domingo, 9 de marzo de 2014

El déficit de natalidad en Europa


Eliminar las barreras al deseo de tener hijos

En Europa hay un déficit de natalidad. Pero en algunos países, como los nórdicos, la fecundidad es bastante más alta que en los mediterráneos. Un exhaustivo informe de un equipo de investigadores de doce países señala algunas políticas que contribuyen a eliminar las barreras al deseo de tener hijos.

Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 17/14

La investigación (1), que forma parte de la Colección de Estudios Sociales de la Obra social La Caixa, empieza cuestionando las dos teorías más frecuentes sobre la tendencia a la baja de la fecundidad en los países desarrollados. Una, del economista norteamericano Gary Becker, explica que en las sociedades donde la mujer ha ido ganando terreno en el mercado laboral la tasa de fecundidad cae irremediablemente, puesto que los costes de oportunidad de ser madre (la pérdida de ingresos o de ascensos) aumentan. La otra, más cultural que económica, argumenta que los valores posmodernos, y especialmente el individualismo, tienen una influencia negativa en la maternidad.
La recuperación de la fecundidad se está produciendo en países donde la mujer participa más en el mundo laboral
El estudio constata, sin embargo, que la recuperación de la fecundidad se está produciendo precisamente en países donde la mujer participa más en el mundo laboral. Además, en algunos de estos países (por ejemplo, los escandinavos) son las mujeres de superior nivel educativo las que van por delante.
La investigación desmiente las teorías fatalistas sobre la fecundidad. Los casos de Estados Unidos, Francia, Reino Unido o Dinamarca suponen un testimonio de que, aplicando las medidas apropiadas, se puede convertir en realidad un deseo de hijos que, de hecho, ya existe. La tasa de fecundidad de esos países ronda el 2, prácticamente la necesaria para el reemplazo de generaciones, mientras que España (1,4), Italia (1,4) y los países del este de Europa están muy lejos de alcanzarlo.
Tres modelosUn capítulo interesante del informe es el que estudia la relación entre la fecundidad y los distintos tipos de parejas. Los datos referidos a España se cruzan con los de países representativos de varios modelos de familia: Italia (modelo mediterráneo: preponderancia de las formas tradicionales y baja fecundidad), Noruega (modelo escandinavo: mucha cohabitación y fecundidad alta) y Alemania-Austria (modelo continental: cohabitación muy extendida pero fecundidad baja).
España se aproxima más a Noruega que a Italia en la proporción de parejas no casadas que tienen un primer hijo en los cinco primeros años de vida en común: 40% en ambos casos, por solo un 13% en Italia, donde la cohabitación está mucho más ligada a la ausencia de hijos.
De todos los factores estudiados, la cohabitación es el que más influye en la demora del primer hijo; considerablemente más, por ejemplo, que el riesgo de separación, aunque este también influye negativamente.
No obstante, la baja tasa de fecundidad española es anterior a la extensión de la cohabitación.
La barrera del segundo y el tercer hijoEn lo que sí coinciden España e Italia es en estar por debajo de la media en cuanto a las mujeres que repiten maternidad. En Inglaterra, algo más de un 20% de las mujeres nacidas en torno a 1965 completó su ciclo de fecundidad sin hijos, por solo un 13% de las españolas; sin embargo, solo un 15% en Inglaterra tuvo un solo hijo, mientras que en España el porcentaje fue cercano al 25%.
En cuanto al segundo hijo, en España –como en los demás países analizados– la probabilidad de tenerlo es mucho mayor entre las parejas casadas; pero mientras que en Alemania, Austria y Noruega cerca de un 50% de matrimonios lo tienen en los cinco años posteriores al nacimiento del primero, en los países del modelo mediterráneo la proporción apenas supera el 30%.
No obstante, aunque la “barrera del segundo hijo” existe en España, es más significativa la del tercero. Este fenómeno es relativamente moderno. Un 35% de las españolas nacidas en torno a 1950 tuvieron tres o más hijos, frente a solo un 14% de las de la generación de 1965. En cambio, en el mismo tramo de tiempo, el porcentaje en Inglaterra se ha mantenido estable en torno al 30%.
El informe también compara lo que denomina “probabilidad de crecimiento de la familia”. En España, dos de cada tres mujeres con un hijo tienen un segundo, y de ellas solo una de cada cinco tiene un tercero.
