martes, 31 de marzo de 2009

Cansancio filosófico

El profesor Juan Fernando Sellés resumía el panorama filosófico actual en un artículo titulado "Pensamiento en crisis, retórica en alza" publicado en la revista "Nuestro Tiempo" (n. 648) que reproducimos parcialmente:

"debemos recordar que, en general, el objetivo de nuestros periódicos es más el de crear una opinión, impresionar a sus lectores, que defender la causa de la verdad"
Edgar Allan Poe


Si, como decía Julián Marías, el atributo principal de la filosofía es la radicalidad, las épocas de crisis filosófica se deben caracterizar porque los pensadores se dedican a temas periféricos en vez de atender a los centrales. Como entre los más importantes está el propio sentido personal humano, en épocas críticas los "filósofos" centrarán más su atención en las manifestaciones humanas que en la intimidad y, consecuentemente, medirán su sentido personal por el de sus actividades. Como dichas expresiones dan lugar a medios culturales, en esos periodos el hombre se olvida de sus propios fines, o los posterga a los medios que emplea.

De entre los bienes mediales con los que el hombre cuenta, el superior es el lenguaje, porque esta forma cultural posibilita y rige todas los demás. Ahora bien, si este no se subordina como medio al fin último del ser humano, aparece la sofística. Este tipo de filosofía parece caracterizar a todos los periodos de crisis filosófica. Como se recordará, es propio de este modo de pensar convertir el argumento más débil en el más fuerte buscando intereses pragmáticos, consumistas, lucrativos (por ejemplo, un anuncio televisivo). Como se desconoce la solución de fondo al problema, se siguen probando reiteradamente diversos medios atrayentes. En tiempos de crisis de pensamiento ocurre aquello que indicaba Ortega: "Todo el mundo percibe la urgencia de un nuevo principio de vida. Mas -como siempre acontece en crisis parejas- algunos ensayan salvar el momento por una intensificación extremada y artificial, precisamente del principio caduco".

De ser certero el anterior veredicto, se puede advertir si el actual es un periodo de decadencia filosófica. Según lo indicado, es comprensible que en la actualidad los discursos filosóficos estén tan retórica y estéticamente bien trabados como faltos de profundidad; también que aquello que los medievales llamaban razón superior (ese modo de conocer que versa sobre los asuntos necesarios más altos y realmente importantes) pliegue velas, soltando libremente al viento las de la razón inferior, sobre todo, los temas referentes a la que en el Medievo se llamó razón práctica (ese pensar humano que se vierte sobre lo que el hombre tiene en sus manos y puede transformar), y amarrando, además, la dirección de la nave a los intereses de su voluntad.

El paradigma actual parece, pues, netamente kantiano. No por casualidad Kant es, hoy por hoy, el autor más leído (y seguramente, en sus implicaciones de fondo, menos entendido). Ahora bien, valorar a la razón práctica sobre la teórica y olvidar lo propio de la razón superior es solidario de una época de crisis filosófica, porque se desconoce la raíz y fin del conocer humano, porque no se nota que el conocimiento es anterior a su comunicación a la acción humana, y porque necesariamente la razón práctica está subordinada a la voluntad, ya que su hábito superior -la prudencia-, por versar sobre medios, es inferior a alguna de las virtudes de la voluntad -como la amistad-, ya que estas versan sobre personas, que en modo alguno son medios. Como se puede apreciar, se trata de un voluntarismo de guante blanco, es decir, presuntamente justificable, porque se lo arropa con abundante racionalidad práctica. Por eso, en las diversas asambleas filosóficas y humanísticas se tiende, ante todo, al acuerdo voluntario, relegándose la búsqueda y defensa de las verdades capitales.

LA PÉRDIDA DEL PROPIO SENTIDO
Al parecer, todos los periodos de crisis filosófica desatienden la recomendación del oráculo de Delfos, "conócete a ti mismo", mientras que los periodos de esplendor indagan en lo radical del hombre. En efecto, la filosofía surge cuando se comienza a pensar de modo teórico el fundamento u origen, y se encumbra al atender al fin del hombre, al destino humano. No es esta la actual situación. Asimismo, se debe preguntar si este contexto es más crítico que los precedentes. Se puede responder diciendo que, mientras en las crisis filosóficas anteriores la indagación sobre lo radical del ser humano pasó a un segundo plano, en nuestro momento se da un paso más, a saber, se niega el propio sujeto. No se trata sólo de lo que -según la fábula de Esopo- decía la zorra respecto de las uvas, pues ahora ya no se suponen verdes por inalcanzables, sino incluso inexistentes. En efecto, la tesis central del pensamiento posmoderno radica en que el sujeto no existe. A esta se podría sumar aquel añadido de la sofística antigua: "Si existiera, no se podría conocer; si se pudiera conocer, no se podría decir", sencillamente porque la razón y el lenguaje son fragmentarios, mientras que el sujeto no puede serlo. Además, de poder pensarlo y decirlo, no interesa hacerlo, es decir, no se desea voluntariamente tratar ese tema, porque compromete de lleno.

El cansancio filosófico es muestra del desfallecimiento por ser hombre, en rigor, por alcanzar el sentido personal que se está llamado a ser. En la actualidad, el filosófico es un agotamiento humano, aunque no el único. Piénsese, por ejemplo, en el cansancio genético, es decir, en la carencia de hijos, en el matrimonial y familiar, en el moral, educativo, etcétera. La de la filosofía se puede comparar a las crisis de esas otras realidades humanas, porque en ellas es el mismo existente el que se halla enteramente comprometido. Como se ve, no sólo se cansa el intelecto humano de buscar la verdad, ni sólo la voluntad de serle fiel según virtud, sino que es el mismo ser humano quien se retrotrae de buscar su verdad. Cuando alguien no se adhiere a la verdad se otorga protagonismo a la opinión; como adquirir la virtud es tarea ardua, se abre paso el sentimiento sensible; si no se busca la propia verdad personal, el hombre sestea dotando de cierto sentido a sus manifestaciones humanas menores, pero esa actitud no inspira a nadie.

La filosofía hoy parece falta de inspiración. Mira con timidez al futuro. Pero es claro que en el hombre el futuro influye más que el pasado, porque el hombre es un ser de proyectos, ya que él mismo es un proyecto como hombre. Ya decía Ortega que "nada tiene sentido para el hombre, sino en función del porvenir", pues sin futuro no cabe esperanza, y sin esta el hombre es un muerto en vida. En suma, la filosofía no parece estar en su mejor momento: ¡como para pedirle que lidere la tan ansiada interdisciplinariedad! El pensador citado declaró que "para que la filosofía impere, basta con que la haya; es decir, con que los filósofos sean filósofos. Desde hace casi una centuria, los filósofos son todo menos eso: son políticos, son pedagogos, son literatos o son hombres de ciencia". El anterior veredicto de hace décadas podría ampliar su prolongación temporalmente hasta hoy.

¿QUÉ ESTÁ HOY EN CRISIS FILOSÓFICA? Seguramente las disciplinas superiores de este saber: la teoría del conocimiento, la ética, la metafisica, la antropología, etcétera. Pero como estas son la raíz y fin de las demás, también en las otras se percibe el decaimiento. En todas ellas parece darse una situación común, pues a la par que se habla de multiplicidad de teorías del conocimiento, de éticas, de metafisicas, de antropologías, si se presta atención a sus distintas versiones, se nota a las claras que el relativismo gnoseológico, ético, metafísico, antropológico, campea a sus anchas por doquier. Es más que se intentan compatibilizar versiones tan dispares de esas disciplinas como las de Aristóteles o Descartes, las de Tomás de Aquino o Kant, etcétera, señal evidente de que muchos de los enfoques de estos saberes carecen de fundamentación, y que de ellos se usa más su nombre que su fondo.

Parece chocante que el relativismo afecte hoy en mayor medida que antaño, teniendo en cuenta que la gente está más instruida, más cultivada. Parece extraño, pero no lo es, porque -como advierte Leonardo Polo- este suele ser el defecto propio de los muy "leídos", ya que "el relativismo es más bien un vicio del lector, que se ha perdido en una logomaquia: ha leído a muchos autores y no sabe a qué carta quedarse. Un filósofo de cuerpo entero piensa lo que lee, tratando de articularlo". El que no lo piensa a fondo, más bien aprovecha las distintas sentencias de los autores para engalanar sus discursos.

Después de aludir brevemente a las disciplinas filosóficas que requieren para su consolidación los métodos cognoscitivos humanos capitales, es decir, los niveles cognoscitivos humanos superiores, conviene aludir ahora a los temas más importantes. Cuando no se indaga acerca de los dos polos del filosofar, el origen y el destino, la filosofía suele emprender la retirada. Es claro que la mayor parte del pensamiento contemporáneo no indaga acerca del origen o fundamento y del destino humano, cuando no los niegan. Ahora bien, como esos son los dos temas capitales que conforman el eje de la filosofia, los únicos sobre los que se puede fundar el saber filosófico, su ausencia conlleva que la filosofia que se ejerce carezca de justificación o solidez teórica. Repárese que la mayor parte de corrientes de pensamiento del s. XX han relegado estos temas; y aquellas que los han tenido en cuenta, han repuesto tesis clásicas sin ahondar en soluciones más radicales, o han apelado, aunque por excepción y prematuramente, a saberes extrafilosóficos.
A lo que precede se podría objetar que atender a tan radicales temas no es hoy normal, pues no está muy bien visto de acuerdo con el nivel sociocultural vigente, en el que hay que andarse con cuidados, rodeos y alusiones indirectas, etcétera. Pero, si se mira bien, esta réplica no es sino una postura acomodaticia a la medianía intelectual vigente, es decir, un conformarse con la situación de crisis y no llamar la atención nadando contra corriente. Ahora bien, de ordinario sólo se conforma con dicha situación quien puede sacar partido práctico de ella. Seguramente se apelará a aquello de que interesa que la gente no sepa demasiado, porque así es fácil de persuadir; que a la gente no hay que hablarle a la cabeza, sino a los sentimientos. Sin embargo, todavía cabe preguntarse si esa actitud concuerda más con la índole de la filosofía y de las personas, o se parece más bien a la sofistica.

LA EXTENSIÓN DE LA CRISIS
Se ha indicado que el tiempo más propio del hombre es el futuro (el histórico y el metahistórico) al que apunta su crecimiento. Por eso, si las corrientes de filosofia modernas y contemporáneas centran más la atención en el presente (idealismo, fenomenología, estructuralismo, etcétera), en el pasado humano (tradicionalismo, evolucionismo, historicismo, psicoanálisis, hermenéutica, nihilismo, existencialismo -detenido ante el término de la muerte-, etcétera) o en el pasado cultural (materialismo, filosofia analítica, pragmatismo -el lenguaje y los productos culturales ingresan inmediata e inexorablemente en el pasado-, etcétera), no son precisamente filosofías "demasiado" humanistas, sino poco humanas, y consecuentemente, poco "filosóficas".

A lo que precede se podrá objetar que recientemente ha habido filosofías que se han fijado en el tiempo humano, por ejemplo, en el progreso de la inteligencia y de la voluntad (neoaristotelismo, neoescolástica, filosofía del diálogo, personalismo, etcétera). Sin embargo, es pertinente recordar que la intimidad personal humana no se reduce a la inteligencia y a la voluntad. De manera que no se la debe medir por el crecimiento de aquellas. Su tiempo no es el tiempo de esas potencias. Su futuro no es el futuro de ellas. Su esperanza trasciende el anhelo de aquellas, sencillamente porque es personal, mientras que aquellas no son persona ninguna. Lo superior da razón del perfeccionamiento de lo inferior y lo personaliza; no a la inversa.

De manera que no parece que el hombre sea un ser apto para la miseria (como afirmaron de un modo u otro Lutero, Marx, Heidegger, Sartre, etcétera), aunque tampoco es una riqueza consumada. Ouien proclame para él una "vida lograda" en un momento determinado, en esa misma proclama compromete el crecimiento humano, y -según Agustín de Nipona- en ese preciso "basta", ha perecido como hombre y, por supuesto, como filósofo. Frente a esa actitud es más realista (también más optimista y humilde) saber que "cualquier éxito es siempre prematuro". En la presente situación el hombre no es un ser necesitante que alcance alguna vez a llenar su carente capacidad, sino un ser nuclear y radicalmente desbordante que tiene periféricas carencias. Con todo, el manantial de esa exuberancia interior es progresivo, pues todavía no ha llegado a ser quien está llamado a ser. Por tanto, ni miseria, ni plenitud, sino sencillamente filosofía, es decir, progresivo crecimiento sapiencial.

jueves, 26 de marzo de 2009

Grandes pensadores: Freud

José Ramón Ayllón nos habla de Sigmund Freud. (Tomado de su obra: "Luces en la caverna")

“Hasta ahora los hombres sabían que tenían razón, a partir de ahora sabrán que tienen deseos” (“La interpretación de los sueños”, año 1900)


La mezcla inseparable de razón y deseo constituye al hombre. Una mezcla explosiva y altamente inestable, cuyo control pertenece por definición a la razón, que a lo largo de la historia ha diseñado diversas estrategias de integración. Sabemos que el hedonismo es la negación de esa función rectora. En la práctica muy fácil de seguir, pero muy difícil de sostener como postura intelectual. Ni siquiera Epicuro se atrevió a llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Para llegar a la justificación racional del hedonismo hubo que esperar al siglo XX.

