martes, 22 de septiembre de 2009

Desarrollo imposible sin ética

Encontramos en la web AGEA.net este interesante comentario a la última Encíclica del Papa:

La tercera encíclica de Benedicto XVI, ‘Caritas in veritate’, propone la virtud de la caridad como eje del futuro desarrollo económico en plena recesión mundial. Todas las encíclicas del Papa levantan expectación, pero esta lo ha hecho de forma especial. Se ha señalado el origen moral de la crisis económica que azota al mundo desarrollado —porque los pobres siempre están en crisis—, y muchos esperaban de Benedicto XVI el ejercicio de su magisterio clarificador. Lo que ha fallado no es tanto el mercado en sí mismo sino las "referencias egoístas" que lo han regido durante demasiado tiempo. "La globalización no es ni buena ni mala, será lo que la gente haga de ella". Considera erróneo, afrontar el problema del desarrollo imponiendo a la población políticas de control de la natalidad.


El Papa ha respondido con el documento Caritas in veritate, una encíclica (la tercera desde que ocupa la Silla de Pedro) dividida en seis partes, que ostenta un marcado carácter social. Algunos medios se han apresurado a tildar al Pontífice de socialista, o poco menos. Ya se sabe que los medios elogian o atacan al Papa en función de la coincidencia de sus manifestaciones con la línea editorial que defienda la empresa mediática en cuestión. Pero el Papa siempre defiende los mismos valores, y su mensaje no es susceptible de adaptaciones a los tiempos porque el tiempo de la Iglesia se mide en la eternidad.

La encíclica la presentó el cardenal Renato Martino en el Aula Pablo VI de El Vaticano, un día antes del comienzo de la reunión del G-8 en Italia. De hecho, Benedicto XVI ha enviado el texto a la cumbre, un acto muy pertinente habida cuenta de que en él aboga por un nuevo orden financiero que busque el bien común, y afirma la necesidad de ética que tiene la economía, pues el mercado “no es el lugar de atropello del fuerte sobre el débil”. La Librería Editorial Vaticana ha tirado medio millón de ejemplares en italiano y prepara ya una segunda edición.

Déficit ético

En Caritas in veritate, el Pontífice asegura que la crisis muestra que los tradicionales principios de la ética social, como son la transparencia, la honestidad y la responsabilidad “no pueden ser descuidados”. “La crisis nace de un déficit de ética en las estructuras económicas”, insiste. El Obispo de Roma señala que la economía no elimina el papel de los Estados y tiene necesidad de “leyes justas”, y denuncia la mentalidad de la economía globalizada de lograr beneficios a cualquier precio. Lamenta que esa codicia haya conducido a la peor crisis económica desde la Gran Depresión, por lo que exige “nuevas normas” y controles. Benedicto XVI ha trabajado durante dos años en el documento, y su publicación mundial un día antes del G-8 reviste una clara intencionalidad de coordinar esfuerzos frente a la crisis, aportando directrices útiles desde la autoridad moral e intelectual que asiste al vicario de Cristo.

“El desarrollo es imposible sin hombre rectos, sin operadores económicos y hombre políticos que sientan profundamente en sus consciencias la llamada del bien común”, afirma Benedicto XVI. Su llamamiento a una regeneración de las actitudes empresariales y políticas ha sido muy comentada. Pero sobre todo, el Papa incide en la reforma espiritual del hombre como causa necesaria de la mejoría del mundo: “Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar material y de actuación social”.

El nuevo documento del Papa Ratzinger retoma los temas sociales contenidos en las encíclicas Populorum progressio, de 1967, escrita por Pablo VI, y Sollicitudo rei socialis, sobre la misma temática, escrita por Juan Pablo II en 1988.

El Papa critica duramente el “capitalismo salvaje”

El Pontífice propone proyectar una nueva economía de mercado basada en los principios de "solidaridad" y "confianza recíproca" al tiempo que acusa de la crisis y de las crecientes desigualdades entre ricos y pobres a una "cierta ideología" egoísta que ha predominado hasta ahora.

En esta su tercera encíclica el Papa aborda temas económicos y sociales. Las dos encíclicas anteriores se centraron en cuestiones teológicas, tales como la caridad ('Dios es Amor') y la esperanza cristiana ('Salvados en la esperanza'). En la carta, dirigida a los obispos y fieles católicos del mundo, pide una "urgente" reforma de la ONU y de la arquitectura económica y financiera internacional. Aborda los temas del desarrollo y de las desigualdades sociales en el marco de la actual crisis económica internacional, al tiempo que propone soluciones, basadas, sobre todo, en un cambio de mentalidad para afrontar el futuro y lograr un mundo más justo.

