su alma y la realidad. En los cinco sentidos simboliza esa plenitud que siente en sí mismo. Su perfección interior trasciende fuera y sale a diluirse en el universo (chorreo, trasmino, emano, filtro, deleito).

Esta idea es expresada en toda la segunda estrofa. La correspondencia simétrica de todos los versos que la forman, a través del paralelismo sintáctico (verbo en presente + C.D. + oración explicativa introducida por dos puntos, a excepción del último verso) y semántico (todos los verbos señalados tienen -excepto, quizá, el último- un significado análogo), refuerzan el valor expresivo de la misma.
Las sinestesias que Rubén Darío aprendió de los franceses son realizadas con gran perfección en la poesía juanramoniana. Constituyen lo que Carlos Bousoño llama «desplazamientoss significativos», y suponen una gran aportación del autor a la poesía posterior. Las que advertíamos en la Primera Lectura eran aún muy sencillas; en esta ocasión (chorreo luz, si consideramos que chorrear sólo puede aplicarse a líquidos; la sombra huele a Dios; la mole bebe mi alma, etc.), estamos ante un poeta en la plenitud del manejo del idioma. Ambos recursos (paralelismo y sinestesia) se refuerzan mutuamente, consiguiendo una gran plasticidad.
Hemos de advertir también que los verbos que inician cada verso de la estrofa comentada (chorreo, trasmino, emano, filtro, deleito), e igualmente los del resto del poema, están en presente, un tiempo durativo e «intemporal» que conviene expresivamente a esa plenitud o éxtasis que siente Juan Ramón.
El poeta parece sentirse muy cerca de la consecución de su deseo de crear, como artista, un mundo en su interior que contenga la suprema Belleza, un mundo personal que esté apartado de todo lo que rodea a los hombres «corrientes» en la vida cotidiana: desasido del seno de la acción. Por eso se siente feliz solo, con principio y fin en sí mismo (densa redondez de limpio iris; deleito el tacto de la soledad) y colmado por la Poesía: Y lo soy todo... el todo que se hasta de ese Absoluto que todavía es ambición.

Los epítetos son igualmente expresivos: aurea madurez alude a la madurez del poeta, a la plenitud de esa hora, a la perfección que ha conseguido como creador. Alto viento, honda música parecen sugerir la espiritualidad de ese mundo interior.

La paradoja del verso
"Lo todo que es el colmo de la nada"

y la complejidad de todo el poema son signos evidentes de la inefabilidad de la experiencia íntima que el poeta quiere expresar.
En los poemas de esta época se ha creido descubrir a veces, como en el que comentarnos, una especie de misticismo cósmico que podría tener huellas de la poesía--- oriental, concretamente del poeta hindú Rabindranah Tagore, bien conocido por Juan Ramón. Pero es sólo aparente. El poeta está expresando una vez más un instante de plenitud interior, de éxtasis en la contemplación de la Belleza y en la perfección de la Poesía que ha creado (la Obra), y en esa plenitud cree encontrar la eternidad que ansía. No olvidemos que la muerte fue un tema obsesivo en toda su obra, que le persiguió cruelmente en los últimos años de su vida llevándole a veces a la locura. Cuando cree haber encontrado algo esencial y perdurable en su interior -el Absoluto a que hemos aludidono le importa ni siquiera morir, pues se ríe de la muerte a la que ha conseguido vencer. El mismo lo dice en numerosas' ocasiones, en verso o en prosa: Lo bello da a la vida «una eternidad suficiente y verdadera... que acaba bien con la muerte»; «lo que ha sido instante pleno, ha sido absoluta, completa, redonda, acabada eternidad».

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