Las bombas de la Primera Guerra Mundial también cayeron sobre la cultura europea bimilenaria. Aplastado por la tragedia, el hombre occidental que surgió de los escombros quiso olvidar el pasado como una pesadilla. La promesa ilustrada y positivista de un mundo feliz por el camino de la ciencia había terminado en un cruel desengaño. La libertad, la igualdad y la fraternidad de la Revolución Francesa poco tenían que decir a un continente sembrado de cadáveres. Con todo, la Gran Guerra no fue el fin de la historia. La vida sigue, y era preciso construir una nueva civilización. Se trataba de edificar sobre nuevos cimientos, porque el pensamiento anterior se había derrumbado: el descrédito minaba la razón griega, el orden romano y el corazón cristiano. Los supervivientes volvieron entonces la mirada hacia cuatro nuevos puntos cardinales: Darwin, Marx, Nietzsche y Sigmund Freud (1856-1939). Tenían en común la desconfianza en la razón, la interpretación de la historia desde la sospecha.

Marx acusaba a la razón de haber sido la herramienta de los poderosos para someter a los débiles, de forma que "toda la historia ha sido una historia de lucha de clases, de luchas entre clases explotadoras y explotadas". La ética, concebida como producto del egoísmo de las clases dominantes (Marx), también será interpretada como efecto del resentimiento de los débiles (Nietzsche), de una psicología reprimida (Freud), y de sofisticados mecanismos biológicos (Darwin).

Se hacía necesario criticar la perspectiva moral, desenmascarar la hipocresía, liberar al hombre de su engaño, desencantarle y revelarle que los preceptos y prohibiciones del pasado eran meras ilusiones. Contra la enfermedad de pensar hay un remedio: conceder al instinto primacía sobre la razón. Y para dejar las cosas claras, toda la ambigüedad del vitalismo de Nietzsche la concreta Lenin en la violenta lucha de clases, y Freud en dos palabras: liberación sexual.


El psicoanálisis

El célebre psicoanálisis freudiano es el estudio de los elementos que integran el psiquismo. Constituye una teoría general del comportamiento humano, que se reduce a las tensiones entre el principio del placer (manifestación directa o indirecta del instinto sexual) y el principio de realidad, que constantemente se opone al placer. Lo que originariamente surgió como método de investigación y terapia de las neurosis, se convirtió progresivamente en teoría general, no sólo del comportamento humano, sino de la misma naturaleza del hombre y de sus manifestaciones fundamentales. Se transformó así en una determinada antropología.

Freud distingue en la conducta humana un fondo inconsciente y una actividad consciente. En el inconsciente se encuentran las raíces de la actividad consciente. Mientras las tendencias o impulsos de este fondo fluyen libremente hasta el nivel consciente, la vida psíquica es normal. Pero si encuentran alguna resistencia en su emerger y son rechazados del plano consciente al inconsciente, se produce una alteración patológica. Esta represión significa la inversión del proceso natural, que ahora va de lo consciente a lo inconsciente. En eso consiste el desequilibrio psíquico.

La pulsión natural del inconsciente es bautizada por Freud como ello, y actúa fundamentalmente como libido o energía sexual, que busca su satisfacción o descarga de acuerdo con el principio del placer. Bajo el influjo del mundo real, una parte del ello se transforma en el yo, que representa el deseo consciente de satisfacer el placer y evitar el dolor. Pero surge un fuerte obstáculo en su camino. "Como sedimento del largo periodo infantil en que el hombre en formación vive dependiendo de sus padres, nace en el yo una instancia particular que perpetúa esa influencia parental: el superyo". El yo recibe el impulso sexual y lo satisface, lo difiere o lo reprime, de acuerdo con el principio de realidad y el superyo, productos de los convencionalismos sociales. La personalidad del hombre es el resultado de este proceso, y crecería sana si la satisfacción de los instintos fuera libre.

Para Freud, toda la historia y la cultura son el resultado de dicha tensión, pues el pensamiento, el arte y la religión son, en el fondo, productos de la sublimación de una libido siempre insatisfecha. Toda creencia religiosa, en el plano individual y en el colectivo, queda reducida a neurosis obsesiva. Freud se enfrentó en concreto a la religión católica en una lucha ideológica sin cuartel. En El porvenir de una ilusión (1927) escribió:

El intento de conseguir una forma de protección contra el sufrimiento mediante una reelaboración ilusoria de la realidad es la empresa común de un número considerable de personas. Las religiones humanas tienen que ser clasificadas en el grupo de las ilusiones masivas de este tipo. No necesitamos aclarar que quien participa de una ilusión jamás le asigna este carácter.

La cita no tiene desperdicio, pero la idea ya es vieja: en tiempos de Sócrates, Critias, el más violento de los Treinta Tiranos, había escrito lo mismo en su tragedia Sísifo.

Contra la conciencia

También la conciencia moral, en el centro de toda la ética clásica, es rechazada por Freud como mero recurso de seguridad, creado colectivamente para proteger el orden civilizado contra la temible agresividad de los seres humanos. Quizá la esencia del freudismo sea el intento de abolir la idea de culpa:

La tensión entre el áspero superyo y el yo que le está sometido recibe en nosotros el nombre de sentimiento de culpa. Con él, la civilización se impone al peligroso deseo individual de agresión, lo debilita y lo desarma, y crea en el propio individuo una entidad que lo vigila, como una guarnición en una ciudad conquistada.

La conciencia viene a ser una de las caras del superyo, y es el precio elevadísimo que los individuos pagan para preservar la civilización: el precio de "la infelicidad personal, por la tensión del sentimiento de culpa". Freud se propuso demostrar que el sentimiento de culpa no pertenece a la esencia del hombre, y que constituye el obstáculo más importante para el desarrollo de la civilización. Si es la sociedad quien inventa la culpa, entonces los sentimientos personales de culpa son ilusiones que conviene rechazar.

Fiel a su tiempo, Freud interpreta "los procesos psíquicos como estados cuantitativamente determinados de elementos materiales ostensibles". Esta postura mecanicista concibe el psiquismo como una maquinaria cuyos elementos serían el ello, el yo y el superyo. Otras partes de la máquina son el consciente y el inconsciente. Y en ella entran en juego fuerzas que se descargan o se reprimen, con una dinámica propia de los sistemas físicos. Fuerzas que se reducen al impulso sexual, protagonista exclusivo de las eventuales averías o disfunciones del aparato psíquico.

Significado de la sexualidad

La crítica fenomenológica ha puesto de manifiesto el trasfondo apriorístico y artificial del psicoanálisis, que encuentra lo que previamente ha decidido encontrar. Con gran sinceridad lo declaró Freud a su discípulo Jung: "tenemos que hacer de la teoría sexual un dogma, una fortaleza inexpugnable" (Jung, Memorias). Esta impostura provocó que Chesterton escribiera: "Los ignorantes pronuncian Freud. Los informados pronuncian Froid. Yo, sin embargo, pronuncio Fraude."

El joven Popper obsevó que la actitud de Freud frente a la prueba científica fue muy distinta a la de Einstein, y más afín a la de Marx. Lejos de formular sus teorías con alto grado de contenido específico que facilitara la comprobación y la refutación empíricas, Freud les confirió un carácter global que dificultó la verificación. Y cuando aparecían pruebas en contra, modificaba las teorías para adaptarlas al nuevo material.


Freud sabe que hay algo desproporcionado en el protagonismo de la sexualidad en la naturaleza humana. Algo que impide equipararla a las demás emociones o experiencias elementales como el comer y el dormir. Pero Freud, en lugar de dedicar a ese impulso una atención especial, es partidario de la desatención, de concederle luz verde. Pero la propuesta freudiana de una sexualidad tan libre como cualquier otro placer, y la consideración de que el cuerpo y sus instintos son pacíficos y hermosos como el árbol y las flores, o bien es una descripción del Paraíso perdido, o un montón de psicología superada desde los tiempos de Sócrates. Proclamar la conquista de un mundo feliz por la liberación de los instintos es ignorar su desorden latente. Una sensibilidad espontánea, liberada de lo racional, desemboca siempre en la degradación. Lo sabemos por experiencia. Y también sabemos que una correcta antropología es siempre jerárquica: la razón está para llevar la batuta, lo mismo que los pies están para andar y los pulmones para respirar. Si la razón no prevalece sobre los sentidos, es dominada por ellos: un pacífico estado intermedio es, en este terreno, un pacisfismo imposible.

Razones del éxito

Las ideas de Freud han conquistado amplísimos sectores culturales y sociales. Las razones del éxito son múltiples. Ahora sabemos que las tesis fundamentales del psicoanálisis se apoyan sobre una dudosa base científica, pero Freud poseía ambición, talento literario e imaginación. Acuñaba neologismos y creaba lemas con facilidad y fortuna, hasta el punto de incorporar a su lengua palabras y expresiones nuevas: el inconsciente, el ego y el superego, el complejo de Edipo, la sublimación, la psicología profunda, etc.

Otra parte del éxito se debe a Einstein. Con la Teoría de la Relatividad, parecía que nada era seguro en el movimiento del universo. Y por un sorprendente contagio, la opinión pública empezó a pensar que no existían absolutos de ningún tipo, ni físicos ni morales. Un gigantesco error vino a confundir la relatividad con el relativismo, y nadie se asustó más que Einstein al comprobar la publicidad imparable del error provocado por su obra. Era el caldo de cultivo perfecto para Freud.

Mucho más importante fue el descubrimiento de sus obras por parte de artistas e intelectuales. En 1919 Marcel Proust publicó "A la sombra de las muchachas en flor", quizá el primer experimento literario de relativización del tiempo y de las normas morales. El segundo experimento no se hizo esperar: se llamaba "Ulises". Joyce y Proust estaban modificando el centro de gravedad de toda una visión milenaria de la vida. Ellos ignoraron la herencia clásica que confería al hombre una voluntad y una responsabilidad precisas. Ahora el hombre se diluía en un confuso montón de sensaciones, compatibles con todos los desequilibrios. Proust reconoce en sus personajes "el más grande de todos los vicios: la falta de voluntad que impide resistir a los malos hábitos".

Aldous Huxley sostiene en su novela "Contrapunto" las tesis de Nietzsche y Freud sobre la liberación sexual: "abandónense los instintos a sí mismos y se verá que hacen muy poco daño. Entonces yo le aseguro que este mundo se parecería mucho más al reino de los cielos". Huxley no busca el libertinaje sino la armonía del placer, la misma que en su día planteó Epicuro. Pero parte de un grave error, pues intentar un equilibrio intensamente sensualista supone un modelo antropológico utópico.

Freud se creía en posesión de una clave secreta para interpretar la vida humana. Parecía tener una explicación nueva y sugestiva para todo. Y ese gnosticismo propio de algunos iniciados siempre ha sido anzuelo para intelectuales. Gide, Aldoux Huxley y Thomas Mann se le rindieron, entre otros muchos. Del Surrealismo, a pesar de sus orígenes independientes, podría pensarse que nació para expresar visualmente las ideas freudianas.

Paul Johnson ha escrito en "Tiempos modernos" que Marx, Freud y Einstein formularon el mismo mensaje durante la década de 1920: el mundo no era lo que parecía. La percepción empírica del tiempo y del espacio, del bien y del mal, de la justicia y el derecho, no merecían confianza. Si la política europea se desplomaba con la Gran Guerra, la ética cortaba las amarras que la anclaban en el derecho y la tradición. Marx profetizó la lucha de clases. Nietzsche, la victoria del superhombre. Freud, la liberación sexual. Los tres acertaron: se acercaba la época de los estadistas pistoleros y el hedonismo del buen salvaje.

En "The closing of the American mind", Nietzsche y Freud aparecen como responsables del profundo nihilismo y relativismo de valores que Allan Bloom denuncia como una de las peores plagas de su país: "He visto crecer en esta tierra el relativismo de valores y sus derivaciones hasta un grado que nadie hubiera sospechado". El lenguaje de los estadounidenses -dice Bloom- aparece perfectamente asociado a la revolución de valores de Nietzsche y Freud. Sus conceptos fundamentales forman parte del vocabulario popular y de la mentalidad norteamericana. En sus películas, Woody Allen sólo presenta neurosis con origen sexual, y parece creer que pueden ser curadas con un poco de terapia y buena voluntad.