El Papa señala que los desequilibrios y la falta de justicia social que se dan hoy en día son el producto de la falta de ética y la instauración de una mentalidad egoísta que, durante años, ha incitado a las personas a buscar el propio provecho y autonomía.

"La exigencia de la economía de ser autónoma, de no estar sujeta a 'injerencias' de carácter moral, ha llevado al hombre a abusar de los instrumentos económicos incluso de manera destructiva", asegura el Pontífice. Además, con el pasar del tiempo, "estas posturas han desembocado en sistemas económicos, sociales y políticos que han tiranizado la libertad de la persona" y, precisamente por eso, "no han sido capaces de asegurar la justicia que prometían", concreta.


El mercado en sí mismo no tiene la culpa
Aún con todo, el Papa remarca que, en realidad, el mercado es sólo un instrumento y que, si bien "puede orientarse en sentido negativo" esto no es por culpa de "su propia naturaleza" sino de una "cierta ideología que lo guía en este sentido". "No se debe olvidar que el mercado no existe en su estado puro" sino que "se adapta a las configuraciones culturales que lo concretan y condicionan". Por lo tanto, lo que ha fallado no es tanto el mercado en sí mismo sino las "referencias egoístas" que lo han regido durante demasiado tiempo.

De hecho, según el Pontífice, la gratuidad está en la vida de las personas de muchas maneras, "aunque frecuentemente pasa desapercibida debido a una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad", lamenta.

No obstante, "sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave", remarca.

Con todo, anima a la comunidad internacional a afrontar la situación con "confianza y esperanza", ya que, en cierto sentido, la crisis se convierte en una oportunidad para llevar a cabo la "renovación cultural" y el "redescubrimiento de valores de fondo" que necesita el mundo de hoy. Por lo tanto, conviene afrontar todas estas dificultades "de manera confiada más que resignada", puntualiza.

La globalización no es ni buena ni mala
A lo largo del texto, el Papa también habla de la globalización, que "a priori" no es " ni buena ni mala" sino que "será lo que la gente haga de ella", afirma. En este sentido, "oponerse ciegamente" a este fenómeno "sería una actitud errónea, preconcebida, que acabaría por ignorar un proceso que tiene también aspectos positivos".

Además se correría el riesgo de "perder una gran ocasión para aprovechar las múltiples oportunidades de desarrollo que ofrece", si bien es verdad que, "si se gestiona mal", el resultado puede ser el contrario, es decir que, en lugar de una redistribución de la riqueza "comporte una redistribución de la pobreza", advierte.

Por otro lado, considera erróneo, afrontar el problema del desarrollo imponiendo a la población políticas de control de la natalidad con las que, en algunos países, incluso, se obliga a las mujeres a abortar.

Por último, defiende el principio de subsidiariedad como el "antídoto más eficaz contra cualquier forma de asistencialismo paternalista" entre países ricos y pobres, al tiempo que lanza un llamamiento contra la corrupción que a veces sufren las ayudas internacionales.


Texto completo de la Encíclica

viernes, 11 de septiembre de 2009

El nuevo paganismo

¿Tiene hoy mayor atractivo el paganismo? ¿Cabe hablar de que el paganismo se ha convertido para nuestra civilización en la gran tentación? Recuperamos este artículo de José Miguel Odero ilustrando esta cuestión.


Esta es el tesis del filósofo norteamericano Thomas Molnar, autor de una publicación sobre el tema: "La tentación pagana" (Thomas MOLNAR, The Pagan Temptation, W.B. Eerdmans Publishing Cy., Grand Rapids (Michigan) 1987, 201 pp ). Molnar piensa que las sociedades de raigambre cristiana han ido apartando equivocadamente de la vida de los hombres los signos de lo sagrado: El escenario de cualquier ciudad del mundo occidental muestra que la religión ha sido total y sistemáticamente excluida de la vida activa de los ciudadanos. Las viejas iglesias parecen museos, las nuevas parecen naves industriales. Sacerdotes y religiosas parecen burócratas atareados, sobre todo desde que no ostentan signo alguno de su vocación sagrada. Los sermones, como los editoriales de los periódicos, tratan de temas políticos, sociales y económicos. Las escuelas cristianas imitan a las laicistas… No se pueden encontrar rastros del componente cristiano de la civilización en ningún sector de la vida política, legal o económica, tampoco en los medios de comunicación y ni siquiera en la literatura y el arte.