Se puede decir, por tanto, que, más que seguir el modelo mediterráneo, España ha creado su propio modelo: rápida extensión de la cohabitación; mayor estabilidad de este tipo de uniones, en comparación con otros países, aunque menor que la de los matrimonios; poca diferencia entre matrimonios y parejas de hecho en cuanto al primer hijo (modelo escandinavo); poca diferencia también en cuanto al segundo nacimiento; y una proporción muy baja de familias numerosas.
Otro ejemplo de la excepcionalidad española es que tampoco varía mucho la tasa de ocupación de las madres con respecto al resto de mujeres.
Fecundidad y empleoTradicionalmente se ha pensado que las mujeres con mayor nivel educativo tienden a tener menos hijos, por el denominado “coste de oportunidad” laboral asociado a la maternidad. Aunque esto continúa siendo cierto para la Europa mediterránea y continental, en los países escandinavos y en otros como Francia y Holanda se percibe una cierta inversión del paradigma.
¿Cuál es la explicación a este fenómeno? Según los autores del informe, “un gran número de estudios indican que las políticas laborales y de bienestar –particularmente las medidas de apoyo a las madres trabajadoras– desempeñan un papel importante en este sentido”. En concreto, los investigadores se centran en tres factores: la proporción de trabajos a jornada parcial, la de contratos temporales y la de empleados en el sector público.
La abundancia de trabajo a tiempo parcial ejerce una influencia positiva en la tasa de fecundidad. Tales empleos facilitan a las madres reincorporarse a la vida laboral después de haber tenido un hijo y también, por tanto, tener otro más tarde.
Un ejemplo son los países escandinavos, donde el empleo a tiempo parcial “ya no es tanto la situación estable de la mujer sino más bien un puente entre el permiso de maternidad y el regreso al trabajo a tiempo completo; aun así, sigue siendo un importante recurso para facilitar la conciliación”.
La posibilidad de trabajo a tiempo parcial, la estabilidad laboral y la educación infantil favorecen el aumento de la fecundidad
Por su parte, el empleo público –y en concreto sectores tradicionalmente de mayoría femenina, como la educación o los servicios sociales– parece favorecer claramente la maternidad. En los países escandinavos, el sector público está, además de muy desarrollado, llamativamente ocupado por mujeres. La mayor flexibilidad laboral, la facilidad para obtener permisos de maternidad y la duración de la jornada laboral, hacen de estos empleos un lugar seguro para las madres.
En cambio, los contratos temporales actúan en sentido contrario. Una alta proporción de estos contratos envía una señal de inseguridad a las mujeres, y les lleva en muchos casos a demorar el nacimiento del primer hijo, con lo que la etapa fértil se acorta.
Las medidas que facilitan la implicación del hombre en la vida familiar también ayudan. Según la experiencia sueca, la extensión de los permisos de paternidad ha tenido una influencia muy positiva en la tasa de fecundidad, y en concreto en la probabilidad de tener un segundo hijo.
Los hombres con estudios superiores tienden a implicarse más en las labores domésticas. Esto podría contribuir a explicar por qué en algunos países está aumentando la fecundidad y en otros no.
Los estímulos que funcionanEl informe también analiza las consecuencias de distintos estímulos para aumentar la fecundidad. Frente a medidas puntuales como las del ya extinto “cheque bebé”, los investigadores recomiendan otras encaminadas a reducir el coste de oportunidad de la maternidad.
Una de ellas es fomentar la educación infantil (hasta los 3 años). Según los autores del informe, la inversión en esta etapa es sobradamente compensada por los beneficios, en productividad y en impuestos, que generan las madres trabajadoras. Otra medida relacionada con la educación es la de extender la jornada partida, para permitir que el horario escolar se ajuste más al laboral. Por otra parte, la jornada laboral debe racionalizarse: el modelo español –jornada muy larga con un amplio descanso a mediodía– desincentiva la natalidad.
En el fondo, se trata de eliminar las barreras que hacen que el deseo de paternidad no se cumpla en la realidad.
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(1) Gøsta Esping-Andersen (coordinador), El déficit de natalidad en Europa. Singularidad del caso español, Obra Social La Caixa, Col. “Estudios Sociales”, n. 36, 244 págs.