En el 2000, la devoción por Freud se ha enfriado bastante, y entre los intelectuales más prestigiosos se alzan voces de abierta disidencia: "El psicoanálisis me llena de incredulidad. La teoría de mi padre como rival sexual y de cierto complejo de Edipo universal, hace tiempo refutada por la antropología, me parece un melodrama irresponsable" (George Steiner, "Errata").

sábado, 21 de marzo de 2009

Lo que hace la Iglesia por el SIDA

Podemos afirmar que la Iglesia es la institución más comprometida por la lucha contra el SIDA en Africa: casi un 30% de los enfermos son atendidos por sus miembros. La extensión del SIDA en el África subsahariana revela que la política de prevención seguida hasta ahora está siendo ineficaz. Por lo general, se ha limitado a promover el uso del preservativo, sin proponerse cambiar los comportamientos. A veces se acusa a la Iglesia católica de estorbar los esfuerzos para la prevención del SIDA por oponerse a esta política centrada en el preservativo. El médico y sacerdote francés Jacques Saudeau, del Pontificio Consejo para la Familia, explicaba en un interesante artículo de L'Osservatore Romano (5 abril 2000) qué está haciendo la Iglesia en África en la lucha contra el SIDA. Lo recuperamos de la hemeroteca por su indudable actualidad:


El drama del SIDA afecta hoy especialmente al África subsahariana. La Conferencia Internacional de Lusaka (Zambia, septiembre de 1999) ha puso en evidencia cómo se ha agravado la situación en los últimos años (1). El 70% de las personas seropositivas del mundo, es decir, 23,3 millones, vive en África subsahariana, región que tan solo cuenta con el 10% de la población mundial. La mayor parte de estos enfermos morirá en los próximos diez años. (...) Desde que comenzó la epidemia, en África han muerto ya 11,5 millones de personas, el 83% de los muertos por SIDA en el mundo. En 1998 murieron 2,2 millones por SIDA, frente a 0,2 millones a causa de las distintas guerras (2).
(...) Los muertos por SIDA formaban parte del segmento joven de población, es decir, el que tenía instrucción, formación profesional y enseñaba en las escuelas (3). Ese segmento era la esperanza de los grandes países pobres africanos. Muchas de estas personas eran madres jóvenes con niños pequeños, de lo que se deriva otro gran problema: los huérfanos del SIDA. El 95% de los huérfanos del SIDA son africanos (4). (...) En 1999, el número de niños menores de 14 años que han sido infectados de SIDA asciende a 570.000, el 90% de los cuales han nacido de madres seropositivas.
Estos datos ilustran la realidad de una tragedia: la epidemia del SIDA está devastando África y amenaza el futuro mismo del continente. El Consejo de Seguridad de la ONU se reunió el 10 de enero de 1999 para estudiar específicamente este tema, y concluyó que se trataba del factor más grave de desestabilización económica y política del continente (5). En palabras de Al Gore, se trata de una verdadera "crisis de seguridad" (6). (...)

En primera línea
La Iglesia católica no ha permanecido indiferente ante la situación. Al contrario, desde el inicio de la epidemia, la Iglesia ha estado presente con sus hospitales y centros de cuidados específicos, con las parroquias, el servicio de los religiosos y las religiosas, las organizaciones locales de ayuda a los enfermos, etc. La Iglesia en África ha estado en la primera línea de la lucha contra el SIDA.
Los miembros del Pontificio Consejo para la Familia, en colaboración con las distintas conferencias episcopales, hemos organizado numerosas reuniones con los médicos y las enfermeras comprometidos en esta lucha, para estudiar el tema y proponer soluciones. La mayor parte de estos encuentros han sido en los países afectados, donde hemos visto una labor constante, eficaz y discreta. Es preciso reconocer, sobre todo, la admirable dedicación y la singular generosidad de tantas personas que atienden a los enfermos en sus casas. Labor que hemos podido constatar en Uganda, Kenia, Tanzania, Ghana, Costa de Marfil, Benin, República Centroafricana y Burkina-Faso, y que consiste en apoyo humano, ayuda médica y, con frecuencia, alimentaria.
Para comprender la realidad del SIDA en estos países se debería acompañar a los voluntarios en su ronda de visitas y ver las situaciones ante las que se enfrentan. (...) Se debería valorar la labor de las religiosas que han acogido niños huérfanos del SIDA, les han dado techo, alimento, educación, etc. Se debería considerar que han tenido que pedir dinero a diestra y siniestra, pues en la mayoría de los casos se han encontrado con muy poca ayuda pública y un nivel de apoyo de las organizaciones internacionales más bien bajo. Es preciso valorar también el trabajo de otras personas, laicos y laicas, que han venido de diversos continentes para dar esperanza y dignificar la vida de tantas mujeres contagiadas y rechazadas por todos como "inmundas". (...)

Críticas de viajeros apresurados
A la vista del esfuerzo de todas estas personas, comprometidas diariamente y sin publicidad en la lucha contra la epidemia, no dejan de sorprender las declaraciones que recientemente han hecho algunos con ocasión de un breve viaje a unos pocos países africanos. Esas personas acusan a la Iglesia católica de "indiferencia".
Es comprensible que, quien viaja por vez primera a África y ve con sus propios ojos la realidad del problema, experimente un fuerte shock y reaccione con indignación. Pero no es lógico que, al buscar un responsable de esta situación, se termine acusando precisamente a quien, aunque de modo imperfecto, se empeña de forma concreta en poner remedio. Menos lógico aún es que las críticas procedan de quienes se conforman con la actitud fácil de la pura denuncia.
La Iglesia católica ha sido acusada de irresponsabilidad frente a la epidemia del SIDA en África por su posición con respecto al profiláctico para prevenir la contaminación sexual. El Pontificio Consejo para la Familia no ha dejado de recordar el mensaje de la Iglesia católica con respecto a esta difícil cuestión de la prevención del SIDA, en los distintos encuentros con los voluntarios. Este mensaje pivota sobre el concepto de "valores familiares".
Lo que aquí está en juego es una visión del hombre y de la mujer, de su dignidad, del sentido específico del sexo (7). Allí donde hay una verdadera educación en los valores de la familia, en la fidelidad, en la castidad de los esposos, en el recto significado de la donación recíproca, y allí donde se consigue superar formas invasoras de promiscuidad -lo cual es interés asimismo de los Estados-, allí obtendrá el hombre una victoria humana, también sobre este terrible fenómeno.

Prevenir o contener
En la prevención de cualquier epidemia se pueden distinguir medios propiamente preventivos y medios de "contención". Para la malaria, por ejemplo, que es una enfermedad parangonable al SIDA por su incidencia sobre la población africana y por el número de muertos que ocasiona, las medidas de prevención que se han desarrollado han sido medidas de "contención", es decir, que no atacan a la raíz de la enfermedad. Teóricamente eficaces, estas medidas se han demostrado en la práctica poco efectivas porque ha sido imposible destruir todas las larvas del mosquito anófeles o impedir que la población se abastezca de reservas de agua al aire libre. Un ejemplo contrario son las fiebres tifoideas, pues se ha logrado que la población preste mayor atención a las fuentes de agua que utiliza. Este ha sido un caso de verdadera política de "prevención", y se ha conseguido corrigiendo el comportamiento responsable de la infección.
En lo relativo al SIDA, si se desea una verdadera prevención, también sería necesario hacer ver a las personas que deben modificar su comportamiento sexual, principal causante de la difusión de la enfermedad. Mientras no se haga un esfuerzo en este sentido, no se estará realizando una verdadera campaña de prevención. El profiláctico forma parte de los medios de "contención" en la transmisión sexual de la infección, pero todo el mundo sabe que, si bien este medio sirve para "limitar" la transmisión, introduce a la población en un terreno en el que es imposible alcanzar la "perfección".

Fallos del preservativo
Además de la posibilidad de rotura o desplazamiento, está claro que el preservativo solo es eficaz "cuando se utiliza de modo correcto" (8), es decir, cuando se dan unas condiciones óptimas. En la práctica, hay siempre un amplio margen de usos defectuosos (9). En este sentido, existen conocidos estudios donde se describen con detalle los numerosos casos de fallo del preservativo (10). Pero, curiosamente, se sigue equiparando "prevención" con "buen uso del preservativo", sin que la eficacia del profiláctico sobre la epidemia haya sido estadísticamente demostrada. Pensamos además que, debido a los diversos factores que intervienen en la transmisión, esta eficacia es indemostrable.

Campañas contraproducentes
La decisión de promover el preservativo no se ha tomado por razones científicas, sino que es una decisión de "principio". Desde hacía tiempo se sabía que el preservativo tenía una relativa eficacia como contraceptivo (11). Las estadísticas decían que el preservativo fallaba como contraceptivo en el 15% de los casos. Se quiere, por tanto, hacer creer que el virus del VIH, 450 veces más pequeño que los espermatozoides, puede ser frenado por la barrera de látex como por arte de magia.
El único estudio estadísticamente válido respecto de la eficacia del profiláctico en la lucha contra el VIH es el realizado por el Groupe d'Études Européen (12), pero este estudio examina el caso de parejas estables serodiscordantes, sin infección genital (13), y solo refleja la situación europea, donde la transmisión sexual del virus tiene distinta dimensión. Otras estadísticas, que deben ser interpretadas con prudencia, muestran un porcentaje de fallos de al menos el 10% (14).
En fin, como han señalado recientemente algunos investigadores del College Medical School de Londres (15), la publicidad del preservativo en la lucha contra el SIDA podría tener un efecto contrario al buscado, en la medida en que conduce a actitudes sexuales de mayor riesgo a causa de la sensación de seguridad que induce en la población. No se puede esperar una detención de la epidemia del SIDA con el preservativo, del mismo modo que no se puede frenar un río desbordado solo con sacos de arena, cuando se han roto los diques principales. A lo sumo, cabe esperar una contención.

Ir a la raíz del problema
La Iglesia no pretende ponerse a discutir en un nivel técnico sanitario, sino que quiere centrar la atención en la raíz humana del problema, es decir, en el respeto de la sexualidad humana y de los valores que definen el crecimiento integral de las personas. Si la epidemia ha adquirido grandes proporciones en el África subsahariana es porque ha encontrado condiciones favorables: desocupación, guerras civiles, desplazamientos de refugiados, concentraciones de pobreza urbana, desarrollo de la prostitución, etc.
Si además se quisiera explicar por qué las mujeres son las más castigadas por la infección (13 mujeres por cada 10 hombres [16]), habría que añadir a todas estas causas de miseria el sometimiento de la mujer al marido bajo pena de repudio, y la gran extensión de enfermedades de transmisión sexual, que abren el camino al VIH en el organismo de la mujer (17). Los estudios realizados en Tanzania y Uganda han mostrado cómo la infección del VIH puede ser controlada y prevenida con el tratamiento exclusivo de las enfermedades de transmisión sexual, sin medidas adicionales dirigidas contra el VIH (18). La prevención del SIDA se debe realizar a partir del nivel originario, social y de valores, si desea ser eficaz.

Acciones eficaces
El papel que la Iglesia católica ha desempeñado en la prevención del SIDA en el África subsahariana es importante. En Uganda, Tanzania y Nigeria se han formado grupos de jóvenes, promovidos por religiosos, sacerdotes y laicos católicos, que se dedican a la lucha contra el SIDA (19). Algunos de estos grupos llevan el significativo nombre de Youth Alive o Youth for Life, y en ellos, los jóvenes se comprometen a luchar contra el SIDA, comenzando por sí mismos y buscando la adhesión de sus compañeros de escuela, por medio de la continencia sexual hasta el matrimonio. (...)
El caso de Uganda es ejemplar. En un estudio presentado por la agencia de la ONU que se dedica a la lucha contra el SIDA, se observa que entre 1989 y 1995 ha disminuido en un 10% la fuerza de la epidemia (20). La encuesta atribuye el hecho a que ha aumentado el uso del preservativo, pero también señala otro factor, que a nosotros nos parece de mayor importancia: el cambio de actitud de los jóvenes, que han comenzado a retrasar su primera relación sexual, diferiéndola al matrimonio. En 1989, solo el 31% de los chicos y el 26% de las chicas de 15-19 años declararon haberse abstenido de relaciones sexuales; en 1995 los chicos eran el 56% y las chicas el 46%. (...)
Este es el mensaje de la Iglesia: la prevención más radical y eficaz del SIDA es la abstinencia sexual antes del matrimonio, y la castidad conyugal en el matrimonio. (...) El modelo que propone la Iglesia no es ciertamente un modelo fácil, pero es algo plenamente humano, basado sobre la fe y la esperanza, y no sobre el reparto de un trozo de látex. No estamos hablando aquí de proyecciones teóricas sino de iniciativas concretas que ya se han realizado con adolescentes y jóvenes. (...)
Se puede comprender el motivo que impulsa a las autoridades sanitarias a difundir el profiláctico entre las prostitutas y sus clientes. Pero la prevención del SIDA debe ir a más, debe situarse en otro nivel y atacar las verdaderas raíces sociales, económicas, políticas y morales de la epidemia. Esto no es imposible: se necesita tan solo elevar el punto de mira y buscar un mayor respeto de la persona humana.
_________________________
(1) E. Favereau, "Sida en Afrique: un bilan amer", Libération, 17-IX-1999. [Ver también servicio 129/99, pp. 3-4: "Para frenar el SIDA en África"].
(2) P. Benkimoun, N. Herzberg, "Le sida est devenu la première cause de mortalité en Afrique", Le Monde, 14-IX-1999, p. 6.
(3) "AIDS: Teachers Dying in Central Africa", Currents Concerns, oct. 1999, n. 10/99, p. III.
(4) N. Herzberg, "Les Orphelins de Cairo Road", Le Monde, 30-IX-1999, p. 14.
(5) Afsané Bassir Pour, "Les Etats-Unis saisissent l'ONU du problème du SIDA en Afrique", Le Monde, 12-I-2000.
(6) "Africa's AIDS Crisis", International Herald Tribune, 13-I-2000, p. 8.
(7) Pontificio Consejo para la Familia, Sexualidad humana: verdad y significado. Orientaciones educativas en familia, Roma, 1995 [ver servicio 2/96].
(8) UNAIDS, "Sexual behavioural change for HIV. Where have theories taken us?", UNAIDS Best Practice Collection, jun. 1999, p. 20.
(9) W. Cates, A.R. Hinman, "AIDS and absolutism. The demand for perfection in prevention", The New England Journal of Medicine (NEJM), 327 (7): 492:494.
(10) K. April, R. Koster, G. Fantacci, et al., "Qual è il grado effetivo di protezione dall'HIV del preservativo?", Medicina e Morale, 44 (5) 1994: 903-905. R. Kirkman, "Condom use and failure", The Lancet 336 (8721) 1990: 1009.
(11) W.R. Grady, M.D. Hayward, J. Yagi, "Contraceptive failure in the United States: estimates from 1982 National Survey of Family Growth", Family Planning Perspectives, 18 (5) 1986: 200-209.
(12) I. De Vicenzi, "Comparison of female to male and male to female transmission of HIV in 563 stable couples", British Medical Journal, 304, 1992: 341-346; "A longitudinal Study of Human immunodeficiency virus transmission by heterosexual partners", NEJM, 331 (6) 1994: 341-346.
(13) En la situación de parejas VHI sero-discordantes, el factor de transmisión más importante no es la utilización del preservativo, sino los hábitos sexuales del compañero y la existencia de enfermedades de transmisión sexual. El riesgo de contaminación es función del número de parejas y del número de actos sexuales realizados con una pareja contaminada (N. Padian, L. Marquis, D.P. Francis et al., "Male-to-Female Transmission of Human Inmunodeficiency Virus", Journal of the American Medical Association [JAMA], 258 [6] 1987: 788-790).
(14) P.C. Götzsche, M. Hörding, "Condoms to Prevent Do Not Imply Truly Safe Sex", Scandinavian Journal of Infectious Diseases, 20 (2) 1988: 233-234. H. Hearst, S. Hulley, "Preventing the heterosexual spread of AIDS. Are we giving our patients the best advice?", JAMA, 259 (16) 1988: 2428-2432.
(15) J. Richens, J. Inrie, A. Copas, "Condoms and seat belts: the parallels and the lessons", The Lancet 355 (9201) 2000: 400-403.
(16) UNAIDS, AIDS epidemic update: december 1999, p. 16.
(17) M.S. Cohen, "Sexually transmitted diseases enhance HIV transmission: no longer an hypothesis", The Lancet, 351 (suppl III) 1998: 5-7.
(18) H. Grosskurth, F. Mosha, J. Todd, "Impact of improved treatment of sexually transmitted diseases on HIV infection in rural Tanzania", The Lancet, 346, 1997: 530-536; 350, 1997: 1805-1809. M.J. Waver, N.K. Sewankambo, D. Serwada, et al., "Control of sexually transmitted diseases for AIDS prevention in Uganda: a randomized community trial", The Lancet 353 (9152) 1999: 515-535.
(19) L. McSweeny, AIDS, your Responsibility, The Ambassador Publications, 1991. L. McSweeny, Changing Behaviour. A Challenge to Love, The Ambassador Publications, 1995.
(20) A measure of success in Uganda, UNAIDS Case Study, May 1998.