La descripción de Molnar es algo drástica, y quizás responde más a la situación de los Estados Unidos que a la de España; sin embargo, como tendencia dominante en la sociedad y en la cultura actuales es innegable el empuje de ese secularismo creciente. El diagnóstico del autor es que, ante la racionalización progresiva de la cultura cristiana, se ha ofuscado la sacralidad, que es una necesidad auténtica de la vida humana. Por eso se explica que muchos hombres busquen hoy esa sacralidad en experiencias exóticas: las religiones orientales, las sectas…

El libro de Molnar propone acertadamente que es precisa una resacralización dentro del plan de recristianización de la civilización occidental: Debemos afirmar y creer que tal retorno es posible, y hemos de trabajar para restaurar el papel de los símbolos en la verdad cristiana, en oposición a las falsas ideologías del paganismo.

El tema del neopaganismo también ha desatado el interés y la preocupación de otros autores. El neopaganismo del siglo XX -ha escrito Peter Kreef- ha renunciado a tres de las componentes del paganismo clásico grecorromano: La pietas, es decir, el sentido de lo sagrado que debe ser venerado; la moderación y la conciencia de que existe una ley moral universal. El neopaganismo es profundamente subjetivista, porque desconoce a un Dios personal. De este modo, un dios panteísta como la Fuerza de "La Guerra de las Galaxias" es inmensamente popular, porque es como un libro en la estantería -según escribió C.S. Lewis-: asequible cuando uno quiere, sin que moleste cuando no se desea. ¡Cuánto más conveniente pensar que somos burbujas de la espuma divina, que hijos rebeldes de un razonable Padre divino! El panteísmo carece de sentido del pecado, porque pecado significa separación, y nadie puede ser separado nunca del Todo. El nuevo paganismo es el triunfo del ilusionismo. Sin perder la emoción y la pátina de la religión, se elimina el temor de Dios.

El fenómeno está ahí. El conocido periodista y escritor Tom Wolfe hacía notar recientemente que para muchos ciudadanos el arte ha reemplazado literalmente a la religión. El arte es la forma de religión que los gobiernos y los ricos encuentran decoroso promover.

Una de las formas del neopaganismo del siglo XX ha sido descrita y alabada hace años por Albert Camus. Camus describía el encanto del naturalismo, del culto al propio cuerpo. Un culto que tantos hombres obsesionados con la preocupación por la salud tributan diariamente mediante ritos continuados: dietas sacrificadas, un "jogging" exhaustivo, baños de sol… Estos bárbaros que se relajan en las playas -escribía Camus-, tengo la esperanza insensata de que, quizá sin saberlo, están modelando el semblante de una cultura en que la grandeza del hombre encontrará al fin su verdadero rostro. Este pueblo, totalmente lanzado a su presente, vive sin mitos, sin consuelo. Ha situado todos sus bienes en esta tierra, y por eso ha quedado sin defensa contra la muerte. Me entero de que no hay dicha humana ni eternidad fuera de la curva de los días. Estos bienes irrisorios y esenciales, estas verdades relativas, son las únicas que me conmueven. Los otros, los "ideales", no tengo bastante alma para comprenderlos. No es que sea preciso portarse como bestias, pero no encuentro sentido a la dicha de los ángeles (-Noces-).

Camus trataba de interpretar el neopaganismo como si fuese un humanismo terrenal, cerrado a la trascendencia. ¿Es tal cosa posible? La historia reciente, sin embargo, subraya la experiencia dolorosa de tantas ideologías neopaganas que en este siglo han arrollado los derechos humanos de los modos y maneras más increíbles. El proyecto de "pasar" de los grandes ideales cristianos es simultáneamente un asesinato por la espalda a cualquier humanismo posible. Pueden ser humanistas, ciertamente, quienes no han tenido la dicha de conocer a Jesucristo, pero no quienes rechazan su figura o la condenan al silencio con su indiferencia. Más tarde o más temprano se puede constatar que el neopaganismo conlleva volver a la "ley" de la selva, a la barbarie, a la angustia, al suicidio de lo mejor que hay en el hombre.