sábado, 14 de marzo de 2009

Claves de la acción internacional de la Santa Sede

Monseñor Pietro Parolin explicó, en una conferencia, la acción internacional de la Santa Sede. La Agencia Zenit lo resumía así:

"La dignidad del hombre y su dimensión trascendente son la razón de la existencia y de la misión internacional de una autoridad moral soberana independiente de los Estados, como es la Santa Sede"



Autoridad espiritual universal independiente

«La Iglesia católica es la única institución religiosa que puede acceder a relaciones diplomáticas y que se interesa en el derecho internacional mediante el sujeto internacional soberano de características singulares que es la Santa Sede».

Siguiendo sus palabras, una aproximación adecuada a la presencia internacional de la Santa Sede requiere tener presente que ésta no se puede identificar simplemente con la Iglesia católica -como comunidad de creyentes- ni con el Estado de la Ciudad del Vaticano -punto geográfico de apoyo que asegura la libertad del romano pontífice--.

«La Santa Sede es el mismo Santo Padre en cuanto autoridad espiritual universal independiente junto con los organismos de la Curia Romana que colaboran con su misión» --definió--; es esta naturaleza «la que requiere la existencia de un verdadero estatuto internacional de tipo público» como «sujeto "sui iuris", que se da a sí mismo su organización jurídica y no la recibe del exterior, y como tal entra en relación con los demás estados».

Ello se concreta actualmente en relaciones diplomáticas con 176 estados, presencia en la ONU como Estado observador, miembro de siete organizaciones o agencias del sistema ONU y observador en otras ocho, aparte de su adhesión como país miembro observador en cinco organizaciones regionales.

Objetivo

La «tenaz» reivindicación de la propia personalidad internacional y la petición de la Santa Sede de intervenir en los debates políticos internacionales para ofrecer su contribución están lejos de un interés específico en salvaguardar la propia independencia, subrayó monseñor Pietro Parolin.

Si la Santa Sede desea situarse como «interlocutor independiente de los Estados y expresar un juicio autorizado sobre los problemas que afectan a sus vidas» es porque «considera que representa una dimensión del hombre que, aún determinante en la vida de los pueblos, no entra plenamente bajo la jurisdicción de los Estados ni se agota en ella»; «existe algo que va más allá del elemento material», puntualizó.

La clave está en la dignidad del hombre: es anterior a la existencia del Estado y su respeto es el termómetro de la legitimidad y justicia de cualquier norma legal. Y «tal dignidad del individuo tiene como elemento esencial su dimensión trascendente», de forma que «si el hombre no trascendiera la dimensión material, no habría razones suficientes para que el respeto de su dignidad estuviera por encima de conveniencias nacionales», constató monseñor Parolin.

Así que «tal anterioridad e independencia de la dignidad del individuo, y más concretamente su dimensión trascendente, es la justificación última de la existencia de una autoridad moral soberana independiente de los Estados», y «en consecuencia la Santa Sede, en su actividad internacional», «sin interferir en el ámbito y responsabilidad propia de los Estados, se propone la tutela de la persona humana y de la libertad religiosa», confirmó.

En este punto monseñor Parolin citó a Juan Pablo II, quien en 2001, hablando a los futuros diplomáticos de la Pontificia Academia Eclesiástica, decía urge sobre todo la defensa del hombre y de la imagen de Dios que existe en él.

Acción

Trabajar en la Secretaría de Estado --el dicasterio de la Curia Romana que colabora más de cerca con el Sumo Pontífice--, especialmente en la Sección para las Relaciones con los Estados, significa -admite su subsecretario-- disfrutar de un observatorio privilegiado para conocer la realidad internacional, dado que se está obligado a una permanente visión de conjunto a la que contribuye el contacto casi diario con los diplomáticos acreditados ante la Santa Sede.

Por ello señaló la intervención y la posición de ésta en algunos temas en el escenario mundial, entre los que, como se deduce de lo anterior, se cuenta la primacía de la persona desde la garantía de una «afirmación muy fuerte de la verdad».

«Persona-verdad es el binomio que está al frente de la acción internacional de la Santa Sede», y ésta procura recalcar estos conceptos extrayéndolos de los propios instrumentos de los que se ha dotado la comunidad internacional, como la Carta de la ONU --ejemplificó monseñor Parolin-- que declara solemnemente que la Organización fue creada para salvar a las generaciones futuras del azote de la guerra, para reafirmar la fe (una palabra clave) en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad de la persona humana, para asegurar el respeto del derecho internacional y para promover el progreso social».

Siendo significativo el uso del término «fe» en el citado contexto, la Santa Sede, en el último debate en el seno de la ONU, «observó que se afirmó así la existencia de una verdad universal y trascendente sobre el hombre y sobre su dignidad intrínseca, que no es una simple creación histórica, sino una realidad que precede y determina toda actividad política», de manera -siguió monseñor Parolin- «que ninguna ideología del poder puede suprimir tal verdad».

Y es tal dignidad del ser humano --añade-- «la que determina la justa medida de los intereses nacionales, que jamás pueden considerarse absolutos» y cuya defensa «debe contribuir a promover el bien común de todos los hombres».

«La Santa Sede subraya constantemente que el respeto de la dignidad del hombre, por lo tanto, es el fundamento ético más profundo en la búsqueda de la paz y en la construcción de relaciones internacionales»; «la carencia, el desprecio o la adhesión parcial a este principio está en el origen de los conflictos, de la degradación ambiental y de las injusticias», alerta.

En este marco, los valores que promueven las religiones «son el medio más eficaz para trascender los egoísmos y la violencia, y por lo tanto --continúa monseñor Parolin-- sostienen de manera decisiva esa "fe" en la dignidad del hombre».

Punto también prioritario en el actual marco internacional es el binomio cultura-religiones, por lo que la Santa Sede «recuerda con insistencia que el núcleo del diálogo interreligioso corresponde a la identidad propia de los representantes de cada religión --recalca--, sobre todo cuando se refiere a las verdades fundamentales del cosmos, del hombre y de la sociedades».

«A los estados y a la comunidad internacional corresponde en cambio --puntualiza-- el empeño de acompañar este diálogo, facilitándolo y creando estructuras en las que los miembros de las diversas religiones puedan cooperar a la paz y al desarrollo».

Y «si la voluntad de diálogo es verdadera, debe necesariamente traducirse en un mayor respeto de la libertad religiosa», un derecho que «lamentablemente sigue siendo escasamente respetado en muchas regiones del mundo o incluso directamente negado», denunció monseñor Parolin.

«Hay que destacar con pesar que el nuevo Consejo para los Derechos Humanos no ha dado pasos significativos en tal sentido», advirtió ante los diplomáticos presentes.

Y buscando ayudar a la comunidad internacional en su meta de servicio a la humanidad y a cada hombre, la Santa Sede se interesa en el tema de la paz consciente de que es «condición necesaria para el desarrollo de una vida digna». Por eso apoya las iniciativas de desarme, mencionó monseñor Parolin.

Asimismo la Santa Sede ha visto favorablemente «y ha contribuido en la medida de sus posibilidades a la creación --hace dos años-- de la Comisión para la Reconstrucción («Peace building commision»), cuya existencia «es signo inequívoco de la convicción internacional de que no basta con poner fin a las guerras, sino que hay que ayudar a reconstruir el tejido social e institucional de la gente, cosa que sólo garantiza una vida digna».

Y, con esperanza, la diplomacia vaticana valora y anima las operaciones de paz, como la de Darfur --señaló--, si bien el aumento de tales operaciones refleja «las dificultades que experimenta la comunidad internacional para prevenir las situaciones de conflicto antes de su degeneración».

Las prioridades de la Santa Sede se orientan también al desarrollo, y monseñor Parolin recordó que ya hace cuarenta años, en «Populorum progressio», Pablo VI advirtió que «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz».

«Muchos problemas hoy atribuidos casi exclusivamente a diferencias culturales y religiosas tienen su origen en innumerables injusticias económicas y sociales», constató; «la liberación de las necesidades extremas, como las enfermedades, el hambre y la ignorancia, es el presupuesto necesario para un diálogo sereno de las civilizaciones».

A través de la Secretaría de Estado, de los Pontificios Consejos Justicia y Paz y Cor Unum, la Santa Sede mantiene una estrecha relación con Organizaciones No Gubernamentales [ONG] que en mayor o menor medida ejercen una función crítica y propositiva respecto a la situación económica mundial. Constante y prioritaria es también la acción de la Santa Sede, en la esfera internacional, en la defensa de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural.

Y es que «conceder al Estado o a cualquier otra agrupación social poderes de decisión sobre la vida de los individuos» «equivaldría a relativizar toda verdad sobre la dignidad de la persona humana», insiste.

La verdadera eficacia

Con la atención a estas prioridades --sólo se han citado algunas--, la Santa Sede busca contribuir en el momento en que conforman la agenda internacional y «se cristalizan en propuestas políticas y normativas», pero su acción «se sitúa en el horizonte profético de la Iglesia, y tiene un valor pedagógico y paradigmático en cuanto que indica a los cristianos y hombres y mujeres de buena voluntad las orientaciones éticas que deben guiar las elecciones políticas», apunta monseñor Parolin.

Para medir la eficacia de toda esta actividad, en su opinión se debe aplicar una regla general de la vida cristiana: «se debe mirar el esfuerzo, no los resultados; estamos llamados a trabajar con todo nuestro empeño por estas grandes finalidades».

«Puedo decir que la palabra de la Santa Sede se espera verdaderamente en muchos ámbitos. Hay deseo de escuchar un llamamiento hacia los valores éticos y los principios morales para la solución de los grandes problemas de la humanidad»; «lo importante es que hagamos lo posible para que se produzca este anuncio y este testimonio», concluye.

jueves, 12 de marzo de 2009

La juventud, tiempo de esperanza

MENSAJE DEL PAPA PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2009


CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 4 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto del Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Juventud de este año, que se celebrará en ámbito diocesano el próximo domingo de Ramos y que hoy ha hecho público la Santa Sede.
* * *
"Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo" (1 Tm 4,10)


Queridos amigos:

El próximo domingo de Ramos celebraremos en el ámbito diocesano la XXIV Jornada Mundial de la Juventud. Mientras nos preparamos a esta celebración anual, recuerdo con enorme gratitud al Señor el encuentro que tuvimos en Sydney, en julio del año pasado. Un encuentro inolvidable, durante el cual el Espíritu Santo renovó la vida de tantos jóvenes que acudieron desde todos los lugares del mundo. La alegría de la fiesta y el entusiasmo espiritual experimentados en esos días, fueron un signo elocuente de la presencia del Espíritu de Cristo. Ahora nos encaminamos hacia el encuentro internacional programado para 2011 en Madrid y que tendrá como tema las palabras del apóstol Pablo: "Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe" (cf. Col 2,7). Teniendo en cuenta esta cita mundial de jóvenes, queremos hacer juntos un camino formativo, reflexionando en 2009 sobre la afirmación de san Pablo: "Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo" (1 Tm 4,10), y en 2010 sobre la pregunta del joven rico a Jesús: "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?" (Mc 10,17).

La juventud, tiempo de esperanza
En Sydney, nuestra atención se centró en lo que el Espíritu Santo dice hoy a los creyentes y, concretamente a vosotros, queridos jóvenes. Durante la Santa Misa final os exhorté a dejaros plasmar por Él para ser mensajeros del amor divino, capaces de construir un futuro de esperanza para toda la humanidad. Verdaderamente, la cuestión de la esperanza está en el centro de nuestra vida de seres humanos y de nuestra misión de cristianos, sobre todo en la época contemporánea. Todos advertimos la necesidad de esperanza, pero no de cualquier esperanza, sino de una esperanza firme y creíble, como he subrayado en la Encíclica Spe salvi. La juventud, en particular, es tiempo de esperanzas, porque mira hacia el futuro con diversas expectativas. Cuando se es joven se alimentan ideales, sueños y proyectos; la juventud es el tiempo en el que maduran opciones decisivas para el resto de la vida. Y tal vez por esto es la etapa de la existencia en la que afloran con fuerza las preguntas de fondo: ¿Por qué estoy en el mundo? ¿Qué sentido tiene vivir? ¿Qué será de mi vida? Y también, ¿cómo alcanzar la felicidad? ¿Por qué el sufrimiento, la enfermedad y la muerte? ¿Qué hay más allá de la muerte? Preguntas que son apremiantes cuando nos tenemos que medir con obstáculos que a veces parecen insuperables: dificultades en los estudios, falta de trabajo, incomprensiones en la familia, crisis en las relaciones de amistad y en la construcción de un proyecto de pareja, enfermedades o incapacidades, carencia de recursos adecuados a causa de la actual y generalizada crisis económica y social. Nos preguntamos entonces: ¿Dónde encontrar y cómo mantener viva en el corazón la llama de la esperanza?

En búsqueda de la "gran esperanza"
La experiencia demuestra que las cualidades personales y los bienes materiales no son suficientes para asegurar esa esperanza que el ánimo humano busca constantemente. Como he escrito en la citada Encíclica Spe salvi, la política, la ciencia, la técnica, la economía o cualquier otro recurso material por sí solos no son suficientes para ofrecer la gran esperanza a la que todos aspiramos. Esta esperanza "sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar" (n. 31). Por eso, una de las consecuencias principales del olvido de Dios es la desorientación que caracteriza nuestras sociedades, que se manifiesta en la soledad y la violencia, en la insatisfacción y en la pérdida de confianza, llegando incluso a la desesperación. Fuerte y clara es la llamada que nos llega de la Palabra de Dios: "Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien" (Jr 17,5-6).
La crisis de esperanza afecta más fácilmente a las nuevas generaciones que, en contextos socio-culturales faltos de certezas, de valores y puntos de referencia sólidos, tienen que afrontar dificultades que parecen superiores a sus fuerzas. Pienso, queridos jóvenes amigos, en tantos coetáneos vuestros heridos por la vida, condicionados por una inmadurez personal que es frecuentemente consecuencia de un vacío familiar, de opciones educativas permisivas y libertarias, y de experiencias negativas y traumáticas. Para algunos -y desgraciadamente no pocos-, la única salida posible es una huída alienante hacia comportamientos peligrosos y violentos, hacia la dependencia de drogas y alcohol, y hacia tantas otras formas de malestar juvenil. A pesar de todo, incluso en aquellos que se encuentran en situaciones penosas por haber seguido los consejos de "malos maestros", no se apaga el deseo del verdadero amor y de la auténtica felicidad. Pero ¿cómo anunciar la esperanza a estos jóvenes? Sabemos que el ser humano encuentra su verdadera realización sólo en Dios. Por tanto, el primer compromiso que nos atañe a todos es el de una nueva evangelización, que ayude a las nuevas generaciones a descubrir el rostro auténtico de Dios, que es Amor. A vosotros, queridos jóvenes, que buscáis una esperanza firme, os digo las mismas palabras que san Pablo dirigía a los cristianos perseguidos en la Roma de entonces: "El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo" (Rm 15,13). Durante este año jubilar dedicado al Apóstol de las gentes, con ocasión del segundo milenio de su nacimiento, aprendamos de él a ser testigos creíbles de la esperanza cristiana.

San Pablo, testigo de la esperanza
Cuando se encontraba en medio de dificultades y pruebas de distinto tipo, Pablo escribía a su fiel discípulo Timoteo: "Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo" (1 Tm 4,10). ¿Cómo había nacido en él esta esperanza? Para responder a esta pregunta hemos de partir de su encuentro con Jesús resucitado en el camino de Damasco. En aquel momento, Pablo era un joven como vosotros, de unos veinte o veinticinco años, observante de la ley de Moisés y decidido a combatir con todas sus fuerzas, incluso con el homicidio, contra quienes él consideraba enemigos de Dios (cf. Hch 9,1). Mientras iba a Damasco para arrestar a los seguidores de Cristo, una luz misteriosa lo deslumbró y sintió que alguien lo llamaba por su nombre: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Cayendo a tierra, preguntó: "¿Quién eres, Señor?". Y aquella voz respondió: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (cf. Hch 9,3-5). Después de aquel encuentro, la vida de Pablo cambió radicalmente: recibió el bautismo y se convirtió en apóstol del Evangelio. En el camino de Damasco fue transformado interiormente por el Amor divino que había encontrado en la persona de Jesucristo. Un día llegará a escribir: "Mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí" (Ga 2,20). De perseguidor se transformó en testigo y misionero; fundó comunidades cristianas en Asia Menor y en Grecia, recorriendo miles de kilómetros y afrontando todo tipo de vicisitudes, hasta el martirio en Roma. Todo por amor a Cristo.

La gran esperanza está en Cristo
Para Pablo, la esperanza no es sólo un ideal o un sentimiento, sino una persona viva: Jesucristo, el Hijo de Dios. Impregnado en lo más profundo por esta certeza, podrá decir a Timoteo: "Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo" (1 Tm 4,10). El "Dios vivo" es Cristo resucitado y presente en el mundo. Él es la verdadera esperanza: Cristo que vive con nosotros y en nosotros y que nos llama a participar de su misma vida eterna. Si no estamos solos, si Él está con nosotros, es más, si Él es nuestro presente y nuestro futuro, ¿por qué temer? La esperanza del cristiano consiste por tanto en aspirar "al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo" (Catecismo de la Iglesia Católica, 1817).

El camino hacia la gran esperanza
Jesús, del mismo modo que un día encontró al joven Pablo, quiere encontrarse con cada uno de vosotros, queridos jóvenes. Sí, antes que un deseo nuestro, este encuentro es un deseo ardiente de Cristo. Pero alguno de vosotros me podría preguntar: ¿Cómo puedo encontrarlo yo, hoy? O más bien, ¿de qué forma Él viene hacia mí? La Iglesia nos enseña que el deseo de encontrar al Señor es ya fruto de su gracia. Cuando en la oración expresamos nuestra fe, incluso en la oscuridad lo encontramos, porque Él se nos ofrece. La oración perseverante abre el corazón para acogerlo, como explica san Agustín: "Nuestro Dios y Señor [...] pretende ejercitar con la oración nuestros deseos, y así prepara la capacidad para recibir lo que nos ha de dar" (Carta 130,8,17). La oración es don del Espíritu que nos hace hombres y mujeres de esperanza, y rezar mantiene el mundo abierto a Dios (cf. Enc. Spe salvi, 34).
Dad espacio en vuestra vida a la oración. Está bien rezar solos, pero es más hermoso y fructuoso rezar juntos, porque el Señor nos ha asegurado su presencia cuando dos o tres se reúnen en su nombre (cf. Mt 18,20). Hay muchas formas para familiarizarse con Él; hay experiencias, grupos y movimientos, encuentros e itinerarios para aprender a rezar y de esta forma crecer en la experiencia de fe. Participad en la liturgia en vuestras parroquias y alimentaos abundantemente de la Palabra de Dios y de la participación activa en los sacramentos. Como sabéis, culmen y centro de la existencia y de la misión de todo creyente y de cada comunidad cristiana es la Eucaristía, sacramento de salvación en el que Cristo se hace presente y ofrece como alimento espiritual su mismo Cuerpo y Sangre para la vida eterna. ¡Misterio realmente inefable! Alrededor de la Eucaristía nace y crece la Iglesia, la gran familia de los cristianos, en la que se entra con el Bautismo y en la que nos renovamos constantemente por al sacramento de la Reconciliación. Los bautizados, además, reciben mediante la Confirmación la fuerza del Espíritu Santo para vivir como auténticos amigos y testigos de Cristo, mientras que los sacramentos del Orden y del Matrimonio los hacen aptos para realizar sus tareas apostólicas en la Iglesia y en el mundo. La Unción de los enfermos, por último, nos hace experimentar el consuelo divino en la enfermedad y en el sufrimiento.

Actuar según la esperanza cristiana
Si os alimentáis de Cristo, queridos jóvenes, y vivís inmersos en Él como el apóstol Pablo, no podréis por menos que hablar de Él, y haréis lo posible para que vuestros amigos y coetáneos lo conozcan y lo amen. Convertidos en sus fieles discípulos, estaréis preparados para contribuir a formar comunidades cristianas impregnadas de amor como aquellas de las que habla el libro de los Hechos de los Apóstoles. La Iglesia cuenta con vosotros para esta misión exigente. Que no os hagan retroceder las dificultades y las pruebas que encontréis. Sed pacientes y perseverantes, venciendo la natural tendencia de los jóvenes a la prisa, a querer obtener todo y de inmediato.
Queridos amigos, como Pablo, sed testigos del Resucitado. Dadlo a conocer a quienes, jóvenes o adultos, están en busca de la "gran esperanza" que dé sentido a su existencia. Si Jesús se ha convertido en vuestra esperanza, comunicadlo con vuestro gozo y vuestro compromiso espiritual, apostólico y social. Alcanzados por Cristo, después de haber puesto en Él vuestra fe y de haberle dado vuestra confianza, difundid esta esperanza a vuestro alrededor. Tomad opciones que manifiesten vuestra fe; haced ver que habéis entendido las insidias de la idolatría del dinero, de los bienes materiales, de la carrera y el éxito, y no os dejéis atraer por estas falsas ilusiones. No cedáis a la lógica del interés egoísta; por el contrario, cultivad el amor al prójimo y haced el esfuerzo de poneros vosotros mismos, con vuestras capacidades humanas y profesionales al servicio del bien común y de la verdad, siempre dispuestos a dar respuesta "a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1 P 3,15). El auténtico cristiano nunca está triste, aun cuando tenga que afrontar pruebas de distinto tipo, porque la presencia de Jesús es el secreto de su gozo y de su paz.

María, Madre de la esperanza
San Pablo es para vosotros un modelo de este itinerario de vida apostólica. Él alimentó su vida de fe y esperanza constantes, siguiendo el ejemplo de Abraham, del cual escribió en la Carta a los Romanos: "Creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones" (4,18). Sobre estas mismas huellas del pueblo de la esperanza -formado por los profetas y por los santos de todos los tiempos- nosotros continuamos avanzando hacia la realización del Reino, y en nuestro camino espiritual nos acompaña la Virgen María, Madre de la Esperanza. Ella, que encarnó la esperanza de Israel, que donó al mundo el Salvador y permaneció, firme en la esperanza, al pie de la cruz, es para nosotros modelo y apoyo. Sobre todo, María intercede por nosotros y nos guía en la oscuridad de nuestras dificultades hacia el alba radiante del encuentro con el Resucitado. Quisiera concluir este mensaje, queridos jóvenes amigos, haciendo mía una bella y conocida exhortación de San Bernardo inspirada en el título de María Stella maris, Estrella del mar: "Cualquiera que seas el que en la impetuosa corriente de este siglo te miras, fluctuando entre borrascas y tempestades más que andando por tierra, ¡no apartes los ojos del resplandor de esta estrella, si quieres no ser oprimido de las borrascas! Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María... En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María... Siguiéndola, no te desviarás; rogándole, no desesperarás; pensando en ella, no te perderás. Si ella te tiene de la mano no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si ella te es propicia" (Homilías en alabanza de la Virgen Madre, 2,17).
María, Estrella del mar, guía a los jóvenes de todo el mundo al encuentro con tu divino Hijo Jesús, y sé tú la celeste guardiana de su fidelidad al Evangelio y de su esperanza.
Al mismo tiempo que os aseguro mi recuerdo cotidiano en la oración por cada uno de vosotros, queridos jóvenes, os bendigo de corazón junto a vuestros seres queridos.
Vaticano, 22 de febrero de 2009
BENEDICTUS PP. XVI

martes, 10 de marzo de 2009

Grandes pensadores: Nietzsche

Tomado de la obra de José Ramón Ayllón "Luces en la caverna".

Existe un feroz dragón llamado "tú debes", pero contra él arroja el superhombre las palabras "yo quiero"


Nietzsche representa a otra de las corrientes anti-hegelianas. Las generaciones que heredaron el optimismo de la Ilustración acabaron pronto en el desencanto. Comprobaron que las promesas de paz y prosperidad no se cumplieron, y que el sueño de felicidad universal siguió siendo un sueño, pues -como diría más tarde Camus- "los hombres mueren y no son felices". Entonces Marx, y luego Nietzsche, y luego Freud, sentaron en el banquillo a la diosa Razón y lanzaron contra ella la acusación de incompetencia e impostura. Nacieron así las filosofías de la sospecha, cuyo objetivo se centró en relevar a la razón de su función rectora y confiar a los resortes humanos irracionales las riendas de los destinos humanos.