Chesterton, en cuyos escritos brilla cada vez con más luz un talante profético, se preocupó de desenmascarar ese falso atractivo que el paganismo tiene para nuestros contemporáneos. Estaba convencido de que el cristianismo vivido con autenticidad vence de antemano a cualquier paganismo, porque la alegría, que era la pequeña publicidad del pagano, se ha convertido en el gigantesco secreto del cristiano (-Ortodoxia-).

La respuesta de Chesterton a Camus es que la dicha humana, las alegrías más intensas y el disfrute más pleno de los bienes de esta tierra sólo son posibles de verdad para quien mira confiado el horizonte de la eternidad. La alegría cristiana puede ser plena porque está respaldada por la fe, por una fe en el porvenir que no es ciega, que encuentra en la razón una aliada.
Por otra parte, Chesterton sustentaba una visión de la historia más optimista que la de Molnar. Mantenía que la intelectualización del dogma cristiano que se inició en los Padres de la Iglesia y se impulsó definitivamente con la teología medieval, lejos de dar pie al neopaganismo, le cortó definitivamente sus alas: Fue casi totalmente un movimiento de entusiasmo teológico ortodoxo desarrollado desde dentro. No fue un compromiso con el mundo, ni una rendición a paganos o herejes, ni siquiera una petición de ayuda externa (...) En tanto que llegaba a la luz del día común era semejante a la acción de una planta que por su propia inclinación impulsa a las hojas hacia la luz del sol; distinto de la acción de uno que se limita a no impedir que la luz del día penetre en una prisión. En breve, ello fue lo que técnicamente se denomina un desarrollo doctrinal. (…) Fue Tomás quien bautizó a Aristóteles cuando éste no pudo haberle bautizado a él; fue puramente un milagro cristiano el que levantó al gran pagano de entre los muertos (-S. Tomás de Aquino-).

La desacralización y secularización de la civilización occidental contemporánea no son en realidad una continuación de esa gran corriente intelectual cristiana que llega a su ápice en el siglo de las Universidades, el siglo XIII. Sólo aparentemente la desacralización se apoya en ese proceso de intelectualización; su origen debe buscarse -y Molnar lo pone de relieve- en Maquiavelo, Ockam, Descartes y Lutero-. Su génesis está en el racionalismo, que es -decía Chesterton- una herejía sobre el papel de la inteligencia en la vida de los hombres, es una verdad que se ha vuelto loca.

Entre las parábolas de Borges hay una llena de sugestividad sobre el pretendido retorno del paganismo a la cultura europea; se titula Ragnarök. El poeta cae en un sueño extraño: El lugar era la Facultad de Filosofía y Letras; la hora al atardecer. (…) Bruscamente nos aturdió un clamor de manifestación o de murga. Alaridos humanos y animales llegaban desde el Bajo. Una voz gritó: ¡Ahí vienen! , y después ¡Los Dioses! ¡Los Dioses! Cuatro o cinco sujetos salieron de la turba y ocuparon la tarima del Aula Magna. Todos aplaudimos llorando; eran los Dioses que volvían al cabo de un destierro de siglos. Agrandados por la tarima, la cabeza echada hacia atrás y el pecho hacia adelante, recibieron con soberbia nuestro homenaje. (…) Tal vez excitado por nuestros aplausos, uno, ya no sé cuál, prorrumpió en un cloqueo victorioso, increíblemente agrio, con algo de gárgara y de silbido. Las cosas, desde aquel momento, cambiaron. Todo empezó por la sospecha (tal vez exagerada) de que los Dioses no sabían hablar. (…) Bruscamente sentimos que jugaban su última carta, que eran taimados, ignorantes y crueles como viejos animales de presa y que, si nos dejábamos ganar por el miedo o la lástima, acabarían por destruirnos. Sacamos los pesados revólveres (de pronto hubo revólveres en el sueño) y alegremente dimos muerte a los Dioses (-El hacedor-).

El paganismo que parece liberar del yugo ligero de la fe en Cristo, supone regresar a los miedos y esclavitudes de un hombre desarmado, rodeado de poderes y fuerzas mundanales, ante las cuales no tiene ninguna garantía de sobrevivir. Como ya Chesterton había advertido: Una de las curiosas características de la fuerza del cristianismo es que, desde que llegó, ningún pagano ha sido capaz en nuestra civilización de ser realmente humano (-El hombre eterno-).