Aspectos biográficos

Si Hume cortó las amarras con el deber, el propósito de Nietzsche (1844-1900) será firmar su partida de defunción. Es el gran profeta de la ética concebida como expresión de la autonomía total del individuo, el responsable de un tipo de conducta peligrosamente desvinculada. Con sus escritos llevó a cabo una gigantesca operación de demolición cultural, un desguace donde no dejó títere con cabeza. Su objetivo central fue la religión cristiana, pero de paso arremetió contra la Grecia clásica, el positivismo, el evolucionismo, la democracia, el Estado moderno y la música de Wagner. Su mención está justificada por su importancia en la configuración de la cultura del siglo XX. Voluntaria o involuntariamente, el pensamiento occidental es en gran medida nietzscheano. Como Sísifo, Nietzsche vivió condenado a soportar la carga de una enfermedad crónica y progresiva, que le llevó hasta la locura y la muerte prematura. Su obra se abre con una apasionada afirmación de la vida, dramática si se tiene en cuenta que es la proyección de la impotencia de un enfermo.

La vida es un valor que se afirma sin más lógica que su fuerza de surgimiento. Y el símbolo escogido es el dios griego Dionisos, exponente máximo de una civilización que se embriaga en los instintos vitales y planta cara a la incertidumbre del destino. Sin embargo, Nietzsche no toma como modelo la Grecia clásica de Pericles, Sócrates y Fidias. Habla de la época presocrática, instintiva y sensual, en la que todavía no habían triunfado la moderación, la medida y el equilibrio del dios Apolo.

El ataque al cristianismo ocupa un lugar privilegiado entre las obsesiones destructivas de Nietzsche, quizá como reacción contra la atmósfera pietista que respiró en su niñez. No se trata de una crítica académica sino de una oposición visceral: "Yo considero al cristianismo como la peor mentira de seducción que ha habido en la historia". Dios es "una objeción contra la vida", y "la fórmula para toda detracción de este mundo, para toda mentira del más allá". El cristianismo es la religión de la compasión, pero "cuando se tiene compasión se pierde fuerza. La compasión entorpece la ley del desarrollo, la selección natural; conserva lo que ya está dispuesto para el ocaso, opone resistencia en favor de los desheredados y de los condenados por la vida. La compasión es la praxis del nihilismo, y nada hay más malsano en nuestra malsana humanidad que la compasión cristiana".

Como observó Jaspers, para cada afirmación de Nietzsche podemos encontrar su contraria en sus mismas obras. De su fascinación por la figura de Cristo proceden estas palabras: "Cristo es el hombre más noble"; "Lo que dejó en herencia a los hombres fue el ejemplo de su vida: su comportamiento ante los jueces, los esbirros, los acusadores, y ante toda clase de calumnias y escarnios, su comportamiento en la cruz". "El símbolo de la cruz es el más sublime que haya existido jamás". Cristo fue un "espíritu libre", pero el Evangelio también "fue suspendido de la cruz" y murió con él: se tranformó en Iglesia, en odio y resentimiento contra todo lo noble y aristocrático.

A los treinta y cinco años, después de constantes problemas de salud, dimite de su cátedra de Filología Griega y se dedica a buscar por el sur de Europa descanso para su desequilibrada naturaleza. A los 39, su lucidez mental se extingue en Italia un 3 de enero. Moriría once años más tarde, en 1900, sin haber recobrado la razón. Y su fama empezó a extenderse por Europa hasta colocarle en los primeros puestos de la filosofía contemporánea. Por una cruel ironía del destino, lo que Nietzsche ofreció al mundo fue su propia tragedia de enfermo doliente en su exaltación del ansia de vivir.

El superhombre y la muerte de Dios

Si como hombres nos es negada la felicidad, quizá como superhombres podamos alcanzarla. Y seremos superhombres si nos atrevemos a desprendernos de la máscara racional del deber, esa artimaña del débil para dominar al fuerte. Nietzsche predicó la inversión de todos los valores, y supo evaluar las consecuencias de su pretensión con enorme clarividencia:

“Mi nombre estará un día ligado al recuerdo de una crisis como jamás hubo sobre la tierra, al más hondo conflicto de conciencia, a una voluntad que se proclama contraria a todo lo que hasta ahora se había creído, pedido y consagrado. No soy un hombre, soy una carga de dinamita.”

Para lograr la inversión de los valores, Nietzsche debe arrancarlos de su raíz fundamental. Así se entiende su obsesión por decretar la muerte de Dios:

Ahora es cuando la montaña del acontecer humano se agita con dolores de parto. ¡Dios ha muerto: viva el superhombre!

La pretensión de Nietzsche es expresada por Dostoievski con fórmula que ha hecho fortuna: "Si Dios no existe, todo está permitido". En el mismo sentido, diversos pensadores han afirmado, a modo de ejemplo, que contra la libertad de asesinar no existe, a fin de cuentas, más que un argumento de carácter religioso. Porque la imposibilidad de matar a un hombre no es física, es una imposibilidad moral que nace al descubrir cierto carácter absoluto en la criatura finita: la imagen y los derechos de su Creador.

La muerte de Dios es necesaria para el advenimiento del superhombre. Esta tesis esencial en Nietzsche ya fue expresada por Confucio en una línea: "Si no se respeta lo sagrado, no se tiene nada en que fijar la conducta". En el mismo sentido, Platón lamenta la dificultad de mover a los hombres a la justicia -que tantas veces exige un gran sacrificio- si no se la presenta acompañada en el más allá por una plenitud de premios para la virtud y de castigos para el vicio. Y cuando pone en boca del sofista Calicles la apología del superhombre, el elogio de la ley del más fuerte, hace que Sócrates le responda con el mito homérico de Crono y el juicio de los muertos, "ese juicio que según creo vale más que todos los de la tierra juntos". Calicles había defendido la autoridad natural del fuerte sobre el débil, sin necesidad de leyes y principios morales. Su mensaje es repetido por Nietzsche dos mil años más tarde:

Durante demasiado tiempo, el hombre ha contemplado con malos ojos sus inclinaciones naturales, de modo que han acabado por asociarse con la mala conciencia. Habría que intentar lo contrario, es decir, asociar con la mala conciencia todo lo que se oponga a los instintos, a nuestra animalidad natural. ¿Pero quién es lo bastante fuerte para ello? Algún día, sin embargo, en una época más fuerte que este presente corrompido, vendrá un hombre redentor, que nos liberará de los ideales y será vencedor de Dios y de la nada.

La muerte de Dios es el más grande de los hechos. Un acontecimiento que divide la historia de la humanidad: "Cualquiera que nazca después de nosotros pertenecerá a una historia más alta que ninguna de las anteriores". Es un suceso cósmico, del que son responsables los hombres, y que les libera de las cadenas de lo sobrenatural que ellos mismos habían creado. La muerte de Dios es la muerte definitiva del deber y la victoria de la autonomía absoluta. Sin Dios, todo norte moral desaparece, y todo puede ser disuelto por la duda. "Hasta hoy no se ha experimentado la más mínima duda o vacilación al establecer que lo bueno tiene un valor superior a lo malo. ¿Y si fuese verdad su contrario?"

Éste es el problema que plantea la Genealogía de la moral. En ella reflexiona Nietzsche sobre los mecanismos psicológicos que iluminan el origen de los valores. Parte de la convicción de que la moral es una construcción ideológica para dominar a los demás. En concreto, un invento de los débiles para sojuzgar a los fuertes. Más en concreto, una venganza intelectual de los judíos contra sus enemigos y dominadores. Con los judíos comienza la rebelión de los esclavos, la inversión de los valores de los vencedores. Desde que los judíos inventan la religión y el más allá, los poderosos son malos, y los hombres vulgares son buenos. El cristianismo hereda esta corrupción judía del odio contra los buenos. Hasta que llega Nietzsche. Con él se desvanecerán las mentiras de varios milenios, y el hombre se verá libre del autoengaño de la ilusión.

No existe providencia ni orden cósmico: "La condición general del mundo para toda la eternidad es el caos, en el sentido de una privación de orden, de forma, de hermosura, de sabiduría". El mundo no tiene sentido, pero gira atrapado por la necesidad de repetirse: es la doctrina del eterno retorno, que Nietzsche vuelve a tomar de Grecia y de Oriente. El mundo no avanza en línea recta hacia un fin, ni su devenir consiste en un progreso, sino que "todas las cosas vuelven eternamente, y nosotros con ellas. Hemos sido eternas veces en el pasado, y todas las cosas con nosotros. Retornará esta telaraña, y este claro de luna entre los árboles, y también un momento idéntico a éste, y yo mismo".

El hombre debe descubrir que esa es la esencia del mundo, y aceptar y amar esa necesidad, sin escabullirse hacia mundos ideales. Esto es lo que enseña Zaratustra. El propósito de Nietzsche es suprimir la última garantía de los valores. Por eso dice Zaratustra:

¡Os conjuro, hermanos míos: permaneced fieles a la tierra, y no deis fe a los que hablan de esperanzas sobrenaturales! En otras ocasiones el delito contra Dios era el mayor de los maleficios, pero Dios ha muerto. Ahora lo más triste es pecar contra el sentido de la tierra.

Un nuevo deber nos llama a la autoafirmación biológica, a la victoria de los señores sobre los esclavos. Nietzsche sueña con una aristocracia de la violencia, y se opone al ideal de igualdad buscado por el socialismo y la democracia: "El hombre gregario pretende ser hoy en Europa el único hombre autorizado, y glorifica sus propias cualidades de ser dócil, conciliador y útil al rebaño".

El influjo de Nietzsche en el nazismo es un hecho demostrado. Nietzsche no fue nazi ni antisemita, pero la violencia de su lenguaje y la imprecisión de su ideal dieron todas las facilidades para su manipulación. No es suficiente decir que él no pensaba así y hubiera vomitado ante los atropellos de Hitler. Tampoco vale decir que se ha producido una tergiversación de su pensamiento, pues cabría preguntarse cómo y por qué fue posible lo que tan ingenuamente se llama tergiversación. Por eso ha dicho MacIntyre que, al menos, "hay una profunda irresponsabilidad histórica en Nietzsche".

El superhombre en la literatura

La personificación de la autonomía moral absoluta -pretensión del superhombre- ha sido abordada en grandes obras literarias. Este múltiple análisis arroja un curioso balance unánime: se trata de una pretensión inviable, inhumana. Macbeth, la inolvidable tragedia de Shakespeare, es un retrato del hombre ahogado en su propia inversión de valores. De forma casi vertiginosa, el protagonista y su mujer se ven envueltos y absorbidos por su culpabilidad progresiva, al intentar alcanzar a cualquier precio el poder. Shakespeare nos muestra la tragedia psicológica y física de dos personas arrastradas por su ambición sin límites. El diagnóstico del médico real había sido certero: "Los actos contra la naturaleza engendran disturbios contra la naturaleza".

Cuando nace Nietzsche, el superhombre estaba en el ambiente. En 1865 había aparecido en la escena literaria rusa Rodian Raskolnikov, decidido a demostrar a hachazos su “superhombría”. En “Crimen y Castigo”, Dostoiewski nos lo presenta como un joven estudiante de Derecho obsesionado por demostrarse a sí mismo que pertenece a una clase de hombres superiores, dueños absolutos de su conducta, por encima de toda obligación moral. Raskolnikov elige una definitiva prueba de superioridad: cometer fríamente un asesinato y conceder a esa acción la misma relevancia que se otorga a un estornudo o a un paseo. Dicho y hecho: una vieja usurera y su hermana caen bajo el hacha del homicida. Raskolnikov repite varias veces que tiene la conciencia tranquila, pero lo cierto es que su vida se va tornando desequilibrada, sufre episodios de enajenación mental y acaba confesando voluntariamente y en la cárcel. Sin embargo, su postura no ha cambiado: en ningún momento reconoce la inmoralidad de su doble asesinato. Su posición inamovible parece aproximarle al superhombre que quiere ser. Pero Dostoiewski nos desengaña pronto: deja entrever que la conciencia de Raskolnikov estaba tranquila porque estaba estropeada. Tenía la tranquilidad de lo que está muerto o inservible y, por ello, la balanza moral había dejado de sopesar la magnitud moral de los actos. Ésta es la pregunta decisiva que Dostoiewski formula implícitamente al lector de Crimen y castigo: ¿Qué hacemos con un superhombre mentalmente desequilibrado? ¿Merece la pena pagar por el superhombre el precio de la locura?

Después de Shakespeare y Dostoiewsky, Jack London diseña otro superhombre literario que llega pronto a millones de lectores. Se trata de Lobo Larsen, capitán de un navío dedicado a la caza de focas. Ejerce un dominio tiránico sobre la tripulación, y ve la vida como una agitación confusa donde "el pez grande se come al chico para seguir moviéndose, y el fuerte al débil para conservar su fuerza". También los hombres "se mueven para comer y comen para moverse. Viven para su vientre, y su vientre vive para ellos. Es un círculo vicioso que no llega a ninguna parte. Al final, se paran y no se mueven más: están muertos".

Los valores morales no existen para Lobo Larsen, y son radicalmente reducidos a la condición de pegote cultural adherido a la personalidad por medio de la educación recibida. En una ocasión, desarmado frente a un hombre que le apunta con una pistola y que tenía motivos para matarle, le dice fríamente:

"¿Por qué no disparas? No te lo impide el miedo sino la impotencia. Tu moral es más fuerte que tú. Eres esclavo de las opiniones que has leído en los libros y sostienen las personas que te han educado. Desde que aprendiste a hablar, te han metido en la cabeza un código que te impide matar a un hombre indefenso. En cambio, sabes que yo mataría a un hombre desarmado con la misma tranquilidad con que fumo un cigarrillo".

Lobo Larsen no advierte que su amoralidad también está condicionada por la educación recibida, por una educación que puede educar o maleducar la conciencia. Jack London no pasa por alto ese detalle que da la clave de su encefalograma moral plano:

"¿Quieres que te hable de las penurias de mi vida de niño? ¿De cómo salí en barco desde que andaba a gatas? ¿De cómo mis hermanos, uno tras otro, se fueron a la granja de aguas profundas y no volvieron jamás? ¿De mí mismo, grumete analfabeto a los diez años, en los barcos de cabotaje? ¿De aquella vida en la que los golpes eran nuestro desayuno y nuestro lecho? El miedo, el odio y el sufrimiento eran las únicas experiencias espirituales. Detesto recordar. Me vuelvo loco cuando pienso en aquellos tiempos".

La goleta de Lobo Larsen es la sociedad en miniatura que Jack London elige para mostrar en qué se convierte una sociedad real gobernada por el superhombre:

Los cazadores de focas seguían discutiendo y vociferando como una raza anfibia, semihumana. El aire estaba saturado de maldiciones y obscenidades. Veía sus caras congestionadas e iracundas, con un aspecto brutal distorsionado por la débil luz amarilla del farol que oscilaba al ritmo del barco. A través del espeso humo, las literas parecían los cubiles donde duermen los animales de un zoo.

Lobo Larsen acabó mal, como el propio London, como Macbeth, como Nietzsche. Lo mismo que el sueño de la razón produce monstruos, el sueño de la autonomía moral absoluta produce personas frustradas y sociedades ingobernables. Individuos peligrosos, no tanto superhombres como supercafres. Jack London confiesa que lo sabía de antemano: "Al empezar mi carrera de escritor ataqué a Nietzsche y a su idea del superhombre. Fue en El lobo de mar".


El crepúsculo del deber

Si pasamos de la teoría literaria a la realidad cotidiana, vemos que la psicología del superhombre ha triunfado en el sentido que MacIntyre denuncia cuando escribe que "los ácidos del individualismo han corroído nuestras estructuras morales". Desde la Revolución Francesa, el deber moral fue definitivamente aligerado de su fundamento divino, y sólo quedó apoyado en un fundamento civil. Hoy estamos más empeñados que nunca en la vieja pretensión del superhombre: acabar con el mismo deber y sustituirlo por el individualismo, implantar sobre la tumba del deber el reinado de la real gana.

A los ojos de los actuales herederos de Voltaire, toda ética basada en el deber aparece como imposición rigorista e intransigente, dogmática, fanática y fundamentalista, saturada por el imperativo desgarrador de la obligación moral. Como dice Lipovetsky en El crepúsculo del deber, hemos entrado en la época del posdeber, en una sociedad que desprecia la abnegación y estimula sistemáticamente los deseos inmediatos. En este Nuevo Mundo sólo se otorga crédito a las normas indoloras, a la moral sin obligación ni sanción. "La obligación ha sido reemplazada por la seducción; el bienestar se ha convertido en Dios y la publicidad en su profeta".

Como se aprecia, Nietzsche goza ahora de una salud que no tuvo en vida. Sus ideas han dado lugar, después de Hitler, a millones de pequeños superhombres domesticados. Pero tampoco nos salen las cuentas. Lipovetsky reconoce que la anestesia del deber contribuye a disolver el necesario autocontrol de los comportamientos, y a promover un individualismo conflictivo. Cita como ejemplos elocuentes la durísima competencia profesional y social, la proliferación de suburbios donde se multiplican las familias sin padre, los analfabetos, los miserables atrapados por la gangrena de la droga, las violencias de los jóvenes, el aumento de las violaciones y los asesinatos. Son efectos de una cultura -dice- que celebra el presente puro estimulando el ego, la vida libre, el cumplimiento inmediato de los deseos.

Los predicadores de la desvinculación moral siempre han soñado con la muerte del deber y el nacimiento del individualismo responsable. Pero el vacío dejado por el deber ha mostrado deficiencias estructurales. Lipovetsky advierte que en la resolución de esos conflictos nos jugamos el porvenir de las democracias: "No hay en absoluto tarea más crucial que hacer retroceder el individualismo irresponsable". Si su libro El crepúsculo del deber se abría con un optimismo que sonaba a música celestial compuesta para la coronación del buen salvaje, doscientas páginas después, Lipovetsky empieza a desdecirse y denuncia las trampas de la razón posmoralista, apela con todas sus fuerzas a la ética aristotélica de la prudencia, explica cómo en todas partes la fiebre de autonomía moral se paga con el desequilibrio existencial, y reconoce abiertamente que la solución a nuestros males "exige virtud, honestidad, respeto a los derechos del hombre, responsabilidad individual, deontología".

La autonomía moral

La libertad moral parecía una conquista sin límites, del mismo tipo que las conquistas tecnológicas. Y no se reparó en que la naturaleza social del hombre hace de la libertad un concepto limitado y relativo que se funda en la justicia, se define en las leyes, y exige responsabilidad. Por todo ello, la autonomía absoluta es inviable en sociedad. Sería posible si fuésemos dioses o bestias, como apuntó Platón. En este sentido, es muy significativo que las cárceles estén llenas precisamente de individuos que ejercieron alguna vez la autonomía sin límites, esa prerrogativa que tiende a convertirse en mecanismo de destrucción.

La autonomía moral es, por sí sola, una forma vacía que está pidiendo ser llenada por la realidad. Lo mismo que un terreno no determina la calidad de lo que se construye sobre él, la autonomía no asegura la calidad ética del que obra. De hecho, todo delito supone una conducta autónoma. Más que causa, la autonomía es condición de la conducta ética, la parte formal del actuar moral, el recipiente vacío. La conducta humana es necesariamente autónoma y heterónoma: comemos lo que queremos, pero la bondad y la necesidad del alimento no dependen de nuestro querer. La autonomía es una condición que hay que proteger, pero poner en ella todo el peso de la moralidad es acentuar la indefinición, la ambigüedad, como hicieron las brujas que engañaron a Macbeth.

sábado, 7 de marzo de 2009

La pobreza como problema moral

"La erradicación de la pobreza y la Doctrina Social de la Iglesia"
Conferencia del cardenal Renato Raffaele Martino

Guadalajara, España, 20 de febrero de 2009

Saludo con aprecio al Excelentísimo Señor D. José Sánchez González, Obispo de Sigüenza-Guadalajara, a la Señora Doña Pilar Simón Romero, Presidenta diocesana de Manos Unidas, y a todos los aquí presentes. Expreso mi agradecimiento por su cordial invitación para participar en los actos de la 50ª Campaña contra el hambre en el mundo, organizada por esta benemérita Institución católica.

Queridos hermanos y hermanas:
Respondiendo a la invitación antes mencionada, con gusto deseo compartirles algunas reflexiones sobre el argumento que se me propuso: «La erradicación de la pobreza extrema y la doctrina social de la Iglesia».
En primer lugar, deseo referirme brevemente a la identidad de la doctrina social de la Iglesia, una doctrina con frecuencia ignorada, desconocida, incluso en ocasiones menospreciada. Existen muchos documentos -en primer lugar las encíclicas sociales- que nos pueden ayudar a conocer, comprender y practicar los principios de este corpus doctrinal. No pierdo la ocasión para seguir recomendando la lectura y reflexión del Compendio de la doctrina social de la Iglesia, ya que este importante documento eclesial brinda un cuadro completo de las líneas fundamentales de la enseñanza social católica, presentando, «de manera completa y sistemática, aunque de forma sintética, la doctrina social, que es fruto de la sabia reflexión del Magisterio y expresión del compromiso constante de la Iglesia, en fidelidad a la gracia de la salvación de Cristo y en amorosa solicitud por el destino de la humanidad» .
Para todos los hombres y mujeres de la Iglesia que, en el corazón del mundo, se empeñan en construir estructuras más dignas de la persona humana, es necesario que cuenten entre sus instrumentos con la doctrina social, porque el objeto de esta doctrina «es y será siempre la dignidad sagrada del hombre, imagen de Dios, y la tutela de sus derechos inalienables; su finalidad, la realización de la justicia entendida como promoción y liberación integral de la persona humana en su dimensión terrena y trascendente; su fundamento, la verdad sobre la misma naturaleza humana, verdad comprendida por la razón e iluminada por la Revelación, su fuerza propulsora, el amor como precepto evangélico y norma de acción. [Porque] la Iglesia, forjadora de fina concepción siempre actual y fecunda de la vida social, al desarrollar [...] su enseñanza social, de naturaleza religiosa y moral, no se limita a ofrecer principios de reflexión, orientaciones, directrices, constataciones o llamadas, sino que presenta también normas de juicio y directrices para la acción que cada uno de los católicos está llamado a poner en la base de su prudente experiencia, para traducirla luego concretamente en categorías operativas de colaboración y de compromiso» .
Así pues, la razón de fondo por la cual la doctrina social de la Iglesia debe ser un punto de referencia irrenunciable para el trabajo de Manos Unidas, es que toda la verdad sobre el hombre que conocemos por la revelación, se encuentra presente en esta doctrina. La luz de la verdad del hombre, creado por Dios y redimido por Cristo, es una respuesta a una de las mayores debilidades de la sociedad contemporánea: la «inadecuada visión del hombre» . La Iglesia, a la luz de «la verdad sobre el hombre, revelada por Aquel mismo que conocía lo que en el hombre había (Jn 2, 25) mira las cuestiones sociales: la cuestión del super desarrollo y del subdesarrollo; el drama y la vergüenza del hambre en el mundo ; la cuestión de las estructuras económicas y financieras mundiales ... Es ésta también la perspectiva desde la cual Manos Unidas, como Institución católica, debe siempre contemplar al hombre y encauzar su trabajo. Perspectiva que la diferencia de aquellas organizaciones no gubernamentales que también se dedican a luchar contra la pobreza extrema y el hambre
Entre los documentos que conforman el extenso corpus de la doctrina social, y que en ocasiones pasan desapercibidos, se encuentran los Mensajes para la Jornada Mundial de la Paz. En ellos podemos encontrar reflexiones enriquecedoras e iluminadoras de las cuestiones sociales de actualidad que amenazan la paz de la familia humana. Es por ello que deseo llamar su atención sobre el último de estos Mensajes, ya que es de particular interés para esta ocasión.
En efecto, el Papa Benedicto XVI, dedica su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año 2009, precisamente al tema del combate a la pobreza. Retoma y desarrolla lo que Juan Pablo II afirmó en su también Mensaje para esta Jornada, importante en la vida de la Iglesia y de la humanidad: «Se constata y se hace cada más grave en el mundo otra seria amenaza para la paz: muchas personas, es más, poblaciones enteras viven hoy en condiciones de extrema pobreza. La desigualdad entre ricos y pobres se ha hecho más evidente, incluso en las naciones más desarrolladas económicamente. Se trata de un problema que se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentra un gran número de personas son tales que ofenden su dignidad innata y comprometen, por consiguiente, el auténtico y armónico progreso de la comunidad mundial» . También el Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI nos hace ver como la lucha contra la pobreza y la paz se reclaman mutua y constantemente en una fecunda circularidad que constituye uno de los presupuestos más estimulantes para dar cuerpo a un apropiado acercamiento cultural, social y político a las complejas cuestiones relacionadas con la realización de la paz en nuestro tiempo, marcado por el fenómeno de la globalización. Este fenómeno es profundizado por el Santo Padre que pone en evidencia su significado metodológico y de contenido, consintiendo así un acercamiento amplio y articulado al tema de la lucha contra la pobreza. El n. 2 del Mensaje, en efecto, se detiene para tratar ampliamente estos aspectos con la intención de dar un perfil a los rostros, múltiples y complementarios, de la pobreza actual. El Papa considera sobre todo el rol de las ciencias sociales en la medición de los fenómenos de la pobreza. Las ciencias sociales permiten adquirir datos particularmente de tipo cuantitativo, y si la pobreza fuera sólo de tipo material y cuantitativo, las ciencias sociales serían suficientes para iluminar sus características principales. Sin embargo, sabemos que no es así, y que existen pobrezas inmateriales que no son una consecuencia directa y automática de las pobrezas materiales. Dos ejemplos pueden ayudarnos a probarlo: En las así llamadas sociedades ricas y desarrolladas existen amplios fenómenos de pobreza relacional, moral y espiritual; muchas personas están alienadas y viven formas de malestar no obstante el bienestar económico general. Se trata del «subdesarrollo moral» y de las consecuencias negativas del «superdesarrollo» ; y en las llamadas sociedades «pobres», el crecimiento económico con frecuencia se ve frenado por impedimentos culturales, que no permiten un adecuado uso de los recursos. La pobreza material no explica nunca, por sí sola, las pobrezas inmateriales, más bien es verdad lo contrario.
El Mensaje del Papa se presenta estructurado en dos partes, en cada una de las cuales el tema de la lucha contra la pobreza, en el contexto de la globalización, viene progresivamente tratado en relación con los varios aspectos de la promoción de la paz. En la primera parte se ponen en evidencia las implicaciones morales vinculadas con la pobreza; en la segunda, la lucha contra la pobreza se pone en relación con la exigencia de una mayor solidaridad global. La reflexión de la primera parte del Mensaje se desarrolla en los números del 3 al 7, y afronta, de manera ejemplificada y emblemática, algunos de los nudos dramáticos de las pobrezas modernas.
El primer nudo que se afronta es el que individúa en el crecimiento demográfico la causa de la pobreza. Un peligroso enfoque ya señalado por Pablo VI, quien había advertido a los gobiernos contra la tentación «de usar la autoridad para disminuir el número de los comensales más que multiplicar el pan a repartir» . Benedicto XVI, en su Mensaje denuncia tal perspectiva que justifica «el exterminio de millones de niños no nacidos en nombre de la lucha contra la pobreza», determinando la eliminación de los más pobres entre los seres humanos. Pienso que ésta es la más injusta de las múltiples expresiones de esa disimulada y malévola estrategia de querer vencer la pobreza eliminando a los pobres.
El segundo nudo de relevancia moral que el Santo Padre afronta es el de la relación entre enfermedades pandémicas, sobre todo el SIDA, y la pobreza. También en este caso Benedicto XVI reclama la exigencia de una consideración mayor y más exacta de las intrínsecas implicaciones morales que dicha relación comporta, si se quiere luchar verdaderamente contra la pobreza y construir la paz. El Santo Padre evoca, por un lado, la necesidad de poner a disposición de los pueblos pobres las medicinas y los cuidados necesarios, reconsiderando el sistema de las patentes mediante una asunción de responsabilidad de la Comunidad internacional que garantice a todos los hombres y mujeres los necesarios cuidados sanitarios básicos y, por otro lado, la urgencia de aprontar campañas de educación para una sexualidad que responda plenamente a la dignidad de la persona. Iniciativas promovidas en esta dirección han dado ya frutos significativos. Hago notar que en el contexto de la globalización la Organización Mundial de la Salud también está llamada a jugar un rol fundamental para los fines de la seguridad internacional, hoy basada en el paradigma de la «seguridad humana». Por ejemplo en el World Health Report 2007, el objetivo de la salud pública global es perseguido como elemento de la seguridad internacional .
El tercer nudo afrontado por el Papa es el de la pobreza de los niños, individuados como las víctimas más vulnerables, porque son aquellos que en mayor número se encuentran entre las personas que conforman el estrato de la llamada pobreza absoluta. Preocuparse de los niños y niñas, es preocuparse por el futuro; mirar la pobreza desde la perspectiva de los niños lleva a considerar prioritarios objetivos como la salvaguardia del medioambiente, la educación, el acceso a las vacunas y a los cuidados médicos, el acceso al agua potable, la educación y cuidado de las madres, y sobre todo las relaciones al interior de las familias y de las comunidades. Todo lo que debilita la familia produce daños que se descargan sobre los niños; donde no se promueve la dignidad de la mujer y de la madre, también se lesiona la dignidad de los niños y niñas.
Un cuarto aspecto o nudo afrontado se refiere a la relación existente entre desarme y desarrollo: también éste pletórico de implicaciones morales. el Santo Padre había ya subrayado en precedencia que «los ingentes recursos materiales y humanos empleados en gastos militares y en armamentos se sustraen a los proyectos de desarrollo de los pueblos, especialmente de los más pobres y necesitados de ayuda. Y esto va contra lo que afirma la misma Carta de las Naciones Unidas, que empeña a la Comunidad internacional, y a los Estados en particular, a "promover el establecimiento y mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales con la menor desviación posible de los recursos humanos y económicos del mundo hacia los armamentos" (art. 26)» . El Santo Padre invita a los Estados a hacer una sincera autocrítica. Reclamo más que razonable y fundamentado, porque el gasto militar mundial del 2007 ha sido de 1,339 billones de dólares, el 6% superior al gasto del 2006 (1,204 billones de dólares) y del 45% con respecto a la década 1998 - 2007. el gasto corresponde al 2.5% del PIB mundial y a 202 dólares per cápita de la población mundial. «Este estado de cosas -señala el Pontífice - en vez de facilitar, entorpece seriamente la consecución de los grandes objetivos de desarrollo de la comunidad internacional. Además, un incremento excesivo del gasto militar corre el riesgo de acelerar la carrera de armamentos, que provoca bolsas de subdesarrollo y de desesperación, transformándose así, paradójicamente, en factor de inestabilidad, tensión y conflictos».
El último aspecto señalado por el Santo Padre es el que se refiere a la actual crisis alimentaria, crisis sobre la que se había ya pronunciado en diversas circunstancias . Esta crisis se caracteriza no por la insuficiencia de alimentos, sino por la falta de un entramado de instituciones políticas y económicas capaces de afrontar las necesidades y las emergencias, Todo esto consiente al Papa de llamar la atención sobre el tema de las desigualdades crecientes, como dato que desgraciadamente caracteriza la situación actual de pobreza. Todos los datos sobre la evolución de la pobreza relativa en las últimas décadas, en efecto, indican un aumento de la desigualdad entre ricos y pobres. Entre las causas principales de este fenómeno se encuentran, sin duda, el cambio tecnológico, cuyos beneficios se concentran en el nivel más alto de la distribución del rédito y la dinámica de los precios de los productos industriales, que crecen más rápidamente que los precios de los bienes y servicios producidos por los países más pobres, tales como materias primas y productos agrícolas, «resulta así -afirma el Mensaje- que la mayor parte de la población de los países más pobres sufre una doble marginación, beneficios más bajos y precios más altos».
La segunda parte del documento pontificio se detiene sobre el tema de la lucha contra la pobreza y la solidaridad global y ocupa los números del 8 al 13. se trata de una parte muy significativa, porque contiene estimulantes reflexiones y propuestas sobre los temas de la globalización, el comercio internacional, las finanzas y la actual crisis financiera, y sobre la exigencia de una governance mundial bajo el signo de la solidaridad.
Son muy inspiradoras las puntualizaciones acerca de la globalización, con el reclamo a redescubrir la ley natural, es decir, el código ético compartido que permite dar sentido al compromiso común de construir la paz. La globalización, afirma el Papa, «abate ciertas barreras, pero esto no significa que no se puedan construir otras nuevas; acerca los pueblos, pero la proximidad en el espacio y en el tiempo no crea de suyo las condiciones para una comunión verdadera y una auténtica paz. La marginación de los pobres del planeta sólo puede encontrar instrumentos válidos de emancipación en la globalización si todo hombre se siente personalmente herido por las injusticias que hay en el mundo y por las violaciones de los derechos humanos vinculadas a ellas».
El n. 9 del Mensaje afronta los temas que se refieren al comercio internacional, con una atención privilegiada a los países pobres y a su rol marginal en los intercambios comerciales. La exclusión y la marginalización en el frente del comercio son obstáculos para el desarrollo económico de los países pobres y fuente de conflictos. Mientras los países industrializados tienden a conservar medidas protectivas, injustas y anacrónicas, a su favor, impidiendo con frecuencia el acceso de los productos de los países pobres a sus mercados, en los países en vías de desarrollo mismos, a causa de herencias culturales, se registran notables dificultades para vincularse en red, para desarrollar una cultura de la cooperación, para operar no sólo para el consumo o para el mercado local. Sobre estos temas la Comunidad internacional todavía no ha tomado acto plenamente de la distinción entre asistencia y desarrollo.
El n. 10 ofrece una reflexión sobre la función de las finanzas y sobre la crisis actual, fuente de difundida y creciente preocupación. Sobre estos temas recientemente ha intervenido también el Pontificio Consejo «Justicia y Paz» con una Nota sobre Finanzas y desarrollo, predispuesta con vistas a la Conferencia Internacional de Doha sobre la financiación para el desarrollo, y publicada por el Osservatore Romano, el 23 de noviembre de 2008. El Mensaje, además de denunciar la mentalidad que preside las actividades financieras, toda jugada sobre la autoreferencialidad y los plazos brevísimos, reclama la exigencia de un fuerte enraizamiento ético de la actividad financiera en la perspectiva del bien común. El Santo Padre nos dice que la reducción al corto plazo de los objetivos de los operadores financieros globales reduce la capacidad de las finanzas para desarrollar su importantísima función de puente entre el presente y el futuro, en apoyo de la creación de nuevas ocasiones de producción y de trabajo a largo plazo.
El n. 11 es particularmente significativo porque hace propuestas para reforzar la cooperación internacional. En primer lugar se indica la necesidad de un marco jurídico eficaz para la economía. Mercado sí, pero reglamentado por instituciones eficientes y participativas. En segundo lugar, la necesidad de invertir en la educación de las personas y desarrollar de manera integrada una específica cultura de la iniciativa. En tercer lugar, es necesario también prestar la atención debida a los problemas del rédito: en una economía moderna - se afirma - el valor de la riqueza depende en medida determinante de la capacidad presente y futura de crear rédito. La creación de valor es un vínculo ineludible del que se debe tener cuenta, si se quiere luchar contra la pobreza material de manera eficaz y duradera.
La perspectiva económico-cultural delineada por el Mensaje la encontramos expresada en el primer parágrafo del n. 12, donde se delinean el rol y la responsabilidad de tres actores: el mercado, el Estado y la sociedad civil. Se afirma «situar a los pobres en el primer puesto comporta que se les dé un espacio adecuado para una correcta lógica económica por parte de los agentes del mercado internacional, una correcta lógica política por parte de los responsables institucionales y una correcta lógica participativa capaz de valorizar la sociedad civil local e internacional». Se trata de un pasaje relevante, porque valora al máximo el rol de la sociedad civil. Esta parte se cierra en el n. 12, con una invitación a la governance del fenómeno de la globalización, sobre todo a través de una verdadera inclusión de las personas: los problemas del desarrollo, de las ayudas y de la cooperación internacional, con mucha frecuencia se resuelven sin implicar verdaderamente a las personas, sino sólo como cuestiones de predisposición de mecanismos, de puntualización de acuerdos tarifarios, de la acreditación de financia-mientos anónimos, mientras que, por el contrario, la lucha contra la pobreza tiene necesidad de hombres y mujeres que vivan con profundidad la fraternidad, que sepan acompañar a las personas, familias y comunidades en itinerarios de auténtico desarrollo humano. Es imposible ayudar a los pobres si se les ve sólo como parte de un balance de costos y beneficios, como números, y al final de cuentas como problemas. Para ayudar realmente a los pobres es necesario conocerlos, y amarlos, porque de esta manera ellos se sienten personas dignas de respeto, sujetos y no objetos. Si por el contrario el pobre no se siente estimado, no sólo no sale de la pobreza, sino que tiende a aprovecharse de quien quiere "ayudarlo".
Los nn. 14 y 15 constituyen la parte conclusiva del Mensaje de Benedicto XVI. En el mundo global es cada vez más evidente que la paz se construye si crecen todos: las distorsiones de sistemas injustos, antes o después, pasan la cuenta a todos. Con una afirmación muy eficaz, el Santo Padre afirma que «únicamente la necedad puede inducir a construir una casa dorada, pero rodeada del desierto o la degradación». La globalización por sí sola es incapaz de construir la paz; más aún, en muchos casos produce divisiones y conflictos. La globalización revela más bien una necesidad: la de ser orientada hacia un objetivo plenamente humano de profunda solidaridad para el bien de todos y de cada uno.
En este contexto se coloca la aportación de prudencia y sabiduría que nos llega de la doctrina social de la Iglesia. El Mensaje subraya que los principios de la doctrina social clarifican los vínculos entre pobreza y globalización y orientan la acción hacia la construcción de la paz. Entre ellos es el caso de recordar de manera particular el «amor preferencial por los pobres» , entendido como primacía de la caridad a imitación de Cristo, testimoniado por toda la tradición cristiana, comenzando por el testimonio de la Iglesia primitiva (cf. Act 4,32-36; 1Cor 16,1; 2Cor 8-9; Gal 2,10). Lo que resulta particularmente interesante es la originalidad del acercamiento a la globalización establecido por la doctrina social: ella capta el alargamiento de la cuestión social a la globalidad, no sólo como una extensión cuantitativa, sino más bien como una urgencia de profundización cualitativa sobre el hombre y sobre las necesidades de la familia humana. Por esto, la Iglesia está interesada en los actuales fenómenos de globalización y en su incidencia sobre las pobrezas humanas e indica los aspectos nuevos, no sólo en extensión, sino también en profundidad, de la actual cuestión social, que es la cuestión del hombre y la cuestión de su relación con Dios. En esta perspectiva, el Santo Padre invita a la comunidad católica a no dejar de ofrecer su apoyo. Y, haciéndome eco de esta invitación, deseo animar a todos los integrantes de Manos Unidas a seguir esforzándose, cada vez con mayor pasión, por testimoniar la caridad de Cristo con acciones inspiradas en el Evangelio e iluminadas por los principios de la doctrina social de la Iglesia. Sé que en ocasiones lo que hacen les puede parecer tan poco, o como decía Madre Teresa, «menos que una gota en el océano. Pero si la gota le faltase, el océano carecería de algo». Por eso hoy, como hace 50 años, Manos Unidas no debe dejar de aportar su "gota", que unida a tantas otras "gotas" hará crecer ese océano inmenso de caridad, capaz de hacer que los desiertos de la pobreza, del hambre y de la sed, del abandono, de la soledad, del amor quebrantado, y sobre todo de la oscuridad de Dios , se conviertan en vergeles donde vuelva a florecer la vida.
Muchas gracias.


Cardenal Renato Raffaele Martino
Presidente del Pontificio Consejo «Justicia y Paz» y del
Pontifico Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes